
Acabábamos de perder Cuba. La mediocridad se hacía dueña de la cotidianidad, de la vida diaria. Las clases sociales comenzaban a distanciarse, a macar fronteras donde las personas se posicionaban en los bandos que se acercaban sus pensamientos políticos. Los extremos se adueñaban de las calles mientras las clases políticas menos radicales se esforzaban en contrarrestar la violencia.
Un joven del barrio de San Lorenzo intentaba poner en marcha, o mejor, recuperar y reconducir los negocios familiares que habían venido a menos por el desinterés profesional y algunas ínfulas de grandezas que no les correspondían, a su padre y tíos. Reactivó con mucho esfuerzo los hornos que abastecían de pan a gran parte de los despachos de Sevilla. El esfuerzo obtuvo su recompensa y Antonio, que así se llamaba el emprendedor, y sus dos hermanos pudieron mantener el pequeño patrimonio familiar. Pronto supo que las panaderías no serían sus únicas fuentes de ingresos e invirtió en otros negocios de mayor envergadura que le procuraron importantes beneficios. Pero nunca dejó de asistir a su horno de la calle Infantes. Llegaba el primero y se iba el último.
Gran aficionado al cante jondo, tuvo la suerte de conocer y departir con grandes cantaores flamencos de la época y hasta se atrevió, alguna que otra vez, a compartir la guitarra de Niño Ricardo y catavinos de manzanilla con Manuel Vega, el Carbonerillo, excelente intérprete de fandangos., creador de un estilo propio en este particular palo del cante. Era su única licencia lúdica, el lujo que le hacía acudir una vez por semana al Novedades para oír a los grandes, a Pepe Marchena o Pepe Pinto, que a la postre terminó siendo compadre suyo.
Asentado el negocio, próspero en sus inversiones, comenzó a considerar la posibilidad de contraer matrimonio, de crear un hogar donde corrieran niños, donde pudiera albergar esa alegría suya cada noche. Así conoció a Carmen, una hermosa joven que servía en uno de los despachos de pan de la familia, de una belleza extrema y con la gracia y salero sevillano rebozándole a raudales por cada poro de su piel. En contra de la opinión familiar, donde prevalecía el distingo de clases, contrajo matrimonio con ella mediados del año mil novecientos veintisiete. En las vísperas de la Exposición Universal del 29, nace Isabel que ata a la vida familiar. A mediados del año treinta ve la luz Manuel, que es bautizado en San Lorenzo, a las plantas de la Virgen de la Soledad. A pesar de la oposición familiar, la vida de Antonio transcurre con cierta placidez. Los negocios –sigue levantándose a las tres de la mañana para acudir a su puesto en la tahona- siguen generando ganancias. La familia recupera su antiguo estatus gracias a su esfuerzo. Carmen vive dentro de un sueño y empieza a creer que su integración y aceptación por la familia será cuestión de tiempo pues los niños son los ojitos de derecho de su abuela y sus tíos, especialmente de la tía viuda, que los acoge como propios y no hay capricho que ruede a sus pies cuando son solicitados.
Antonio y José venían exultantes por la actual calle Cardenal Spínola. Habían pasado velada extraordinaria, donde la Niña de los Peines había elevado a la gloria sus cantes, Manuel Vega había destapado el tarro de las esencias con sus fandangos. Las primeras horas de la madrugada saludan a la plaza de San Lorenzo, que ya se adivinaba como un oasis donde le aire se purificaba por el mero roce con la cerámica del más viejo e importante vecino. La noche se sorprende con un estruendo, con un fogonazo que recoge, en un segundo un rostro desencajado por la sorpresa, y un cuerpo cae abatido. Las voces auxilio del hermano, refugiado en un zaguán, se confunde con las lágrimas que empiezan a rodar por su mejilla. Dos asesinos anarquistas, orgullosos por haber quitado a un empresario de en medio, huyen hacia la calle Teodosio, por donde desaparecen con la complicidad de las sombras. Antonio, mi abuelo, yace en el suelo mientras la espesura roja comienza a empapar su traje. Mi abuela Carmen celebró su santo depositando una corona de flores a los piés del Cristo de las Mieles.
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