Allí
estamos. Media cuadrilla delante del Cristo de la Sentencia. Joviales, unidos
ya por el abrazo aun cuando quedaran muchas horas para ungirnos en el
definitivo. No recuerdo el año, pero allí estamos. Sonriendo con premeditación
pero si alevosía, que los impulsos de la devoción surgen de improviso, porque
nos esperaba la gloria sumergidos en las galeras de esta impresionante nave de
amor. Un grupo de amigos dispuestos para la mejor labor, para entonar los
salmos de la redención que tienen su pretil coral en el barrio de la Macarena,
en los aledaños de las antiguas huertas que se transmutan en el tiempo y se
hacen presencia en los ojos, en las manos, en las voces y los vítores de su
gente, cuando el sol alcanza el orto del universo. Un clamor popular que
llegaba a través de los orificios labrados en los respiraderos, no para
aliviarnos del cansancio y dotar al cuerpo de oxígeno, que no nos hacía falta,
sino que nos llegaran los clamores populares, las aclamaciones multitudinarias
que son seguidas cuando se quiebran las emociones en el alma y brotan
incontenibles para ensalzar la figura del Sentenciado. Si la Virgen lleva
consigo la Universalidad de la belleza y la devoción, este Cristo es el
sentimiento y el asentamiento del fervor del barrio, lo que distingue su
carácter, profundizando en la religiosidad que se ancla en los mostradores de
las tabernas o en el mensaje salvífico que en la calle Parras, en una pizarra y
con tiza, se manifestaba con un Viva el Cristo de la Sentencia.
La
imagen nos recupera al tiempo pasado, aquel instante eterno en la espera y
convertido en suspiro cuando traspasábamos las lindes del territorio que
encontraba tras el muro aterciopelado, cuando nos fundíamos en la oscuridad aún
sabiendo que éramos parte del estallido lumínico que se presiente en los ojos
del Señor, en el aviso de salvación que van reluciendo en la cruz que forman
sus manos y que nos invitan a tomarla, a seguirla, a quererla y hasta a
fundirnos en el sufrimiento. Nunca el tiempo es tan fugaz como cuando nos
fijábamos a la trabajadera y nos fundíamos para convertir la comunidad en un solo
espíritu, en una sola fuerza capaz de trastocar la física y la teoría de la
gravedad. Newton no comprobó en sus tratados que había gente capaz de invertir
sus teoremas y que en vez de ser atraídos, elevábamos nuestros corazones al
lugar del cielo donde reside el amor.
Éramos felices,
como lo serán ahora, casi veinticinco años después, quienes tienen el honor de
transgredir las espesuras de la razón y
procurar la conversión al amor que pregona Cristo. Éramos felices, porque nos
sentíamos cerca de la dicha, porque sabíamos que los esfuerzos nos unían,
porque estábamos convencidos de la necesidad de Esperanza que se postra en los
bordes de las aceras y comenzaban reconciliarse con la ilusión transfigurada en
sus rostros, con la alegría de saber que en las lágrimas habitaba el
sentimiento de un recuerdo, la emoción de un padre que los instruyó en la
sensibilidad del cariño, de la voz de una madre que reclama por su nombre, a
uno de los que iban debajo, de un humilde macareno que no tuvo más sueño, ni
mayor pretensión, que se fiel a su devoción.
Esta
foto nos entrega la condición de los recuerdos. Esta foto es la ratificación de
la existencia de Dios. Éramos conscientes de la responsabilidad que adquiríamos
con el trabajo, con la forma de realizar la estación de penitencia con nuestra
Hermandad, hombres niños capaces de vencer los miedos, de relegar de la
soberbia para sumirnos en la dependencia de esa mirada sencilla y alegre –fijaos
cómo le brillan los ojos, como se personifica en su semblante la servidumbre y
la entrega- que nos obligaba, que nos obliga, a transmitir sus palabras, sus
hechos, sus mensajes y sus silencios.
Allí
estábamos. Nos llamó y acudimos, sumisos y prescindibles. Ser costalero macareno
es un marchamo de la mejor condición, es personificarse en elemento transmisor
de la Esperanza. ¡Qué suerte tuvimos, verdad! Un grupo de amigos, de cristianos,
convertidos al amor por el Cristo de la Sentencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario