Hay quienes aprovechan el privilegio,
concedido tal vez porque acompaña con sus ladridos los aullidos de quienes le
mandan, de mantener un ventanuco para mostrar su opinión, en un mediocre medio
de comunicación, para poner en solfa cualquier actuación que se acometa en la
ciudad y máxime cuando se trata de quienes gobiernan y no comparten su
ideología ni sus creencias. Esta divergencia de criterios en el pensamiento, en
la filosofía de entender la vida, les provoca una sensación alérgica a todo cuanto
desarrollan sus oponentes, aun constatando que los actos recriminados son
ejecuciones correctas, y son incapaces de esconder su profunda contrariedad,
que les alienta a la desconsideración y la falta de juicio en sus apreciaciones,
desbancando cualquier atisbo de objetividad en sus pronunciamientos. Se dejan
llevar por la pasión de sus entrañas y convierten la moderación, de la que
suelen presumir, en proclamas de intemperancias, más propias de proclamas facinorosas
de tiempos que preferimos no recordar.
No
todo el mundo puede mantener ni compartir una misma opinión sobre un mismo
tema. La diversidad de pensamiento es lo que ha cimentado el engrandecimiento
del alma humana y la certeza del progreso. La consecución de la libertad también
tiene sus benefactores y han sido aquellos que, con juicio equitativo y
ecuánime, han mostrado sus discernimientos desde la razón buscando una solución
conjuntada a las divergencias y no haciendo uso de la maldad y el equívoco,
tergiversando la verdad, para troncar el futuro, que es un estado al que
pertenecemos, sin diferencias, todos. En estos comportamientos radica la
convivencia y se centraliza en el respeto a las ideologías, a las creencias,
sean religiosas o laicistas, y a la filosofía vital que cada uno decida. Al fin
y al cabo, Partiendo de esta sutil, rasa y sencilla base
Así,
el pasado domingo, el periodista Antonio Morente, en un mordaz e inquietante artículo,
pone en duda la idoneidad de la ubicación del monumento que se erige en memoria
de Juan Pablo II, el Papa que visitó dos veces esta ciudad, que proclamó a Santa
Ángela de la Cruz beata, en el campo de la feria, nombramiento que por primera
vez en la historia moderna se realizaba fuera del ámbito vaticano. Juan Pablo
II tiene adquirido, por devoción, por la ternura que desplegó en sus visitas a
esta ciudad que parece no poder sobrevivir sin la sombra de los anteriores
gobernantes, más derechos que algunos personajillos que figuran en el actual
callejero de la ciudad y que no tienen más méritos que ser adscritos y feroces partidarios
defensores del poder establecido en el momento. Baste recordar la manida
controversia que se estableció con la inclusión en el nomenclátor de la ciudad
de la artista Pilar Bardem, que sustituyó la anterior nominación de General
Merry, amparándose en la circunstancia recogidas en la ley de memoria
histórica, y en ignorancia supina del anterior gobierno municipal que imputó al
militar acciones e intervenciones en la guerra civil, cuando fue un destacado
héroe en las contienda militares de ultramar, en las postrimerías del siglo
XIX.
Habría
que recordarle al Sr. Morente que el proyecto, la ejecución y concreción de la
estatua, como él la denomina, ha sido sufragada por suscripción popular, en su
totalidad, en la que han participado ciudadanos de toda clase y condición, de
instituciones religiosas, deportivas y laicas, y que la comisión encargada de
ello contó con un pliego, con miles firmas, proponiendo que la ubicación fuera
en el entorno de la catedral, centro neurálgico y espiritual de los católicos
sevillanos, a los que Juan Pablo II siempre mantuvo en su recuerdo y que
refería en cualquier parte del mundo, significando su alegría y su entrega por
la Iglesia, alusiones congruentes y naturales de quién es referencia espiritual
de los cristianos, y que fue desestimada, obviada, negada y hasta olvidada por
quienes tenían la facultad que se le requería. Claro que las ocupaciones del
gobierno de la ciudad de entonces se debatían en cómo ocultar el despropósito,
por no llamar sinvergonzonería, de Mercasevilla, o los viajes de disfrute a Cuba
de destacados munícipes, o el pago de facturas falsas, o el otorgamiento
descontrolado de subvenciones a entidades e instituciones próximas a sus fines
ideológicos.
Que
se haya instaurado el monumento a Juan Pablo II en la plaza Virgen de los Reyes
es un hecho circunstancial a la dedicación de su sacerdocio. No es un lugar de
privilegio y sí adecuado pues está, como usted ciega e inapropiadamente refiere,
en un entorno religioso. Tal vez se haya equivocado en la utilización de sus
expresiones y hubiese querido indicar en el interior de la Seo sevillana. Pero eso
sería una opinión respetable, con posible discusión.
Pero
mucho me temo que en toda esta polémica que suscita subyace un feroz laicismo,
un escondido y agrio resentimiento a quienes profesamos la fe católica y
creemos en la bondad y santidad de este eminente hombre, que nunca se escondió
tras la mentira, que recriminó los abusos de los dictadores, que profería sus
verdades con honestidad y en congruencia con sus creencias, y no quiero decir
que no se equivocara, pues era hombre, al servicio de Dios, pero hombre.
Por último, Sr.
Morente, un estado laico no debe excluir las creencias de la mayoría de sus
ciudadanos de sus preocupaciones ni de sus preocupaciones y sí procurar la
convivencia entre todas las convicciones filosóficas o religiosas. Nuestro
país, quieran o no, es de mayoría cristiana. Por cierto, muy tolerante con los
ataques constantes, tal vez porque quienes lo acometen no tienen “güevos” para proferir los insultos y la
falta de respeto a otras confesiones que han dado muestras de intolerancia,
falta de libertad y violencia contra quiénes así lo hacen. Es más, favorecen,
potencian, protegen y ayudan a la construcción de sus templos para personas que
ni siquiera son de nuestro país.
En fin, los que se
anclan en los tópicos son quiénes piensan de manera tan exacerbada. El
monumento está donde debe estar, como debe estar, por mucho que alcen la voz
los intolerantes de siempre.
P.D.- Estoy de acuerdo, y comparto su
preocupación, por el olvido de esta ciudad hacia sus más notables personajes,
como Machado, Cernuda, Alexandre –una verdadera vergüenza- y tantos otros que
son ignominiosamente omitidos.
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