Están
tan cerca que pueden oír su respiración. Se encuentran tan próximos que pueden
apreciar cómo su pecherín de ensancha con los suspiros que le llegan y que los
convierte en suyos. Están tan atentos a sus cuidados que cada pose del pañuelo
se convierte en bálsamo de santificación. Son como pequeños ángeles que se
manifiestan junto a la Madre y se aproximan tanto que se convierten en
guardianes de los secretos que se posan en sus manos.
Viven
durante todo el año la grandeza de participar en los cultos, en los actos, en
la cotidianidad litúrgica que acoge este templo que es puerta de acceso al
mismo cielo. Por eso han obtenido estos privilegios, la concesión de estos
favores de recoger en el pañuelo las caricias de los besos. Son celosos en sus
menesteres, en los que les encomiendan y muestran tanta fidelidad a ellos, que
convierten su entusiasmo en fervor, en amor a La que todo lo puedo. Han
adquirido esa sabiduría en las magnas aulas de la experiencia que se le
transmite desde el sentimiento que queda preso en estos muros que retienen la
mejor de las gracias y se han doctorado en el amor a la Virgen siguiendo las
enseñanzas de sus mayores.
No
importa que apenas puedan dejar a un lado los juegos, ni que sean incapaces de
retener sus vigorosas actitudes que lleva intrínseca la infancia. Corretean por
los pasillos interiores de la Basílica y
gastan bromas. Es el tiempo que les corresponden y que algún recordarán con
nostalgia. Están embriagados por la ilusión y saben, y son conscientes de ello aunque
muchos piensen que los años son los que nos convierten al compromiso y a la
seriedad, de la responsabilidad que entraña. Cambian sus modales y dulcifican
sus conductas cuando comienza a vestirse, a imponerse la túnica y luego la
esclavina aterciopelada que les cubre los hombros, para transformarse en modélicos
guardianes de los secretos de la Virgen.
Apostados
a sus plantas ignoran el cansancio y transmiten las emociones de la que los devotos
les hacen partícipes. Sueñan con estos días. Y muestran sus ansias. Merodean
con inquietud los alrededores de la Basílica y cuando les llega el turno se
apresuran y apresuran a quienes no quieren dejar de ser guardián y depositario
de las miradas, de las oraciones, de las confidencias que transmiten a la
Virgen.
Ellos
no lo saben pero ya están bendecidos para la eternidad. Viven con la
naturalidad de la inocencia, con la sabiduría de la infancia, estos momentos
íntimos. Soportan el dolor de las lágrimas que cruzan el aire y encharca la
mirada de la Virgen y se convierten en cómplices de la exultación del fervor. Lo
desconocen pero habitan en la memoria de muchos macarenos, de generaciones que
pasan y traspasan las lindes de los recuerdos. Son parte de la historia de las
emociones que pasan, del peso de los años que soporta la mirada de la Madre de
Dios, de la expectación que se incrusta en el fondo del alma conforme se avanza
en la fila, en la lentitud de los pasos que desgasta el mármol y que se
manifiesta en la presencia de la Gran Señora que ha bajado para ofrecer la mano
que alivia toda aflicción, que retiene toda la angustia para transformarla en
exultante alegría.
Son
los monaguillos de la Macarena, estos serafines que salmodian con sus risas la
presencia de la Virgen entre nosotros, que van recogiendo las peticiones, las
oraciones, los secretos, las alegrías o las penas, en los encajes de un
pañuelo. Niños que mantienen en un halo las virtudes de la Nuestra Señora,
fidelísimos arcángeles que transforman sus alas en terciopelo verde y esconden
sus desnudeces en el merino que guarda las esencias y las vivencias de una
madrugada. No son sueños. Son realidades que conocen como nadie los secretos
que guarda la Esperanza.
*Gonzalo Corro, Raúl Alejandro, Rafael
Durá, Arturo Candau, Pablo Martín, Fausto Pino, Samuel Cano, Sergio Ledesma, Álvaro
del Pino, Abel Picorel, Javier Rodríguez, Antonio Campos, Pedro Salado, Juan
Borjabad, Alfonso Vargas, Marcos Bejano, Jesús Bello, Pablo Espejo, Carlos de
Castro, Nacho Neira, Antonio Gullermo, Álvaro Benítez, pablo Salado, Fabían
Pacheco y J. A. Olmedo.
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