La vida está
marcada por una serie de normas que nos atan a la mansedumbre de la costumbre.
Nos descubrimos a los peores secretos y nos rendimos en cuanto vemos que no se
cumplen las expectativas por aquellos otros acontecimientos ocultos que se
obstinan en la inviolable sentencia de la confidencialidad. Hechos naturales
que las supersticiones han elevado a la condición del esoterismo, cábalas
insolucionables que han promovido leyendas y cuentos.
Sabemos que las
cosas minúsculas atrapan el tiempo y convierten su paso en un transcurrir monótono,
carente de cualquier sentido de satisfacción. Dicen algunos que todo depende
del estado de ánimo. Pero es necesario contraer obligaciones que nos aten al
conocimiento y que nos separen de la ignorancia para ver lo que realmente
importa, lo que es trascendente e inmortal. Alejados del oscurantismo que
promueve la conciencia perdida en banalidades poco científicas podremos llegar
a conclusiones que nos permitan la resolución de estos enigmas que anegan
nuestra escasez de conocimientos y que nos engulle sin saber separar lo
importante y lo banal. Más aún, estamos anclados a futilidad y la nimiedad, en
la cuadricula de una razón dirigida que nos incapacita en la distinción y la
diferenciación entre lo bueno y lo malo, lo inocente y lo premeditado.
Vamos diluyendo
la verdadera importancia de las cosas en las turbulencias de una información dirigida,
que nos conduce a planteamientos que no
interesan a nadie, para distraernos de los verdaderos sociales que nos están
privando de la libertan y los derechos. Nos distraen con eventos que nada
tienen que ver con el encuentro de soluciones, con la precariedad en la situación
laboral de millones de ciudadanos y con la falta oportunidades a una generación
de españoles que empiezan a poner en duda si verdaderamente ha valido la pena
dejarse los mejores años de su vida estudiando, en prepararse concienzudamente,
porque ven derrotados sus esfuerzos y la vocación por personajillos, sin ningún
valor moral ni ético, que convierten sus inmundicias en preocupaciones, sus escándalos
en una razón para tertulias fanáticas sobre sí las nalgas de un tipo o las
tetas de una chica, son mejores o peores que las de sus oponentes en un plató o
un estudio. Y lo peor, es que están narcotizando, con estas estupideces, a la ciudadanía
que debiera rebelarse por la falta de cultura, por la escasez de oportunidades
a quienes se la merecen, por la implantación de leyes que van restringiendo los
derechos fundamentales y por los constantes recortes en sanidad. Claro que con
la estirpe política que nos gobierna, más preocupados en sostener sus
influencias y en meter la mano en cualquier caja, así nos va. Y no son
precisamente los políticos que cuentan con mayor formación quienes cometen
estos desmanes. Son precisamente los que resguardan sus fechorías en siglas de un
partido de carácter obrero o sindical – caso ERE ¡qué vergüenza Dios mío!-, los
que suelen cometer los mayores desmanes, los peores despropósitos contra los
que tendrían que defender. Pierden sus cuitas en dilucidar qué nombre se pone a
una calle o manifestar su oposición a ello, sin tener constancias sobre el
origen de la nueva denominación en el nomenclátor de la población.
Ya se dio en
nuestra ciudad el caso de la supresión de la avenida General Merry, adecuándose
a la normativa de la Ley de Memoria Histórica, desconociendo que el citado
militar era un héroe de las guerras del ultramar, en las últimas décadas del
siglo XIX. Ignorantes que no conocen ni la propia historia de la ciudad que gobiernan.
Ahora se ha
vuelto a producir un nuevo hecho -¿escándalo tal vez?- que viene a demostrar
que seguimos dirigidos por incultos y memos que ni siquiera son capaces de
verificar lo que le ponen por delante. Será
para que no les quiten las mamelas de las ubres del partido no vaya a ser que
tengan que coger un pico y una pala y partirse el lomo en un zanja. Con lo
fresquito que se está en verano, y lo calentito en invierno, en la sala de
plenos de un ayuntamiento. Esta vez ha sido en Mijas, donde un concejal de
Izquierda Unida ha dado muestras sobre la desfachatez y la ignorancia más
absoluta, que debe ser una premisa indispensable para ingresar en este partido,
negándose a la rotulación de una calle como avenida de los Descubrimientos, al
considerar este individuo que las
implicaciones políticas, de ideología españolista excluyente, encubren una situación
de dominación, en el pasado, y de sustracción de los valores antropológicos a
los nativos de la América Precolombina y aduciendo además, que se engrandecen
los valores imperialistas europeos que sometieron y vejaron a las culturas
establecidas en el nuevo mundo, proponiendo la alternativa de nominar la calle
como Villa Romana. No se puede ser
más torpe ni más inculto. Se lo puso a güevo al alcalde que enseguida replicó,
con argumentos bastante sólidos, sobre la conducta del imperio romano con los
ciudadanos de las tierras que conquistaban, imponiendo su cultura y sus religiones,
por la fuerza, a sangre y fuego.
Pues éstos son
los que defienden, dicen, a los obreros y campesinos del país.
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