Hace
ciento seis años, un doce septiembre, nacía un club de fútbol que, con el
transcurso del tiempo, vendría a glorificar muchos espíritus, a deshacer muchas
penas y a contribuir en el sentimiento trágico de la vida, que no sé yo si
Unamuno ya intuía lo que sería el beticismo. Cada uno es como es y vive las
cosas como las tiene que vivir. Es una suerte sentimental que nos corresponde
manejar. En la variedad está el engrandecimiento del espíritu.
Hace
ciento seis años que se comenzó a construir una gran ilusión. Más de un siglo
de vida y ahí está, tan vivo, tan grande y tan importante para muchos que lo
han convertido en una referencia filosófica. No tiene límites este Betis. No se
encuentra nada más importante, anclado en algunos corazones, que las trece
barras verdiblancas, ni corre nada más importante por las venas que un caudal
de campos de trigos, de fachadas de casas albeas, recorriendo la sinuosidad de
las calles en los pueblos. Nada con más gloria que este sentimiento que ha
traspasado las fronteras del deporte para convertirse en una emoción constante.
Están
curtidos, los corazones verdiblancos en las desgracias. Saben que la derrota no
es más que excusa del destino para conseguir la felicidad en las victorias. En
más de un siglo de existencia, este Betis nuestro, ha conocido los rigores del
infierno, las desgracias de los duros inviernos en categorías futbolísticas que
hicieron mayor su leyenda. Cada vez que ha caído se ha levantado con más fuerza
pues nunca dejaron los suyos de ondear la bandera de la esperanza, de
recuperarse de cada golpe con una sonrisa y si la caída se propiciaba en
senderos de tierras, levantarse con la frente alta y orgullosa, desasirse del
polvo y empezar de nuevo a caminar hasta alcanzar los horizontes que siempre
son luces de alba. Esos son los pasos con los que se consiguieron las mejores
proezas, las mejores gestas, quijotes que no se preocupan del futuro porque
tienen siempre un presente de lucha, caminar siempre, sin parar, sin pausa,
émulos de las vivencias cervantinas, en boca de don Alonso, a la pregunta del
fiel escudero. ¡Hacia dónde, señor!
¡Adelante, Sancho, siempre adelante!
Ciento seis años de vivencias, se
sentimientos transmitidos de padres a hijos, como legado único de la dignidad,
como pertenencia inviolable e insustraible. Años que han ido marcando el
devenir de los acontecimientos de un club de fútbol que tomó los derroteros de
sus propios seguidores hasta convertirse en un modo de entendimiento de la
vida, de una manera sentimental de alzarse contra las adversidades diarias,
contra la rutina de una existencia acomodada.
Ciento seis años
de lágrimas que regaban las angustias de descensos, de lágrimas que baldeaban
las gradas con el júbilo de la recuperación de la categoría. Cientos seis años
de emociones, de manos de niños que buscaban las de sus padres, para dejarse
guiar por el sendero de la ilusión, por esa vereda que abría espacios con las
sensaciones y se cerraba en la melancolía de la vuelta por la Palmera cuando la
victoria se negaba al ímpetu. Himnos coreados por decenas de miles de voces,
por gargantas que nunca dejaron de animar, que siempre alentaban. Hasta en los
momentos de mayor precariedad, hasta en los instantes que parecía diluirse el
sentimiento, siempre había uno que tomaba el relevo, asía el mástil y,
invocados por el grito de Betis, Betis, ondeaba la bandera y resurgía, como el
ave fénix, la grandeza, la dignidad y la gloria.
Ciento seis años
y tan vivo, tan joven, tan gallardo. Ciento seis años de sentimiento puro y
sanseacabó, lo dijo ayer Curro Romero, que algo de sentimientos y emociones sabe.
¡Será que beticismo es analogía de sentimiento!
*A mi sobrino Luis, que siente esta herencia sentimental como su propia vida.
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