Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

viernes, 20 de septiembre de 2013

Es mejor ser bueno

Creo que pertenezco a este grupúsculo de la generación de románticos en la que me críe –en vías de extinción, supongo- y en la que creo todavía, en la que descubrí la pulcritud y la blandura de la inocencia, de esos últimos ilusos que creemos en la honestidad y la ingenuidad, que cuando alguien acomete una acción jamás pensamos que pueda llevar dobleces ni esconder malicia. No me arrepiento de este candor. Muy al contrario me enorgullezco de ello. Siento, en esas experiencias que mantengo mi propia identidad, que se siguen compartiendo las cosas grandes de la vida, que las emociones se muestran con mayor rotundidad y nos enervan los sentidos.
Uno de los primeros libros que me impresionaron, por la contundencia de su mensaje, por la intensidad filosófica que transmitía y por la bella crudeza de la narración y evolución de las circunstancias del personaje principal, fue Emilio o De la Educación, de Jean-Jacques Rousseau. Conmociona el hilo argumental de esta obra filosófica en la que su autor, estamos hablando de la medianía del siglo dieciocho, unas decenas de años antes de la toma de la Bastilla, con la que dio inicio la revolución francesa, aborda temas políticos y filosóficos concernientes a la relación del individuo con la sociedad, particularmente señala cómo el individuo puede conservar su bondad natural, un don que prevalece en el momento mismo del nacimiento hasta los primeros síntomas de la razón incrustándose en la vida misma del individuo. Rousseau sostiene que el hombre es bueno por naturaleza, mientras participa de una sociedad inevitablemente corrupta, que lo va apartando, invocado por las propias necesidades de los intereses y conveniencias, casi siempre ajenos a su propia. En Emilio, el filósofo francés propone, mediante la descripción del mismo, un sistema educativo que permita al “hombre natural” convivir con esa sociedad corrupta. Rousseau acompaña el tratado de una historia novelada del joven Emilio y su tutor, para ilustrar cómo se debe educar al ciudadano ideal, preservarlo de la maldad impuesta por la propia sociedad y conseguir que el hombre mantenga puro y equilibrado, en la razón y en el sentimiento.
Aquella obra me enseñó a contemplar, como otras después vinieron a certificar mis intuiciones, a distinguir y separar las cosas buenas de las malas, a aceptar que la ingenuidad no debe verse sometida a la superioridad de la razón, que son cosas que pueden compaginarse sin alterarse ni descomponerse la una con la otra, y no llegar a relegar a aquella en los supuesto de imbecilidad. Ser buenos no debe llevar aparejado ningún sometimiento. Pero es cierto que la sociedad corrompe, que el género humano prefiere encadenarse a la maldad porque reporta mayores beneficios, principalmente materiales. Por eso no está bien visto ser bueno, o intentar serlo. Lo principal en estos acontecimientos, cuando alguien ejecuta una acción, es presuponer su mala intención para poder ejecutar del mismo modo sus propósitos. Piensa mal y acertarás, es un dicho que cobra todos los días sus diezmos a esta sociedad que necesita alimentarse y devorar la buena voluntad, que se robustece con la mala interpretación de quienes intentan hacer las cosas desprovistas de maldad.
Prefiero seguir siendo un pequeño romántico, empedernido seguidor de sus valores y manifestarme siempre, siempre, con la presunción de inocencia de mis semejantes. Seguiré intentando mantenerme en estos postulados, que me proporcionan felicidad y dicha e incluso me dejan dormir.

Sin duda alguna es preferible mantenerse en la caridad y en la naturaleza bondadosa del hombre a bordear las turbulentas orillas de la sobriedad de la razón. Es bueno ser bueno.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Sentimiento puro y sanseacabó*

           
¡Qué le vamos a hacer! Dicen que el sufrimiento va aparejado al sentimiento. Debe ser verdad. Sentir cómo se hunde la espada del dolor, cómo atraviesa la carne su afiliada hoja, es verificar la existencia y la certidumbre de saberse vivo. Aún en esos momentos experimentamos la notoriedad de la vida, la importancia de conducir un proyecto y al final emergemos en la ilusión para recuperar la alegría.
            Hace ciento seis años, un doce septiembre, nacía un club de fútbol que, con el transcurso del tiempo, vendría a glorificar muchos espíritus, a deshacer muchas penas y a contribuir en el sentimiento trágico de la vida, que no sé yo si Unamuno ya intuía lo que sería el beticismo. Cada uno es como es y vive las cosas como las tiene que vivir. Es una suerte sentimental que nos corresponde manejar. En la variedad está el engrandecimiento del espíritu.
            Hace ciento seis años que se comenzó a construir una gran ilusión. Más de un siglo de vida y ahí está, tan vivo, tan grande y tan importante para muchos que lo han convertido en una referencia filosófica. No tiene límites este Betis. No se encuentra nada más importante, anclado en algunos corazones, que las trece barras verdiblancas, ni corre nada más importante por las venas que un caudal de campos de trigos, de fachadas de casas albeas, recorriendo la sinuosidad de las calles en los pueblos. Nada con más gloria que este sentimiento que ha traspasado las fronteras del deporte para convertirse en una emoción constante.
            Están curtidos, los corazones verdiblancos en las desgracias. Saben que la derrota no es más que excusa del destino para conseguir la felicidad en las victorias. En más de un siglo de existencia, este Betis nuestro, ha conocido los rigores del infierno, las desgracias de los duros inviernos en categorías futbolísticas que hicieron mayor su leyenda. Cada vez que ha caído se ha levantado con más fuerza pues nunca dejaron los suyos de ondear la bandera de la esperanza, de recuperarse de cada golpe con una sonrisa y si la caída se propiciaba en senderos de tierras, levantarse con la frente alta y orgullosa, desasirse del polvo y empezar de nuevo a caminar hasta alcanzar los horizontes que siempre son luces de alba. Esos son los pasos con los que se consiguieron las mejores proezas, las mejores gestas, quijotes que no se preocupan del futuro porque tienen siempre un presente de lucha, caminar siempre, sin parar, sin pausa, émulos de las vivencias cervantinas, en boca de don Alonso, a la pregunta del fiel escudero. ¡Hacia dónde, señor! ¡Adelante, Sancho, siempre adelante!
            Ciento seis años de vivencias, se sentimientos transmitidos de padres a hijos, como legado único de la dignidad, como pertenencia inviolable e insustraible. Años que han ido marcando el devenir de los acontecimientos de un club de fútbol que tomó los derroteros de sus propios seguidores hasta convertirse en un modo de entendimiento de la vida, de una manera sentimental de alzarse contra las adversidades diarias, contra la rutina de una existencia acomodada.
Ciento seis años de lágrimas que regaban las angustias de descensos, de lágrimas que baldeaban las gradas con el júbilo de la recuperación de la categoría. Cientos seis años de emociones, de manos de niños que buscaban las de sus padres, para dejarse guiar por el sendero de la ilusión, por esa vereda que abría espacios con las sensaciones y se cerraba en la melancolía de la vuelta por la Palmera cuando la victoria se negaba al ímpetu. Himnos coreados por decenas de miles de voces, por gargantas que nunca dejaron de animar, que siempre alentaban. Hasta en los momentos de mayor precariedad, hasta en los instantes que parecía diluirse el sentimiento, siempre había uno que tomaba el relevo, asía el mástil y, invocados por el grito de Betis, Betis, ondeaba la bandera y resurgía, como el ave fénix, la grandeza, la dignidad y la gloria.

Ciento seis años y tan vivo, tan joven, tan gallardo. Ciento seis años de sentimiento puro y sanseacabó, lo dijo ayer Curro Romero, que algo de sentimientos y emociones sabe. ¡Será que beticismo es analogía de sentimiento!


*A mi sobrino Luis, que siente esta herencia sentimental como su propia vida.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La ignorancia supina de un político

La vida está marcada por una serie de normas que nos atan a la mansedumbre de la costumbre. Nos descubrimos a los peores secretos y nos rendimos en cuanto vemos que no se cumplen las expectativas por aquellos otros acontecimientos ocultos que se obstinan en la inviolable sentencia de la confidencialidad. Hechos naturales que las supersticiones han elevado a la condición del esoterismo, cábalas insolucionables que han promovido leyendas y cuentos.
Sabemos que las cosas minúsculas atrapan el tiempo y convierten su paso en un transcurrir monótono, carente de cualquier sentido de satisfacción. Dicen algunos que todo depende del estado de ánimo. Pero es necesario contraer obligaciones que nos aten al conocimiento y que nos separen de la ignorancia para ver lo que realmente importa, lo que es trascendente e inmortal. Alejados del oscurantismo que promueve la conciencia perdida en banalidades poco científicas podremos llegar a conclusiones que nos permitan la resolución de estos enigmas que anegan nuestra escasez de conocimientos y que nos engulle sin saber separar lo importante y lo banal. Más aún, estamos anclados a futilidad y la nimiedad, en la cuadricula de una razón dirigida que nos incapacita en la distinción y la diferenciación entre lo bueno y lo malo, lo inocente y lo premeditado.
Vamos diluyendo la verdadera importancia de las cosas en las turbulencias de una información dirigida, que nos conduce a planteamientos que  no interesan a nadie, para distraernos de los verdaderos sociales que nos están privando de la libertan y los derechos. Nos distraen con eventos que nada tienen que ver con el encuentro de soluciones, con la precariedad en la situación laboral de millones de ciudadanos y con la falta oportunidades a una generación de españoles que empiezan a poner en duda si verdaderamente ha valido la pena dejarse los mejores años de su vida estudiando, en prepararse concienzudamente, porque ven derrotados sus esfuerzos y la vocación por personajillos, sin ningún valor moral ni ético, que convierten sus inmundicias en preocupaciones, sus escándalos en una razón para tertulias fanáticas sobre sí las nalgas de un tipo o las tetas de una chica, son mejores o peores que las de sus oponentes en un plató o un estudio. Y lo peor, es que están narcotizando, con estas estupideces, a la ciudadanía que debiera rebelarse por la falta de cultura, por la escasez de oportunidades a quienes se la merecen, por la implantación de leyes que van restringiendo los derechos fundamentales y por los constantes recortes en sanidad. Claro que con la estirpe política que nos gobierna, más preocupados en sostener sus influencias y en meter la mano en cualquier caja, así nos va. Y no son precisamente los políticos que cuentan con mayor formación quienes cometen estos desmanes. Son precisamente los que resguardan sus fechorías en siglas de un partido de carácter obrero o sindical – caso ERE ¡qué vergüenza Dios mío!-, los que suelen cometer los mayores desmanes, los peores despropósitos contra los que tendrían que defender. Pierden sus cuitas en dilucidar qué nombre se pone a una calle o manifestar su oposición a ello, sin tener constancias sobre el origen de la nueva denominación en el nomenclátor de la población.
Ya se dio en nuestra ciudad el caso de la supresión de la avenida General Merry, adecuándose a la normativa de la Ley de Memoria Histórica, desconociendo que el citado militar era un héroe de las guerras del ultramar, en las últimas décadas del siglo XIX. Ignorantes que no conocen ni la propia historia de la ciudad que gobiernan.
Ahora se ha vuelto a producir un nuevo hecho -¿escándalo tal vez?- que viene a demostrar que seguimos dirigidos por incultos y memos que ni siquiera son capaces de verificar lo que le ponen por delante.  Será para que no les quiten las mamelas de las ubres del partido no vaya a ser que tengan que coger un pico y una pala y partirse el lomo en un zanja. Con lo fresquito que se está en verano, y lo calentito en invierno, en la sala de plenos de un ayuntamiento. Esta vez ha sido en Mijas, donde un concejal de Izquierda Unida ha dado muestras sobre la desfachatez y la ignorancia más absoluta, que debe ser una premisa indispensable para ingresar en este partido, negándose a la rotulación de una calle como avenida de los Descubrimientos, al considerar este individuo que las implicaciones políticas, de ideología españolista excluyente, encubren una situación de dominación, en el pasado, y de sustracción de los valores antropológicos a los nativos de la América Precolombina y aduciendo además, que se engrandecen los valores imperialistas europeos que sometieron y vejaron a las culturas establecidas en el nuevo mundo, proponiendo la alternativa de nominar la calle como Villa Romana. No se puede ser más torpe ni más inculto. Se lo puso a güevo al alcalde que enseguida replicó, con argumentos bastante sólidos, sobre la conducta del imperio romano con los ciudadanos de las tierras que conquistaban, imponiendo su cultura y sus religiones, por la fuerza, a sangre y fuego.

Pues éstos son los que defienden, dicen, a los obreros y campesinos del país.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La amistad incomunicada

           
 Debe ser por la edad o por los intereses particulares de cada uno. Afortunadamente no se ha perdido del todo este vínculo que nos hace merecedores de la grandeza humana. Muchos quieren presumir de este don, de este bien inmaterial que se fija en las profundidades del alma, cuando la simiente verdaderamente arraiga.
            Es verdad que las condiciones actuales, la evidencia de un claro retroceso en los valores fundamentales de las personas, se han visto menoscabados por los avances tecnológicos que nos han situado en la cima pero que han propiciado otra nuevas tendencias de relaciones vitales y que suelo llamar la comunicación incomunicada.
            Hace apenas unos años, aunque para muchos de los jóvenes actuales, que han nacido con un smartphone en la mano y que saben manejar con apenas tres años, el único medio de comunicación que teníamos, el único vínculos que soportábamos para poder llegar a tener amigos, era la palabra, la conversación directa y el roce físico con el descubríamos los sentimientos que fluían en la piel y no en pantalla táctil. Está muy bien ésto de la tecnología de la comunicación, internet y sus millones de aplicaciones para poder transmitir información. Es fácil de utilizar y posibilita el intercambio de pareceres, facilitando el conocimiento y acercando al que está lejos. Hace unos días podíamos hablar y ver a nuestra niña que está en Bielorrusia, como si se encontrara en el salón de casa. Pero es muy conveniente no caer en la banalidad porque nos puede llevar a la adicción y por consiguiente a la precariedad de no saber vivir sin tener un aparatito de éstos, de última tecnología, hasta para que nos indique cuando tenemos que ir a mear. Todo se andará.
            Como decía, hace apenas unos lustros, vivíamos, comíamos y hasta nos divertíamos rozándonos, sintiendo como fluían los sentimientos, cómo los percibíamos de inmediato. Bastaba con ver acercarse a tu amigo y descubrir el índice de felicidad o abatimiento en el brillo de sus ojos. Paseábamos, qué cosa más bonita es pasear junto a una persona querida, y nos relataba sus desventuras. El hombre de por sí es más propenso a desvelar sus penalidades. Las alegrías se comparten con mayor facilidad. Hablábamos y el torrente de la voz llenaba nuestros sentidos y surgía el consuelo con más palabras, con entonaciones que capacitaban al desalojo de la tristeza y si éramos capaces de transmitir ése consuelo, descubrir en la sonrisa de nuestro amigo un hilo de esperanza. Nos abrazábamos y compartíamos, con el contacto, aquellas manifestaciones sentimentales. Era la manera de experimentar la satisfacción, de llegar a saber que siempre teníamos unas manos que nos tocaban, unos labios que nos besaban, una piel que se erizaba cuando la necesitábamos. Esa proximidad nos confería seguridad en los afectos, en la cimentación de la amistad. Debe ser por eso que recordamos mejor, y con más cariño, a los amigos de la infancia, a los de la juventud, aquellas pandillas que deambulábamos por la ciudad conversando y, sentados alrededor de unos veladores, disfrutando de la versatilidad de unos brillos en los ojos, de los que algunos quedamos prendados.
            Hoy, en demasiadas ocasiones, somos acorralados por la soledad, por este mundo de comunicación incomunicada, que nos separa de las personas a las que creemos querer, sin saber con certeza, si somos correspondidos, todo los más que sacamos es el envío de un emoticono con semblantes distintos, según el estado de ánimo. Sentimos cómo nos rodea la soledad, con más fuerza, cuando nos vemos destrozados por los problemas, la mayoría de veces económicos, y ni siquiera sentimos el calor que nos conforte, cómo huyen algunos cuando presienten la desgracia del amigo y ni siquiera contestan a los teléfonos, a los email, a los mensajes, a los whatsapp, creyendo que van a mendigar, cuando sólo se busca una palabra de aliento, un abrazo que nos desarraigue de la tremenda aflicción que nos consume. Una palabra y mano. Sé de personas que se han visto acosadas por “amigos” cuando la abundancia y la suerte le rodeaban, cuando podían invitar y hacer favores, cuando eran capaces y que ahora se ven apartados por aquellos mismos que los abrazaban. Sé de personas, y esto es aún mucho más triste, que están inmersas en graves problemas de salud que se ven aisladas porque es un compromiso grande acompañarlas en estos momentos de dolor. Sólo la tecnología les procura un sosiego espiritual y la creencia de que cumplen porque envían un mensaje, “perdona que no te haya podido acompañar en estos últimos meses pero estoy muy ocupado”. Cosas de los tiempos que vivimos.

            Como dice Antonio Santiago, que se deja guiar por la Esperanza, para acercárnosla en las madrugadas del viernes santo, corred y abrazad y besad a los que queréis, porque mañana puede ser tarde. Un certero y hermoso consejo que yo expando desde estas humildes líneas y añadiría que no dejemos solos a los que sufren, porque cuando los llamemos amigos estaremos mintiendo, estaremos engañándonos nosotros mismos. Usemos la tecnología para cubrir nuestras necesidades, para que nos acerquen a los que están lejos, que no nos alejen de los que están cerca, pero que no sirvan para suplantar los sentimientos y la amistad.