No hay ni
siquiera que pensarlo. No se puede ni se debe comer viendo el telediario,
aunque ahora lo denominan noticias, magazine de información, como ya no hay
diarios hablados, aquéllos solemnes partes que al menos no te revolvían el
estómago o te quitaban el apetito por indignación o tristeza, y si sucedía esto
último significaba que habría fallecido algún personaje de la tragicomedia
española de las medianías del siglo o alguna tragedia natural. Desde luego no
lo que vemos o nos informan hoy en día, que cuando no es el desvalijamiento de
las arcas nacionales, por estos nuevos bucaneros que tienen la poquísima
vergüenza de llamarse políticos, en claro detrimento de la honradez e
integridad de la mayoría, es una cruenta masacre de un loco en una escuela o de
un fanático religioso que se vuela por los aires llevándose por delante a
decenas de inocentes.
Pero lo de ayer
tiene que conmover, de una puñetera vez, a quienes son responsables de la
situación de precariedad física, moral y espiritual por la que está atravesando
este país, que a mí el resto del mundo me empieza a dar igual. ¿Hay algo peor,
más triste, que tener que dejar a tus hijos porque no puedes darles de comer,
porque no puedes las necesidades básicas para el aseo y la vestimenta? ¿Hay
algo que pueda considerarse más infame? Claro que sí, hombre. La permisividad e
impasividad de los promotores de estas situaciones que además no siquiera son
capaces de buscar alternativas para que las familias no se desintegren por mor
de la destrucción, si alguna vez existió, de la sociedad del bienestar que
comenzaron a vendernos sin explicarnos que la prosperidad, la ventura y fortuna
era su propio beneficio, que a los ciudadanos nos esperaban el auxilio social –sí,
no utilizo esta denominación de manera arbitraria ni sin mala intención-, las
casas de beneficencia y las colas en los comedores sociales, que por cierto, y
aun a ser repetitivo y hasta cansino, todo estos estamentos, que están evitando
revueltas y agitaciones callejeras, están regidos por la Iglesia o por
sociedades anejas a ellas.
¿Qué sentiría
este matrimonio cuando se despidieron de sus hijos? Estoy seguro que una
tristeza enorme arrasaría su corazón, que un profundo dolor recorrería sus
entrañas. ¿En qué lugar del averno habitan y placen estos politicuchos que miran
para otro lado cuando suceden estas cosas? Lo mismo ni se enteran porque viven
en sus particulares paraísos, en sus mundos hermosos y rosados ¿Serán capaces
de mirar a los suyos sin sentir un atisbo de remordimientos? Cuando una
sociedad es testigo de hecho como éste significa que algo comienza pudrirse en
los escasos valores que guarda, que se está descomponiendo el germen principal
y básico de la estructural emocional y que solo es capaz de mirar a sus
adentros y deshacerse de cualquier signo de solidaridad.
Aquí como llegue
un listo, enarbolando la demagogía, blandiendo proclamas populistas pero que aseguren,
protejan y cubran las necesidades básicas, se queda con el cotarro. Primer paso
para reimplantar y promover el fascismo más oscuro. No hay más que retrotraer
páginas en el gran libro de la historia. A cualquiera de esta personas que se
ven obligadas, incluso a dejar sus hijos, en estas nuevas esclusas que ahora
denominan servicios sociales, le prometen pan, y si me apuran hasta circo, y
hecha a los leones los idearios y hasta la libertad, y le importará tres pitos
que la bandera lleve un águila, una cruz gamada o una hoz y un martillo. Lo que
le hará feliz es poder ver crecer a sus hijos, sin escasez ni penurias, ofrecerle
una educación digna y una formación humana que le haga sentir la dignidad que a
veces nos hacen perder. Poder vivir tranquilamente. Estamos muy cerca del vacío
y nadie le gusta despeñarse.
Yo, desde luego,
procuraré no comer más viendo y escuchando los partes, qué me gusta esta
acepción derivada para denominar los espacios de noticias televisivos o
radiofónicos, porque me retrotrae a la infancia, cuando aún mi madre mesaba mi
pelo y posaba sus labios en mi frente; echo de menos sus manos y sus risas y
sus besos.
Es preferible
conversar con tu familia sobre las incidencias de la jornada a que te vacíen el
corazón con tanta tristeza o enerven tus sentimientos, solivianten tu alma y cojas
la pica de la palabra y la razón y te tires a la calle en busca de justicia.