Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 27 de junio de 2013

La eternidad en una hora

           Es como si se empezara de nuevo. Cada mañana observo como se marcha, como encauza el camino que siempre es nuevo aunque cada centímetro de la calle reconozca su andar de tanto como lo ha cruzado. Vuelve a enfrentarse al destino, a recuperar la dignidad que la vida y los hombres se obstinan en querer arrancarle. Pasa junto a la cafetería y mira a través de las cristaleras a esos seres que son tan distinto a él, que leen la prensa, las noticias y acontecimientos que se le escapan, que tal vez sea mejor ignorar, mientras dan cuenta de un suculento desayuno, viviendo en la comodidad que las circunstancias de la vida le han arrebatado.
           Quienes se encuentran en la burbuja de lo que creen la sociedad del bienestar ni siquiera ven a este fantasma que deambula de acera en acera, buscando ahora las sombras como antes, apenas hace unos días, buscaba el amparo de los aleros y los balcones donde refugiarse de la lluvia y el frío, de la humedad que laceraba la fibra de su escasa musculatura corporal.
          A pesar del anuncio de su abandono físico, a pesar de los signos de descuidos inherentes, propios de su situación, que asoman a su fisonomía, procura mantener el aseo y la decencia corporal. Desaparece por la esquina con su jergón y el perrito bodeguero que le acompaña siempre y que es un apéndice más de sus piernas. Volverá al caer la tarde buscando el auxilio que la calle no puede proporcionarle. Hace unos meses fue apaleado por unos desaprensivos y pasó unos días en un hospital, donde vuelve cada día para pasar las horas de la siesta, huyendo de la calima vespertina y del rigor del sol, que deja la ciudad vacía y ausente de signos vitales. Llamará a la puerta. La mujer abrirá la ventanilla y sonreirá. Casi no cruzan palabras. Le entrega un bocadillo y la lata de refresco que servirá de cena. Aún se le saltan las lágrimas. Es un gesto que considera y al que otorga el valor que merece, desconociendo que en ese hogar también empieza a surgir la escasez. Pero es bueno compartir lo poco cuando lo poco es mucho. Asienta y da tranquilidad al alma. Es la forma de conseguir paz y aunar la solidaridad con la felicidad. Saltará la reja de la casa abandonada, se tenderá en el jergón y mirará las estrellas de estas noches de verano.
          Hoy ha vuelto a pasar como cada mañana, desandando el tiempo, dando los buenos días, recién peinado para iniciar este periplo por el olvido, un fantasma que deambula por las calles batallando con las horas que para él no tienen sesenta minutos sino sesenta eternidades.


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