El
legítimo, y hasta necesaria, la defensa de los puestos de trabajo, máxime en
los tiempos que corren, donde es imposible establecerse profesionalmente como
sea ejerciendo por cuenta propia. Es un derecho que asiste a los trabajadores,
el manifestar su disconformidad contra la precariedad laboral a la que nos
estamos enfrentando. La lucha ha de dirimirse con honorabilidad; ejercer toda
la fuerza legal contra quienes se obstinen en contravenir los acuerdos que se
hayan establecido y los pactos firmados. Sería preciso establecer los límites
para poder defender los derechos de los trabajadores y cuando éstos sean
justos, pelear hasta la extenuación por ellos.
Pero
claro, estamos hablando de dignidad, y algunos de los que estaban ayer
manifestándose, en la puerta del Ayuntamiento, la habían perdido o tienen una
memoria tan frágil que ya han olvidado que quién le estaba aleccionando, sobre
los particulares y las acciones jurídicas a tomar, era don Antonio Rodríguez
Torrijos, que se hartó de mariscos, en una ciudad del norte de Europa –vamos,
que se fueron a Emilio, en la Ronda de Triana- con parte del dinero que ahora,
parece ser, falta en las arcas de la empresa sevillana municipal. No quiero
eximir de culpa a nadie, porque alguna responsabilidad tendrán los actuales
gerentes del consorcio, pero me parece vejatoria y ofensiva para la ciudadanía,
que este individuo se plante frente a los trabajadores y los incite a la lucha
obrera, a retomar las viejas directrices de una lucha que él mismo desasistió
hace unos años. Es indignante cómo nos dejamos arrastrar por la palabrería y
falsedad acusatoria, cómo somos capaces de no mostrar el menor síntoma de
valor, ante personajes de esta calaña, que no dudan en poner en la calle a los
trabajadores de su sindicato, mientras promueven actividades con otros que sí
lo tienen, al menos de momento.
Si
la actitud del energúmeno y sus compinches fue deplorable, más aún lo fue el
silencio del Sr. Torrijos, que ni siquiera llamó al orden, al menos por guardar
las apariencias. Es el sino de esta ciudad, de este país, cuya ciudadanía ha
caído en las garras de los poderes fácticos, en la gentuza que dicen manejar
nuestros votos para defender los derechos. Hemos perdido una ocasión
maravillosa para restituir la vergüenza. Los exaltados trabajadores de
Mercasevilla, que están en su derecho y me parece que deben seguir luchando por
sus puestos de trabajo, debían haber callado a este señor que no ha hecho más
que devaluar el verdadero sentido de la lucha obrera. Pero no, no solo no
tienen memoria, sino que prorrumpen en un aplauso cuando termina su verborrea.
Mal
camino es éste que desea la muerte de inocentes, que confunden la lucha obrera
con la injusticia de hacer pagar a quienes nada tienen que ver con su
conflicto. ¿Estamos repitiendo la historia? ¿Tendremos que salir a la calle a
matarnos para conseguir nuestros deseos? Es necesario reconvertir ese odio en
energías para consecución de los fines, desacelerar los instintos animales para
poder lograr un mundo mejor para quienes ahora proclaman y desean la muerte de
los inocentes. Bastante sufrimiento hay ya en el mundo, y bastantes miserias
estamos soportando, física y espiritualmente, para que nos instiguen y
provoquen unos desalmados. Serenidad. Mucha serenidad.
Por
cierto, que tiene güasa, que CC. OO. convoque manifestaciones a favor del
empleo y el trabajo, y haya presentado un ERE que afectará muchísimos
trabajadores. ¿Cómo se come eso? ¡Ah! Con muchos langostinos y a ser posible,
fuera de España.
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