Es increíble lo
que está sucediendo en este país, en esta España nuestra, cuyos gobernantes y
políticos no dejan de sorprendernos. Con lo que están pasando los humildes y
más sencillos ciudadanos, los que unos denominan de ciudadanía de base y otros
llaman afectados por la crisis, que parece que surgió por generación espontanea
pues nadie, absolutamente nadie de los culpables, la reconocen como suya y de sus
propios errores, y aquí los balones pasan por encima de todos sin que nadie, ni
ninguna causa judicial, sea capaz de bajarlos, rasarlos por el césped y ponga
orden en el juego.
Aquí no hay más
culpables que los ciudadanos que al final son los que pagan y consiguen poner a
flote al país con sus esfuerzos, con su propia sangre, con la entrega de sus
vidas. La hacienda pública, la nacional y la autónoma, no hacen más que
exprimirlos. Se permiten las subidas de los productos de primera necesidad.
Sube la luz, el agua, el gas y las telecomunicaciones, por mucho que nos
intenten engañar con ofertas que casi nunca se realizan en la realidad. El
abastecimiento diario es cada vez más escaso. Las familias se desestabilizan
cuando merman los fundamentos económicos, si éstas no están unidas con otros
tipos de vínculos emocionales.
En el parlamento
andaluz se debate la propuesta del Partido Popular para depurar
responsabilidades políticas con el caso del fraude de los ERE y se pide la
comparecencia del presidente José Antonio Griñan para que explique este desvalijamiento
al dinero público –que mucho me temo va a quedar pendiendo del hilo de la
impunidad- que debiera servir para solventar el futuro de quien ha trabajado
durante toda su vida; en parlamento nacional se pide la comparecencia del presidente
del estado, Mariano Rajoy, por parte de la oposición socialista y sus adláteres,
para que dé razones de su inocencia en el caso Bárcenas, o que reconozca su implicación
en este supuesto caso de financiación ilícita de su partido y los beneficios
obtenidos por algunos de sus correligionarios. En Andalucía, los partidarios
del partido popular demandando explicaciones a sus oponentes políticos; en el
parlamento de la nación, son los socialistas los que se alzan en armas y rasgan
sus vestiduras ante los desmanes de los populares. En ninguno de los dos
sitios, se dignan a dar explicaciones, en ofrecer una versión que favorezca la
paz social, que tranquilice los exaltados ánimos que comienzan a inundar las
calles.
Ninguno de los
principales responsables políticos se ha dignado a ofrecer una explicación que
los legitime en el valor de la verdad, que abra una puerta a la esperanza de un
nuevo futuro limpio. Ya es era que se cumplan los principios bonancibles de la
política. La figurada honestidad de mucha gente está en juego. Por estos hechos
no particularizan ni hace excepciones sino que propician la generalización.
Tanto es así que hay una multinacional de bebida refrescante intentando homogeneizar
la inocencia y la buena voluntad de todos los políticos. ¡La concepción que tendrá
esta sociedad de quienes la gobiernan!
El otro día
durante el desayuno, acodado en la barra del bar, un viejo se lamentaba de la
poca iniciativa de lucha obrera de esta nueva generación que se preocupa más
por mantener su imagen física, de obtener bienes materiales fútiles y banales y
procurar momentos de efímera felicidad que de procurar el asentamiento de los
valores, de la igualdad y de instauración de una sociedad donde la libertad no
fuera la obtención de una bolsa de monedas para dilapidarla en un fin de semana
de lujuria y desenfreno. Un joven se volvió y con cierta ironía le contestó, ¿para qué? Para ver cómo cinco sinvergüenzas
se llevan los dineros y no pasa nada y mi hermano, por robar cincuenta euros
lleva tres años en la cárcel.
En Andalucía se
han llevado cientos de millones destinados a los ERES. En Madrid debaten si el
Partido Popular se ha financiado ilegalmente. En Sevilla y en la capital se
guarda un escrupuloso silencio. Todo es un paripé, no vaya a ser que unos y
otros acaben en la cárcel y se terminen las mamelas. Silencio, mucho silencio.
Los gritos se concentran en los salones de las familias de los cinco millones
de parados.
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