
Cuando puso la alianza en mi mano estaba implantado las cadenas que me fijaban a sus galeras. Al poco comprendí que no buscaba en mí más que una criada, una doncella para hacer las tareas domésticas, una esclava que no dudara en cumplir sus dictatoriales mandatos, una concubina en la cama para saciar sus deseos e instintos más bajo, para humillar mi estima, una mujer para parir a sus hijos y los cuidara sin poder nunca pedir más que lo justo para sobrevivir, que para sus gustos y sus lujos nunca le faltaban duros. ¡Cuánto llegué a quererle, cuanto sigo queriéndole!
La primera vez, sepa usted, me pidió perdón de rodillas, que no había sido su intención, un ataque de ira que yo le había provocado con mi extraño proceder, con mi conducta inadecuada ante sus amigos. Luego los golpes llegaban por los más nimios motivos, una respuesta contraria, un silencio inesperado, un fortuito accidente, un pedir para calmar, los niños que se callaban, recriminar sus salidas y regresos de madrugada oliendo a un perfume extraño, sin duda de otra mujer. Cualquier situación para imponer su poder, su injusticia y su terror.
Siempre, si me atrevía a responder venciendo mi cobardía, decía que un día me mataría, que mi vida no valía más que el precio que le quisiera poner, que buscaría las alegaciones para aminorar la pena con enajenación mental y que ya tenía otra hembra que suspiraba por él. Y por ahí no puedo pasar.
Y me ha temblado el pulso y hasta he llorado por él. Pero lo he tenido que hacer. He matado a mi marido por haber maltratado, por haber dinamitado las ilusiones de una niña que solo ofreció amor, por hacerme sentir una perra que danzaba al ritmo de su terror, por haberme hecho una vieja con cuarenta y cinco años. Si, lo he matado y en mi lecho lo he dejado con mis lágrimas en sus labios, con mi dolor en su pecho y mi corazón en sus manos.
Aquí me planto yo, con mis manos por delante para que me detengan. No vengo a pedir justicia, ni misericordia para mí, ni equidad para mi inocencia, ni a solicitar ningún perdón por el crimen cometido. Vengo a rendir mi dolor, a pedir la absolución por la pena mis hijos.
Así que ya sabe usted que es lo que me traído aquí. Ejecute su cometido, haga lo que tenga que hacer, métame en una celda oscura, fusíleme por mi mal hacer, cuélgueme de la viga más alta, porque por vez primera en muchos años, no siento prendido a mi ser ningún tipo de miedo.
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