
Vuelve
a suceder, y no hay fuerza capaz de enfrentarse y vencerle. Vuelve la fuerza de
la sangre a imponer su ley, bajo este cielo turquesa que comienza a diluirse, a
descomponerse en el horizonte, en esta visión que conmueve y revuelve los sentidos.
Vuelve el tiempo a insinuárseme, a sugerirme, a provocarme, a guiar mi mano
hasta conseguir que las palabras vuelvan a entonar el mejor de los himnos, el
aria de la mejor ópera jamás concebida.
Vuelven
los sentidos a florecer, a volverse locos cuando se cruzan con los ojos que
inquietan y deserenan los labios cuando son capaces de pronunciar su nombre. No
hay aptitud en las horas ni mantiene poder para permanecer en quietud, ni
existe en el universo maquinaria capaz de conformar engranajes para remover las
témporas que discurren en los siglos y quedan aisladas, en los confines del
cielo, cuando observan, penetran y surcan la profundidad de su mirada. Es el
mismo universo capaz de restituir la vida esta mirada que brilla y reluce en la
oscuridad de sus ojos. ¿Qué tendrá de limpia y rotunda que conmueve mi alma?
Son las horas desandando el camino
vertiginosamente, atropellando la linealidad del firmamento, desordenando la
materia que eclosiona cuando busco su imagen, cuando hurgo en el cosmos para
desbaratar el normal discurrir de los días. Me estoy precipitando al infinito,
al borde del confín donde reside el amor, donde se esponjan y crean las
lágrimas con la materia argéntea que depositan las estrellas y sus residuos son
los que adornan los cielos en las noches de insomnio, cuando se reflejan en el
cristal de una ventana un rostro cansado y otro que place y descansa. Rebusco
en el sentimiento que me asalta ahora, que asedia y circunda los límites de un
abrazo, el suave tacto de una caricia que recorre el firmamento que hay entre
mis labios y sus manos, entre sus dedos que flirtean y juegan con el aire, que lo
aprisiona y moldea hasta conseguir arabesco que quedan prendidos en el umbral
de un balcón.
Como Montesinos
evoca la figura paternal y la secuencia de las ausencias más queridas y las
presencias del dolor por ello, en uno de los mejores poemas de la literatura
contemporánea, hoy desentierro mi esencia paternal, la naturaleza que viene a
reponer el sentido de las cosas más bellas, a recuperar la mocedad y serenar el
ánimo que impone el amor. Hoy vuelvo a infundir la alegría en mi corazón. Sabes
que la luz del amanecer, que los sueños, que las quimeras, que los cuentos, que
los besos, que las caricias y las palabras no tienen ningún sentido, que todo
es confusión cuando tus ojos están cerrados y nos ocultan la belleza intrínseca
que se moldea y crea con el aletear de tu alegría, esa natural sensación que
manejas y que configura nuestra existencia.
Quiero revertir
la nostalgia, transformar los recuerdos en vivencias, recuperar el momento de
la pequeñez de unos dedos hablándome y retornar al momento del primer
encuentro, de aquel encontronazo que cambió mi vida y restauró el sentido del
mundo, cuando el mundo no era más que oscuridad y tinieblas. Llegaste con las
claridades del primer día del verano, cuando el sol comenzaba a dorar los
campos, a lustrar las calles, a deshacer los silencios en los recovecos de las
plazas, a irradiar las fachadas y modelar la cal hasta convertirlas en láminas
de oro. Así salí tras el encuentro, viendo tus ojos proyectados en cada
sonrisa, en cada gesto, en cada rostro que se cruzaba en mi deambular. Así de
feliz fuimos cuando te tuvimos en nuestros brazos, en aquel amanecer, de un día
como hoy, que aun seguimos protegiendo, porque es el mejor tesoro con el que
nos ha obsequiado Dios. Hoy hace veintisiete años que alumbras con tus ojos
nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario