Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

miércoles, 13 de julio de 2011

MEMORIA EN BLANCO Y NEGRO


Es naturaleza del hombre recuperar todo lo bueno que le ha pasado en la vida. Hay una defensa natural, congénita al placer, para disolver en las espesas aguas del olvido todo lo malo, los acontecimientos tristes que ocurren en este tránsito, hacia un estadio superior, que es la existencia terrenal. Incluso la pérdida de familiares muy queridos, amigos entrañables o allegados por los que sentíamos un especial aprecio suelen resucitar en la nostalgia con una apariencia bonancible, en los gratos momentos compartidos, en los afectos demostrados. Es la añoranza que florece, como un bálsamo que regenera y curte las capas defensivas contra el sufrimiento, por intentar distraer al dolor lo que provoca esta recuperación apacible y hermosa de las personas que se fueron dejándonos, en muchos casos, una herencia sentimental que horada los estratos del tiempo hasta hacernos reparar en el milagro de escuchar su voz o compartir una sonrisa.
Los años van limando las facciones de nuestros seres queridos. Por mucho que nos afanemos en reconstruir las imágenes, el rostro, los ojos -¿de qué color eran los ojos de mi abuelo?-, las arrugas, las manos vencidas por la rudeza del trabajo y hasta la cadencia en el andar, siempre quedan fuera de nuestra evocación piezas de este puzle malicioso, siempre queda un vacío que nos los presentan incompletos, a veces irreconocibles, como seres extraños que se exhiben para distraernos.
El alma busca un escape, un sendero por el que deslizar la necesidad de no aplastar la memoria porque sabemos que, de suceder, desaparecerán para siempre. Viven y se aposentan en los recuerdos y a veces nos embarga la sensación de que están junto a nosotros.
Recuerdo un viejo cuadro con una fotografía, un retrato alterado y por lo tanto extraño a quién la observaba. En su origen debió ser en blanco y negro pero el fotógrafo la retocó y añadió una gama cromática intentando imitar los colores que se veían, pero no se plasmaban sobre el cartón, a través del objetivo. Era el retrato de mis abuelos. Aparecían uno junto al otro, algo adelantado el hombre, como si esta disposición reivindicara la superioridad del género. Ambos parecían contemplando un punto perdido en el universo pues sus miradas, cansadas por tantos avatares, por la desenfrenada lucha diaria para la mera subsistencia, ignoraban el objetivo de la cámara. Mi abuela de luto y mi abuelo perfectamente trajeado, radiante camisa y corbata negra. Rompía aquel plano de desasosiego un fondo añil que los años habían ido desproveyendo de su intensidad hasta dejarlo mohíno, deslucido, inmerso en la tristeza de su astenia.
En las tardes de invierno, cuando las sombras se filtraban por las rendijas de la ventana, desahuciando la luz de un sol tibio y tímido, mi abuela se sentaba en el sillón, en frontispicio al muro que sostenía su memoria. Mi madre le instaba a que se deshiciera de aquel retrato que no hacía más que inyectar melancolía a su estado de ánimo. Si lo quitáis, estaréis robándome mi único recuerdo de él. Si lo quitáis me estaréis sustrayendo su imagen. Sus facciones se diluyen en una niebla y no logro retener su rostro, como si huyera de mí.
Hoy busco en mi interior una señal, un vestigio de aquella memoria que me fue transmitida, la reliquia de unos ojos -¿de qué color eran los ojos de mi abuelo?- que me devuelvan mis sentimientos. La búsqueda de mi origen, de aquellos que quedaron prendidos en el espacio de un retrato y que siempre suelo hallar en la luz de otros ojos donde quedaron perenemente incrustados los suyos. Manoseo la reproducción y veo toda la sabiduría, todo el amor del principio de mi ser. Mi madre guardó la fotografía en el fondo de un cajón. De vez en cuando la saca y desempolva toda su existencia, recupera nuestro origen y convoca a la nostalgia para resarcirse del peso de los años, para intentar vencer el tiempo y no verse abocada a la pérdida de su identidad.

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