No
soy más que un niño ahíto de nuevas sensaciones. Un buscador incansable de la
ilusión que se fija en la primavera hasta hacerse necesaria para la existencia.
¿Qué es la vida sino una aventura donde hacer realidad las ilusiones? Sigo en
la búsqueda. No desfallezco en esta huida de la realidad que me atosiga apenas
las palabras del pregonero pegan el aldabonazo definitivo, con sonidos de
bronces que se bruñen en las espadañas de San Lorenzo, o que buscan el aire
nuevo por Santa Isabel o Santa Inés, que abre las puertas de la sinrazón y deja
expedita la entrada al alma de las mejores y más nobles sensaciones. Necesito,
para ahogar la desazón, que se vayan abriendo claridades en las mañanas y que
se alisen los cielos y se retiren del azul las últimas nubes, que allanen las
arrugas de esas túnicas que ya penden en las esquinas de los dormitorios,
recordándonos que el tiempo mejor ya está llamando a las puertas de la vida y
que la inmortalidad dura siete días.
Es
imprescindible que vayamos marcando el camino a los ritos, esos que nos ponen
en alerta los sentimientos, esos que nos devuelven a las entrañas de las
emociones y que se retienen y sostienen en las esquirlas, finamente labradas,
de los remates de unos varales, donde reposan las bambalinas, donde se acunan
los sueños, donde se ancla el recuerdo.
Vienen
estas horas a confirmar la perdurabilidad de la razón del hombre, un estadio
existencial del alma que nos llega a confundir, que nos extravía en la
temporalidad y hace vertiginoso el discurso de las horas. Es esta antesala,
donde se implanta la impaciencia, en la que permanecemos expectantes a cuánto
sucede a nuestro alrededor. Confundimos el instante y marcamos los segundos
rasgando la piel del espacio en el sublime intento de impermeabilizar, en el
trascurso de los días, los recuerdos y las emociones que ya empezamos a vivir aunque
estén por llegar todavía. Este tiempo que se nos va entre los dedos y aun no lo
hemos gozado es sustituido por la inquietud. Esta es la gracia que nos hace perdurables,
que nos retrotrae a la infancia y nos devuelve la caricia de las manos que ya
nos están, que nos indicaban el camino y nos situaban en la primera línea de la
emoción, cuando nos probaban el albor de una túnica, que guardaba aún el aroma
del incienso y las loas hacía el Hombre que entraba en Jerusalén bajando la
rampa del Salvador.
Vienen arropándonos
los discursos, la solemnidad de los actos vividos, que son cuenta atrás, que es
precipitación al derroche de emociones que se nos presentan. Y cuando lleguen
nos sabremos diferenciar si estamos en el presente o un jeugo fabuloso del
destino nos retrotrae a los años en los que descubrimos a Dios de la manera más
hermosa, discurriendo por las calles, transitando las espesuras de la noche,
rasgando el silencio, casi conventual, de una plaza donde ya no tiene cabida la
alegría y sion embargo podíamos sentir el gozo de sabernos testigos del hecho
sobrenatural de estar cerca de Cristo, de participara de los dolores de su
bendita madre mientras se sublevaban los sentidos porque el aires se llenaba de
Amarguras en forma de notas musicales o estallaban los pentagramas en las
fachadas porque pasaba la Macarena, aunque la Virgen todavía seguía expectante
donde las murallas se abren al mundo por la ojiva de un Arco, que es puerta del
cielo.
Ya estamos
deseando que las noches se diluyan, que los días se precipiten en los océanos
del paso del tiempo y que las impaciencias se fundan en las fraguas del
sentimiento. Estamos vencidos por la ansiedad y no vemos la hora de
encontrarnos con el primer nazareno. Continuamos expectantes al devenir de los
siglos, que eso nos parecen las horas cuando nos vence la excitación, porque
necesitamos recuperar la mejor época de nuestra vida, restaurar la inocencia
que nos devorará apenas amanezca en siete días y volvamos a instaurar la visión
en el firmamento para comprobar que los cielos vuelven con su tersura azul a
propiciar el advenimiento de la alegría. Porque será domingo de ramos y
constataremos nuestra victoria sobre el tiempo y nadie nos podrá arrebatar el
retorno a nuestra infancia. Sigo siendo un niño ahitó de esta horas.
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