Todo lo que sube baja. Es una ley
física que no tiene contra respuesta posible. La ley de la gravedad, desde que
Newton la proclamara, es inamovible, irreversible. Como lo son la naturalidad y
la esencia de las cosas. Una piedra, lo que de niños describíamos como un
china, es una piedra aquí, en Pernambuco o la Conchinchina. No hay otra.
Hace
algunos años, casi tres décadas ya, al hilo del tirón, relumbre y renacimiento
de la fiesta religiosa más importante de la ciudad, se crearon unas
asociaciones que giraban en torno a las esencias y verdades de la Semana Santa
de Sevilla. La institucionalización de algo tan natural como eran las
tertulias, en las trastiendas de los antiguos comercios de ultramarinos, en los
colmados con aromas a especias y a embutidos, a aceite a granel y legumbres
expuestas en sacos, vino a configurar un nuevo panorama en la vida social
sevillana. La naturalidad de los encuentros, nunca forzados, sin necesidad de
levantar actas sobre lo que se hablaba, sin más solemnidad que la que promovía
la amistad y la camaradería, en torno a una botella de vino y un papelón con
rodajas de chorizos, salchichón o chicharrones de Roig, se vio suplido, de la
noche a la mañana, por unas instituciones nuevas, con formalidad estatutaria,
con regímenes focalizados en la imposición de la tradición, menos escrupulosa
como norma.
Aquellas
primeras asociaciones sirvieron, al menos, para revocar y asegurar la
permanencia de la fiesta secularizada, en los más remotos lugares de la ciudad,
en aquellos espacios donde las hermandades y cofradías no llegaban, donde
vivían sus hermanos y devotos. Cumplían una función. De todas aquellas, que nacieron en estas
circunstancias, con naturalidad y sencillez, apenas quedan hoy algunos
vestigios. La vorágine tertuliana de las medianías, de la década de los
ochenta, se ha resuelto con la depuración esencial y natural. Hoy quedan apenas
cinco o seis de aquéllas y mantienen su idiosincrasia y sus fines. Sabían lo
que hacían y, aún hoy, continúan sabiéndolo. Se limitan a la magnificencia y la
sacralización de sus sentimientos. Han depurado, eso sí, sus comportamientos y
placen en el bienestar de la amistad de sus integrantes. Siguen reuniéndose
para hablar de Semana Santa, para recordar los mejores momentos de los días
grandes de la ciudad. Disfrutan con ello y guardan la certeza de la verdad de
la fiesta religiosa. Continúan viviendo, enttre tanto despropósito, porque no
han tergiversado sus principios fundacionales, porque han traicionado a la
memoria y al sentido común, porque sus comportamientos se sitúan en la claridad
de sus intenciones. No han traspasado la línea que han llevado a otras
despeñamiento y a la desmembración.
Hubo
otras que quisieron transgredir las lindes. Acaparar el protagonismo que se les
negaba en las hermandades y cofradías, porque en éstas fueron descubiertos o
simplemente, sus aspiraciones no cumplían el requisito del servicio, de la
entrega anónima que es lo que las hace grandes, lo que ha propiciado su
consumación y pervivencia durante siglos. Y algunos tomaron derroteros
equivocados. Quisieron construir, en dos días, lo que tarda siglos en
consumarse. Estos disidentes intentaron elevar a sagrado lo vulgar.
Consiguieron adquirir imágenes de Cristo, de la Virgen, y las entronizaban en
los salones de sus casas, o peor aun, buscaban un rincón en el garaje y allí,
decían, rendían culto, cuando el propósito era bien distinto, y a buen
entendedor pocas palabras bastan. Algunos llegaron incluso a formalizar
procesiones, con más presencia policial a su alrededor que algunas hermandades
con siglos de existencia, que sé de muchas que tienen que cortar el tráfico
ellas mismas. Bandas de música que se prestaban, y se prestan a estos esperpentos,
a estos despropósitos donde la presunción, la vanaglorio y hasta el pavonea
campan a sus anchas; cortejos que ya quisieran algunas de Gloria y enseres
prestados, atento al dato, por cofradías con sede en el barrio, y donde la
única reserva espiritual que se realizaba era la de la notoriedad. Y hasta
carteles de convocatorias donde se celebraba la estación penitencial, a la
asociación cultural del barrio. ¡E izquierdos por delante a un símil de
paso de palio! De aquellos lodos estos barros.
Leo
con estupor, y hasta con vergüenza, cómo se comercializa con una imagen que
llegó a procesionar, cómo se anuncia en una revista de compra y ventas. ¿Era
necesario este estraperlo sentimental? ¿Era preciso aquéllo para escarnio de
quienes sienten y viven la fe en torno a las Imágenes Sagradas, de quiénes sí
saben que la verdadera Esencia se encuentra depositado en el tabernáculo, en
los sagrarios? Esta vulgarización de los sentimientos y la devoción tiene sus
culpables que no midieron la dimensión de sus acciones. Una vez más la vanidad
de los hombres intenta sobreponerse a las creencias y la devoción anclada en
los siglos. Ignorantes que prefieren la presunción a la Verdad, que se humilla
en los Sagrarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario