No
tienen la menor noción de esa religiosidad pulcra y extática que se les demandaba
desde las altas instancias eclesiásticas, ni tenían el más mínimo conocimiento
de la nueva teología dogmática que elevan a la intelectualidad los escolásticos
que merodean el mundo del misticismos para imponer tesis inescrutables para la
mayoría de los mortales y que les envuelven en un tul de elucubraciones que
escapan a sus razones y no pasarán de la participación de los esenciales ritos
en la celebración de la sagrada eucaristía, el canto de la salve o la oración
coral del padrenuestro en algunos momentos de la vida.
Saben
mucho de la desesperación y el desánimo, de sufrimientos intensos porque acucian
los problemas en casa desde que se inició esta crisis y el paro se hizo
presencia en los salones de la vivienda, que ya comparten tres generaciones de
la misma familia y que son víctimas, aunque ahora quieran los verdaderos culpables,
algunos dándose golpes en el pecho, que paguen los desvaríos y atropellos económicos
que cometieron. Tienen que dar muchas vueltas a la cabeza para poder poner el
plato de comida encima de la mesa, fomentando la imaginación para crear un
ambiente de reconciliación familiar, que todos encuentren un momento de cordialidad
para que no se fracturen los principales vínculos afectivos. Saben mucho de
soledades y de martirios con las horas, intentando esquivar las sombras de la tarde
mientras las garras de la tristeza ahondan en la garganta hasta provocar un
dolor extraordinario, que disimulan con un gesto, símil de una sonrisa
extraviada en el tiempo, para no acelerar la descomposición de la vida.
Hoy
se han revestido con su hábito. No tienen sedas bruñidas engarzadas con oros en
bastidores de nobles bordadores, ni cíngulos trenzados que imitan las blondas
de importantes casas conventuales, no congregaciones antiguas. No cubren sus
pies con charoles ni las rematan con platas cinceladas donde se reproduce el
nombre de una devoción. No tienen cubierto el rostro por el raso de un
capirote. El ruán son las lágrimas de sus peticiones y si acaso se ciñen la
cintura no lo hacen con rudos espartos, ni tienen ceñidores hilados con finos
oropeles, que mortifican sus carnes, porque ya tienen oprimida el alma hasta las
mismas aristas del sentimiento.
A
diario entran en el templo con cierta vergüenza, sin recordar que la tierra
prometida será pisada por los desheredados, que antes entrara un camello por el
ojo de una aguja que un rico en el reino de Dios, y no saben que el interior
del Sagrario empieza relucir una luz especial y la sangre del que da la vida y
ofrece su cuerpo se convierte en verbo para enunciar la gran dicha. ¿Quién me visita que hasta mí llega su
gracia? Hoy se quedan fuera esperando que salga Él a verlas, a descubrir el
resplandor que mana de unos ojos que se cristalizan apenas las sombras se
transfiguran y dejan paso al sol y aparece altivo, abandonado por sus propios
discípulos, deseando cruzar el umbral y resolver la dicotomía de la lucha entre
el bien y el mal, de aclarar los por qués de su presencia y su prestancia en
aquel lugar, para liberar la incógnita de una ecuación sentimental que tiene
por solución un encuentro. El de Cristo con las mujeres.
Allí
están ellas. Pegadas al fulgor del dorado, donde no ven más que la bondad del
Señor, donde encuentran palabras de sosiego a sus preocupaciones, donde dejan sus
peticiones en la certidumbre de que serán escuchadas, que no caerán en el
barranco del olvido, donde esconden las lágrimas por las promesas cumplidas,
por la que están por llegar. Allí van, al socaire del mensaje de amor del
Cristo Cautivo, solo y abandonado por los que proclamaban quererle, Acompañándolo
por este trasiego del laberinto de estas mujeres, madres, esposas, hijas y
hermanas que Lo sienten como el único asidero posible, como la única solución a
los problemas que atosigan sus almas, que atormentan sus corazones, que luchan
por sacar adelante lo que la sociedad les ha retirado inmisericordemente. Son
las mujeres del Tiro de Línea. Allí se reproduce y recupera el mensaje
salvífico del Dios que se hace hombre. En Santa Genoveva se recupera el mejor
mensaje de amor y entrega. El de las mujeres que luchan por dar sentido a sus
vidas y a los que les rodean. En Santa Genoveva el Señor nunca está solo.
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