Gente
que ha dormido a la puerta del centro sanitario. Ciudadanos que han esperado,
con paciencia y resignación, el conocimiento de la feliz noticia. Es bonito un
alumbramiento, esta alegría de la vida manifestándose en sus ojos, aún sin
poder reconocer cuánta belleza le rodea. Una multitud congregada a la puerta
del hospital que ha vitoreado la noticia, vociferada por un relator, ataviado
con las galas decimonónicas que rigen todavía el protocolo de la casa real
británica. Salvas anunciando el feliz acontecimiento, honores en la puerta del
palacio de Buckingham, y la muchedumbre dando vítores y exaltando alegrías por
el nacimiento del heredero y sacando fotos de un trípode con un cartelito donde
se anuncia, escuetamente y con escritura manual, el feliz alumbramiento. La
casa real británica sigue siendo, para el pueblo inglés, un referente
dogmático, un estamento que les profiere el mayor y mejor de los respetos. La
figura del rey, en este caso de la reina Isabel II, es poco menos que intocable
y fideliza la tradición monárquica de siglos. En todas las ciudades del reino
se felicitan por la continuidad y el asentamiento de la monarquía. En las
esquinas de los pueblos, esas bellas, frondosas y verdes villas que parecen extraídas
de las novelas Charlotte Brontë o Jane Austen, se ondean banderas y se entona
el Dios Salve a la Reina, con solemnidad y emoción. Es el sentido de la patria
y la unidad que parece empezar a disolverse en otros lugares del mundo.
Aquí
en España seguimos confundidos, extraviados en pensamientos independentistas,
quemando banderas de la nación y silbando cuando se entona el himno. Esa es la
diferencia, extraordinaria y mayestática, que aleja de la modernidad y el
progreso a este país. Las viejas ideas de fragmentación del territorio
nacional. Mientras que en el norte de Europa, no sólo no se revienta la unidad,
sino que se favorece la unión –miren el ejemplo de Alemania- para poder salir
adelante, para engrandecer a quienes viven, hablan, siente y padecen, en unos
mismos límites territoriales, en nuestro país se fomenta la desunión, se
acrecienta y beneficia el rencor entre los diferentes pueblos, intentando
vendernos las diferencias entre sus ciudadanos.
No
estoy yo por ésto de las desigualdades clasistas. Muy al contrario. A veces me
cuesta mucho comprender porque el mero hecho de nacer en una familia u otra, en
una región u otra, condiciona la vida de las personas. No logró todavía
entender estas divergencias. Serán cosas de las malas voluntades de algunos
hombres. Pero esas exclamaciones de alegría, esas manifestaciones festivas por
el nacimiento del heredero a la corona inglesa, no es más que el refrendo a
siglos de patriotismo, a cientos de años de avances. ¿Han dejado los ingleses atrás
el progreso y el bienestar por adorar su bandera y entonar su himno con
orgullo? ¿Han perdido sus señas de identidad los escoceses, los galeses o
incluso los irlandeses del norte? Tienen hasta sus propias selecciones
nacionales de fútbol y rugbi. ¿Le han sido sustraídas sus manifestaciones u
opiniones? No. Siguen proyectándose y pronunciándose con absoluta libertad. Es
más, que no le toquen los cojones, porque se apiñan y son capaces de derrotar a
quienes osen faltar al honor de sus emblemas patrióticos, entre ellos, la
Reina, por mucha ginebra que la mujer beba. Nadie es perfecto.
Aquí
seguimos silbando al himno, ultrajando la bandera, quemando fotografías de
reyes y pisoteando la dignidad de los contrarios. Todos contra todos no vaya a
ser que la unidad nos haga mejores y más grandes. Aquí solo ondeamos banderas y
gritamos el nombre de España cuando una selección gana un mundial o un piloto
de coches se sube a un pódium. Seguimos avanzando hacia el precipicio y adentrándonos,
cada vez más, en las profundidades del atraso. Una pena. Aquí nace un heredero
y lo más relevante es que salga en la portada del Hola.
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