Lo que cambian los tiempos. A esta
Sevilla nuestra no le queda ya ni siquiera el derecho al pataleo de la
nostalgia. Intentan suplementarnos los recuerdos con innovadores
acontecimientos. Nos van sustrayendo las cosas más esenciales de la manera más
deplorable y siempre con la premiosa banalidad que esconden los
pronunciamientos sobre la aplicación de la modernidad, que quedan reducidos a
una cateta expresión con la anuencia adormecida de la ciudadanía, la adecuación
de los tiempos a las costumbres, lo que nos sume en el gran error de considerar que para la
implantación de nuevos vínculo arquitectónicos hay que destruir lo anterior y
superponer monstruosidades como las famosas setas, un pozo negro donde se
vierten los escasos fondos de la comunidad mientras se dejan caer monumento de
gran interés, cítese Santa Catalina o la fábrica de Artillería de San Bernardo.
La
grandiosidad de las propuestas de ocio, del ayuntamiento de la ciudad, se
contrapone con la escasez y la precariedad que asola a muchísimos sevillano,
una situación más que preocupante y que está arrinconando a muchas familias en
los umbrales de la pobreza. Somos muchos los que estamos recomponiendo nuestras
vidas con mucho esfuerzo, pasando alguna que otra calamidad. Las autoridades
nos piden austeridad, nos solicitan esta colaboración para intentar restituir
la normalidad en el orden económico. Pero hay piezas en este puzle que no
encajan. Estas llamadas a la sobriedad no se corresponden con los hechos pues
quienes manifiestan estas y sugieren estas propuestas no las llevan a la
práctica. Siguen formalizando espectáculos que nos cuestan una fortuna y las
contraprestaciones no se corresponden con las expectativas. Atraer al centro de
la ciudad a los sevillanos, con distracciones para el ocio como el celebrado
mapping, que se proyecta sobre la fachada del ayuntamiento, en dos sesiones
como en los viejos cines de barrio, y que tiene unos efectos especiales tan
sorprendentes, no tiene la repercusión que debiera producir. Los comercios y
los bares siguen sumidos en la bajada de las ventas, salvo las excepciones de
siempre, y la muchedumbre pasea de un lado hacia otro con las manos en los
bolsillos o asiendo a sus hijos mientras que les muestran los escaparates.
¿Quedan todavía escaparates de comercios tradicionales? ¿Quedan todavía esos
espacios repletos de ilusiones, de cestas majestuosas colmadas de manjares
envueltos en papel de celofán y atractivos colorines? El mapping, una obra
multimedia de inmensa calidad, eso nadie lo puede negar, donde incluso se
simula una nevada sobre la plaza de San Francisco, bien pudiera haberse obviado
y dedicar los esfuerzos económicos que se le han destinado, a fomentar y
promocionar los pocos comercios tradicionales que se mantienen en la ciudad.
En
los tiempos que corren, que servirán para recuperar el verdadero nivel de vida
que nos corresponde, que nos situará en la tierra, tras la vertiginosa y
fraudulenta ascensión que potenciaban y pregonaban los filibusteros que teníamos
en la clase política, asociada a la banca para no perder el poder que les
otorgaban con nuestros dineros, mejor hubiera sido poner la imaginación a
funcionar, reducir costes para no tener que incrementar los impuestos a esos
establecimientos que están abocados a la desaparición en favor de los grandes
centros comerciales, a los que sí habría gravar con tributos conforme a sus
ganancias. No es de recibo que un quiosco de prensa, con su volumen de ventas
disminuyendo progresiva y proporcionalmente, tenga asignados los mismos valores
impositivos que el Corte Inglés, porque los baremos que se utilizan son idénticos
en relación a la zona donde desarrollan la actividad y no a los beneficios que
se obtienen de la misma.
Habrá
que seguir abrigándose bien, ajustarse la bufanda al cuello y proponerse pasar
las horas paseando por esas zonas comerciales que, de momento y no quiero dar
ideas, siguen siendo gratuitos. Estaremos reconsiderando nuestra posición,
reordenando nuestra condición. Volvemos a la añoranza por la posesión de bienes
que, hasta hace unos años, eran comunes en las mesas y las casas y que con esta
nueva situación están pasando a ser considerados como artículos de lujo. Voy a
ver si cojo sitio en la plaza de San Francisco para ver como nieva sobre ella.
A ver si se nos enfrían los excesos que nos están esclavizando en la
actualidad.
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