
Hay sentimientos sinceros marcando un camino, un tránsito pausado que es incapaz de acelerar en el trayecto que tienen ya asignados, desde el principio de los tiempos, aun cuando incluso viven en la más absoluta ignorancia de sus providenciales designios, porque quienes tienen el honor de ser elegidos para ser pies y manos sobre los que se sustenta esta poderosa y gran columna que es la Esperanza, se enconan por detener el discurso del tiempo y la eternidad se vuelve efímera porque se ha perdido todo sentido de la temporalidad en la sensación, esplendorosa, única e indeleble, del encuentro con la felicidad. Y es entonces cuando se funden las vivencias y se recupera la memoria que se cree perdida, ausente y diseminada en los bosques del olvido, en la frondosidad que va creciendo en los jardines del recuerdo cuando se cae en el descuido y en la indiferencia por retenerlos. Y no hay miedo en caer prendido en las redes que se han tejido para atraparnos en la misericordia que se adviene, de improviso, sin aviso alguno, con la contundencia de un aluvión inesperado, con el roce de sus cintura, ni pavura por quedar cautivo en las galeras que son sus ojos, porque hemos sido vencidos por la alegría, azotados por la dicha y el júbilo que produce su proximidad. No somos conscientes del gran movimiento espasmódico que convulsiona el alma hasta que La dejamos, con la sutiliza y el tacto con el que se deposita a un reciñen nacido, sobre el espacio que va a santificar con su asentamiento, el lugar donde se erigirá la catedral para el amor de los amores. Una superficie que va a delimitar fronteras de emociones, donde no se podrá distinguir, ni separar por más que la razón lo intente, de donde procede el halo de la respiración, ni las palabras que resultarán balsámicas para mitigar el dolor, ni si la lágrima que rueda por la mejilla procede del rocío bienhechor que nace en las cuencas de sus manos y que ha quedado prendida en ella al depositar el ósculo. Y será entonces cuando la confusión ascenderá por las venas y una conjugación de verdades y concreciones celestiales poseerán las fuentes del raciocinio y una irrigación de venturosa exultación recorrerá todo el ser.
En la seguridad de haber sido testigos de la gran obra de Dios, de los prodigios que fueron enviados desde el cielo para la concreción del paraíso, buscamos explicaciones que nos hagan y permitan asentarnos en la condición humana, en figurarnos que la paz y la felicidad fueron portadas por nuestras manos, que sostuvimos durante unos siglos, aunque el tiempo nos engañara y tratara confundirnos con la escasez de unos segundos, toda la grandeza que retiene el entrecejo de la Virgen de la Esperanza.
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