La
distancia no significa una traba. Apenas cruzamos el primer mensaje y ya
habíamos limado las líneas kilométricas que nos separaban. Son esas cosas que
pasan cuando tienes una responsabilidad que afecta a las emociones. Desde que
acepte mi puesto quise desprenderme del oficialismo institucional que rodeaba
el cargo, arrancar esa aureola con la que quieren imponernos. No sé si he
logrado el propósito. Soy de los que piensan que la casualidad no existe, que
estamos ligados a la causalidad, a los designios de la Providencia, que marca
el camino y la fortuna. Desarraigar el oficialismo fue una de mis premisas. Pronto
me dí cuenta de lo acertado de mis actitudes. El mejor patrimonio, el más
valioso y precioso de los bienes de una hermandad, tras las Sagradas Imágenes, son
sus hermanos, y los devotos que se acercan para crear un ambiente de confidencialidad
entre Dios y ellos. Ése es el mejor de los tesoros.
Los
padres de María enviaron un email desesperado. La niña tiene tres años y padece
una enfermedad muy grave, tanto que en su corta existencia, no llega a
reconocer del todo las paredes de su habitación porque ha pasado, casi toda su
corta existencia, en una estancia del hospital. María tiene una vitalidad
excepcional, me decían. Y a fe que las palabras, aún en la frialdad de una
pantalla de ordenador, que no hay cosa más impersonal, alteraron la
tranquilidad de mi ser. Habían oído comentar, a una religiosa del centro
sanitario, donde se trataba al niña, que la Virgen de la Esperanza hacía honor
a su designación teológica, que eran muchos los sanados tras la invocación de
su nombre, muchos los que había recuperado la fe y la vida cuando pusieron la
suya en sus manos, cuando alguna prenda de su celestial ajuar se depositaba en
su cuerpo, muchos que se había desprendido de sus dolencias refugiándose en su
mirada y en su rostro. La desesperación de estos padres, la hija empeoraba, le
hizo ponerse en contacto con la Hermandad. Desde Valencia llegó la llamada de
auxilio. Pedían un pañuelo de la Virgen. Tenían la fe, de la recuperación de su
niña, depositada en los encajes y texturas de una prenda que estuvo en las
manos de la Madre de Dios. Nos demoramos un poco porque no todos los días se
cambia este lienzo que atesora todas las gracias. El retraso provocó el
llamamiento consternado de los padres, aún
no lo hemos recibido y nos urge que María lo tenga. Este grito de auxilio aceleró
los procesos. Le enviamos el pañuelo. Recibimos las emocionadas palabras de la
madre en respuesta al envío. Quedamos en mantener correspondencia sobre la evolución
de la enfermedad de María.
Hace
unos días, la especialista pediátrica que llevaba a la niña, se desplazó a
Sevilla para participar en un congreso médico. Lo primero que hizo, me cuenta,
fue desplazarse hasta la Basílica para ver a la Virgen y para darme las gracias
por el envío del pañuelo. Aún ahora, cuando escribo esto me tiembla el pulso.
María no ha podido superar la enfermedad y falleció a finales de mayo. Pero
allí estaba la mujer, dándome las gracias y un abrazo, que traía de la familia,
por las atenciones y por el bien que estaba haciendo el pañuelo, la prenda
donde se aferran ahora unos padres desconsolados que se refugian en su blancor
y sus ribetes, porque sus padres hallan consuelo en este trozo de tela en la alegría
de saber que María reposa y se acuna en los brazos de la Virgen.
Nada
es casualidad. El pañuelo consuela y da alegría, como lo hace desde su camarín,
cada día del año, La que se presenta ante nosotros para otorgarnos la gracia de
la Esperanza. Ahora, ya conocemos a María.
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