Hay
églogas voces que versan y cantan en el silencio, que transmiten la piedad y
acogen, en el sosiego de las horas temprana, la semblanza de la humildad. Saben
que el talón es un pasaje del evangelio, que es un proverbio que acerca a la
razón y sentido de Dios. Saben que el beso es la mancha que escribe las
plegarias, el pigmento que transcribe las alegrías y el reconocimiento. Hay
serenidades que marcan la vida y sufrimientos que alegran la existencia. Allí
está el Todopoderoso, capaz de soportar el peso de tu cruz y conseguir que la
vida sonría. Allí está esperándonos el que todo lo puede, el que calma la sed y
mortifica el dolor. Allí está dispuesto a inmolarse para evitar la condena,
para procurar salvarnos de la prisión de la congoja, para calmar el sufrimiento
y aún así, si agudizamos el oído del corazón podremos oír cómo sus palabras
patrocinan la verdad y la sencillez de la gloria. ¿Quién me ha tocado que hasta mí llega su gracia? Y todo el poder
del universo, toda la alegría va acogiéndose en tu alma y las venturas iluminan
tu rostro y cuando vuelves a pisar las claridades que mantienen júbilo en la
plaza, sientes cómo brota la inmensa alegría, cómo sientes rejuvenecer el
cuerpo, porque las súplicas, las peticiones y hasta las promesas se van
cumpliendo.
Es
primer viernes de marzo y Dios se presenta en su Basílica, en la casa que Lo
aguarda y protege, en templo que mejor y más sabe de la devoción popular, del
cariño y del amor. El Señor surge entre las tinieblas para instaurar un nuevo
orden: el de la alegría y la felicidad. Las lágrimas son espejos donde se
reflejan las dudas, por donde escapan la ignominia y la ruindad del hombre, el bálsamo
purificador que aclara las inquietudes. Llegan investidos por el temor y salen
glorificados con la Esperanza. Es el mensaje y el Poder del talón de Cristo,
del mismo Hombre que camina impertérrito por el laberinto de la humanidad, que asoma su Divinidad a la condición humana
para sanear su espíritu.
Serpentean
buscando el refugio al viento y al frío. Pasan bajo el recuerdo del retablo, en
la frontera de las emociones antiguas, donde aún pervive la memoria, donde se
aún queda un hito de su presencia, junto a la Virgen que espera sola, en la
misma puerta que quedaron prendidos los suspiros en muchos amaneceres de
Viernes Santo. La cola avanza con lentitud pero el tiempo, aquí en San Lorenzo
es una mentira. Las agujas que marcan las horas están justo enfrente.
Es primer
viernes de marzo y corre la nostalgia al interior del templo. Una mano separa
el esterón y por un instante los ojos se nos llenan de gloria. Una avalancha de
paz y armonía derriba nuestra dureza. El Señor del Gran Poder sigue
esperándonos para otorgarnos la gracia y el Perdón. Dios en su misericordia
frente a nosotros y aunque solo veamos y besemos su talón sabemos que seremos
bienaventurados por los siglos de los siglos.
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