Las
cosas más pequeñas suelen ser las más importantes. Nos llaman y nos atraen. Remueven
los sentidos y nos señalan caminos que creíamos inexistentes y hasta nos
conmueven cuando se presentan los signos que nos recuperan a la memoria.
Se
sesga la luz en el templo. Atenuado por la conciliación de la oración, el
silencio rompe los espacios. Un rumor trasgrede la intimidad y resuenan los
ecos de los cantos monásticos que se han implantado en la memoria. Poco a poco
se va llenando la basílica. Las miradas se centran en el camarín que siempre
reluce. No importa si la luz se ha marchado y busca nuevos confines, nuevos
horizontes donde implantar su ley. Siempre brilla este lugar que guarda las
esencias y el amor hacia la Santísima Virgen. Siempre hay un resplandor que
descubre la grandeza espiritual que los siglos han impuesto como precepto para
recuperar la vida, que nos guarda de la orfandad sentimental que nos produce la
cotidianidad y la rutina. Es preciso todo cuanto acontece en este centro de
devoción universal.
La
música sacra va escanciando las esencias que rebosan el alma de los presentes
que atienden, con especial solemnidad, a los salmos y responsos que se ofrecen
desde el púlpito, mientras se invoca a la Madre de Dios con su más hermosa
plegaria. El servidor va relatando las estaciones y las voces responden
coralmente a la secuencia imploratoria. Ruega
por nosotros. Y cada respuesta es un eco de dulzura que transita el espacio
hasta posarse en las planta de la Divina Mediadora. Es cuando se enaltecen los acontecimientos,
cuando se restauran las huellas de la herencia y se hacen presentes los ruegos.
No se oyen pero se presienten. La hermana que sufre en el silencio las
humillaciones, el padre que soporta las ausencias y naufraga en su soledad, la
madre que ya no está, el amigo enfermo que sufre. Todos se manifiestan en el dulzor
del rostro que se muestra.
La
música sacra anuncia la eclosión de la ceremonia y una pequeña procesión
transita por las estrecheces del presbiterio. Los servidores del altar se
sitúan en sus respectivos lugares. El incienso anega nave presbiterial y
conforma una nebulosa donde se proyectan las imágenes que se quedaron
retenidas, un tul que desenmascara la escenografía religiosa que adorna y da
fulgor al rito. Todo es imprescindible en esta ceremonia en la que se alaba a
la Madre, en la que se muestra el agradecimiento por tanto otorgado, por tanta
dicha repartida. La seriedad de los semblantes va transmutándose conforme
avanzan los minutos, conforme se acortan las esperas. Nadie sale indiferente de
este encuentro en el que se manifiestan las más gratas emociones. Los rezos son
sacrificios que se ponen a disposición de Dios. Nadie se marcha sin ver resueltas sus expectativas,
sin conocer que sus palabras llegan al destino, que son oídas. Nadie vuelve al
hogar sin tener la certeza de haber conseguido abrir una puerta a sus
peticiones, sin ver atendidas sus demandas.
Resuena
el himno que evoca la grandeza macarena. Se abren nuevas emociones, se desvelan
sensaciones que permanecían ocultas en lo más íntimo del alma. Es difícil
contener la emoción. En los pechos tiemblan las medallas y los cordones son
incapaces de contener el flujo excitado que provocan las palabras de Joaquín
Caro Romero, el poeta que fue seducido por la Virgen, que plantó cara a la mentira
del tiempo, Igual que ayer permanece,
sale poco de su casa, esta casa que retiene en sus paredes la vida, que nos
calienta y satisface el espíritu, que alimenta el corazón y lo llena de gloria.
Nadie es desatendido cuando se planta frente a Ella, todos tiene acomodo en
este hogar que fue construido para mostrarnos a Dios en su más hermosa expresión.
Es el cuarto día del septenario que se dedica a Santísima Virgen. Por la Resolana
resuenan las cornetas que proclaman la apertura de la cuenta atrás, el Arco se
ve traspasado por la marcialidad que tiene origen en el mercao de la Feria y las cuarteladas de la Encarnación. Se
confabulan las cosas pequeñas para construir el mayor santuario de la
cristiandad, un templo sin más muros ni más paredes que las que son capaces de
construir las miradas, las palabras, las oraciones y las lágrimas. Es tiempo de
Cuaresma en la Macarena que ya anuncia la grandeza de la Esperanza.
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