Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 14 de julio de 2011

DE CONTERTULIOS Y PROGRAMAS BASURA


Son como las plagas del antiguo Egipto, esos programas de televisión en los que los “contertulios” –¡si Tertuliano levantara la cabeza!- no hacen más que difamar, injuriar, provocar las iras del que tiene el valor de enfrentarse a su opinión, increpar a personajes que tienen, ni se les ofrece en muchas ocasiones, la posibilidad de una respuesta sin que sea avasallado por el energúmeno corporativismo de los presentes.
Hay excelentes y preparadísimos profesionales de la información ejerciendo de camareros -el que puede- para llevar un salario a casa, mientras estos individuos se forran y viven como verdaderos dioses, cuyo mérito en la mayoría de los casos es no haber dado un palo al agua, haberse acostado con un torero, haber despotricado contra personajes públicos que ni siquiera conocen, haber delinquido, con el agravante de mostrar su orgullo por ello, consumir, constante, deliberada y continuadamente estupefacientes o hasta por renegar de su propio hermano de sangre por un puñado de billetes. Este el cariz que los define. Ha suprimido cualquier valor para obtener prestigio social y sobre todo poder incrementar sus cuántas bancarias divulgando las miserias de los demás cuando no las suyas propias.
Lo peor de todo son las audiencias que las alimentan, los shares que es el término técnico con las que se definen. Esta es la cultura que nos han traído quienes proponían extenderla a todos los niveles. Esta es la cultura con la que se están formando los jóvenes, que prefieren imitar a estos villanos antes de consumar una carrera universitaria que requiere esfuerzo, dedicación y años de esfuerzo, que además no les garantiza la obtención de un puesto de trabajo. Demasiado riesgo, demasiada inversión para dar bandazos, de una empresa a otra, con una carpeta llena de curriculum bajo el brazo.
Ayer mismo tuve la mala suerte –mi enfermiza curiosidad me juega estas malas pasadas- de sintonizar un programa de televisión que arrasa en la sobremesa, cuyo fin último es mostrar las vergüenzas de un personaje. Asistí, con pena y coraje, al linchamiento público de la familia y el propio Ortega Cano. Lo curioso de todo era con el desparpajo y seguridad con la que vertían sus inmundicias –iba a decir informaciones pero sería compararlos con profesionales y sería miserable para éstos equipararlos en términos laborales-, y supuestos no sobre su vida profesional o sobre la desgracia que le ha puesto en primera fila de los medios de comunicación, sino sobre el proceder de su familia política. Aquí dejé de verlo. Mantuve la tentación, durante unos segundos, de retomar el sumarísimo juicio al que estaban sometiéndolo y ¡ojo! culpando ya al torero de algo que la justicia deberá dilucidar, en su oportuno momento, con las pruebas que aporten los diferentes cuerpos que han instruido las diligencias e investigado los hechos con objetividad, pero preferí apagar el televisor y leer en vez de seguir oyendo las injurias y calumnias que se vertían con la mayor naturalidad pero sin fundamentos, sin cotejar las informaciones, que ésa es otra. En estos programas basta con una llamada telefónica del confidente de turno, al que ha llamado a su vez un primo porque a éste le ha hecho llegar que un vecino que es hermano de otro que vive enfrente de un compañero del gimnasio y que ha visto salir a un pariente del torero, por poner un ejemplo, con una maceta en la mano, lo cual significa que el personaje referido ha dejado de ejercer su profesión para meterse en el negocio de la jardinería. Éso se ofrece como una primicia mundial. Y me pregunto yo, ¿a quién coño le interesa eso? Pues por lo visto hay millones de personas que dormirán esta noche intranquilos si no comprueban este hecho. Y mi hija, como otros de cientos de miles de jóvenes perfectamente preparados para iniciar su ciclo laboral, dando vueltas con sus curriculum bajo el brazo. Ésta es la cultura –en el más amplio concepto del término- que prevalece en este país. ¡Ay aquellos tiempos de Estudio 1!

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