
Yo quisiera saber cantar las virtudes que en Ti se centran, verter mis recuerdos en estas letras y trasladarme hasta la época en las que las mareas arañaban las orillas del río y transcribían las partituras de rezos populares ceñidos en camisas blancas, en sueños prendidos del alma que traían el festejo de cantos marineros que desde Sanlúcar llegaban, yo quisiera saber elevar todo el poder de tus gracias, esas con las que Te alababan los marinos de aquel vapor que de tanto ir y venir por el pasillo fluvial que las comunicaba, que las hacía hermanas, fueron forjando señales en las fraguas de sus aguas para santificar tu nombre, para invocar la protección cuando se rizaban en tempestades y escapar de las garras que en el profundo cieno esperaban para sustraer la alegría que en sus labios se esbozaban, cuando la calma llegaba reflejada en tu rostro iluminado.
Yo quisiera poder describir la belleza de tu cara, esa que se presentó, hecha mujer, enmarcada entre hábitos marrones, en sencillos escapularios que prenden de la nostalgia de una tarde de esplendor en el puente de Triana, en el frescor rezumado de un patio con guirnaldas muy cercano a la Barqueta, porque por la puerta pasaba La que es reina del cielo, la que le otorgó su nombre a la mujer que o en el canto de una nana que surge de la ventana de una casa de vecinos, donde se esparce la historia, donde la espera se vence con recuerdos de otra mañana cuando la gloria se nubla con la grandeza que pasa caminando hasta a San Gil, mientras la Virgen nos lanza la proclama que nos permite acercarnos al Dios que todo lo puede, al Dios que todo lo abarca, al Dios de las buenanuevas, de la vida de esperanza que nos hace ser mejores, al Dios que va recogido en su regazo, en abrazo maternal para mostrárnoslo, aquí está el Rey del mundo, el que viene a recordarnos que la vida es el amor y el premio el saber darlo.
Yo quisiera traer aquí un puñado de jazmines y un moño de pelo níveo que recogido al pretil de los años, los contenía con gozo. Y la mujer que salía al encuentro de tu paso, a buscarte por las calles, a rezar las letanías contenidas en tu salve, a confesarte el amor por el mero hecho de amarte. Vidas que cruzan sus vidas tan sólo con sus miradas, alma que prende en los cielos el fervor de la añoranza, revelaciones que pregonan los silencios que se lanzan desde las almenas cercanas, desde la puerta grandiosa por donde se asoma a la Gloria los que saben encontrarla. Camino que se va acortando, ansias que se van mostrando en las cuencas de sus ojos, lágrimas que se derraman, que se vierten por dolores que apuñalan sus sentidos y sólo Ella sabe su origen, sólo Ella puede calmarlas, confidencias de dos madres que para ellas quedan guardadas.
Yo quisiera retener ese juego de palabras que brotan del corazón, voces enamoradas que van taladrando el aire, que van construyendo salmos, rítmicas plegarias que convergen en la gracia de su nombre, jaculatorias que se susurran cuando la tarde se marcha y deja paso a la luna que se apresura a besarla con su claridad de nácar. Salve, Reina Estrella de los mares, soplo de amor en cada rogativa que se eleva hacia Tí. Salve, Madre de los cielos, que en la Macarena proclaman el amor de tus amores con esencias populares, con recuerdos que hoy bajan desde el cielo hasta San Gil para postrarse a tus plantas, para rendir pleitesía a la ventura plasmada en tu rostro, para alcanzar la bonanza que prometes en el dulzor de tu cara.
Salve, Reina de Esperanza, capaz de navegar por las truculentas aguas de nuestras almas y convertir la espesura en llaneza de bondad, en amor y compasión. Salve Virgen del Carmen, la que llena de gracia San Gil con la sólo pisar la plaza.
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