
Uno no siempre
es apto, a la vista de otros, gracias a Dios. Y así debe ser para seguir
creciendo. No hay nada mejor, ni más oportuno, que la crítica constructiva.
Singularizo en esta acepción porque cuando se pluraliza puede llegar a vulgarizarse
y terminan convirtiéndose en algo menos que injurias y ofensas, tal vez
producto de la ignorancia supina con la que algunos se pronuncian. Métodos que
no alteran mi condición, ni van a perturbar la alegría que llevo dentro de mí y
que especialmente en estos días se han acrecentado.
Dentro de muy
poco voy a presentar mi primera novela. Es la primera obra que edito, la
primera que verá la luz. Hay quienes no tienen esa suerte, quienes se esfuerzan
y trabajan para conseguir lo que yo he tenido la suerte de lograr. La
Providencia va señalándonos el camino, nos impone una hoja de ruta que, algunas
veces, no llegamos a entender. Pero la seguimos y al final, tras la tormenta y
el azote de los elementos, vemos brillar el sol. A mí se me presentó en la
figura de dos mujeres, dos valientes mujeres, que promovieron una empresa de
locos –maravillosos locos los que creen en lo que hacen-. Dejaron atrás la
placidez de sus ocupaciones laborales, se echaron el mundo por montera y
crearon una editorial. Ahí está la fe, personificadas en ellas, ahora que tanto
se habla de fe, en sus vertientes teológicas, bien pudieran muchos asumir su significado
observando sus figuras. Para mí el sol, al final del camino, tiene nombres.
Rosa y Esperanza, que creyeron en mi proyecto literario, en mi forma de ver las
historias que corren por mi interior desde que tengo uso de razón. Y he escrito
sobre la Esperanza. Y no crean ustedes que es tarea fácil hacer lo se conoce
demasiado bien. Muy al contrario.
Jirones
de Azul –o sea Rosa y Esperanza y también Begoña- me abren las puertas a la
edición, han tenido la osadía de creer en mí, en mi novela. Y lo han hecho en
uno de los peores momentos de mi vida, en donde la oscuridad parecía atraparme,
cuando todo lo que había construido, con gran esfuerzo y dedicación de muchos
años, se venía abajo. Un cataclismo propio del tiempo en que vivimos, de esta
vulgaridad política y social que nos tiene preso. Ellas, junto a mi familia, mi
HERMANDAD, y cuatro o cinco amigos -¡qué difícil es mantener los verdaderos
vínculos de la amistad cuando pierdes lo material!-, abrieron el cielo para
mostrarme el sol.
Por
ello no tengo más que palabras de agradecimiento para estas locas que tienen sus cosas muy claras, y
no lo digo por la confianza que han depositado, sino por su actitud ante la
vida y las emociones. No son estereotipos ni falso sentimentalismo es concretar
la justicia en mis comportamientos, los que aprendí de niño, los sigo
manteniendo a pesar de los reveses de la vida. Estos valores que me sacuden la
conciencia cada día y que provocan controversias entre la razón y el corazón,
un litigo que casi siempre termina en armisticio, y la razón se hace corazón y
el corazón abraza a la razón.
Sin
duda alguna, ser agradecidos es ser bien nacido, ¡verdad mamá! El horizonte
comienza a aclarar, a vislumbrar un azul que tiene visos de nuevas esperanzas,
un cielo que se despuebla de nubes. Rosa y Esperanza, también Begoña, han
batido sus alas para abrir claros en la ilusión de mi vida. Escribir y publicar
lo que escribo para intentar que otros puedan ilusionarse.
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