Una bandera izada, con sus signos e
insignias boca abajo, tiene un significado muy contundente. Es la manera de
indicar que la unidad, en este caso la nación es una unidad, necesita ayuda y
precisa que acudan en su auxilio a la mayor brevedad. Es la simbología que se
utilizaba en los conflictos, cuando los medios y redes de comunicación eran escasos.
Tal vez hoy, esta metodología de las señales, quede trasnochada por la
superioridad tecnológica que nos abruma.
Esta
introducción es una extracción de las primeras escenas de la película En el valle de Elah, donde la
escrupulosidad y rigor en las conductas y en el código de honor del ejército
estadounidense quedan en entredicho. El protagonista, Tommy Lee Jones, es un
oficial del ejército retirado, institución a la que ha dedicado su vida y
continúa manteniendo las conductas, el rigor y la disciplina adquiridos durante
su permanencia en el servicio militar. Tanto que al pasar por el parque de
bomberos de su localidad, observa que la bandera ha sido izada al revés,
detiene el vehículo y pone la enseña en su natural posición, aclarando al
oficial del significad de aquella posición. Pero es también padre, que ha
perdido al mayor de sus hijos en el conflicto del Golfo Pérsico y al menor, en
un escarceo al regreso de sus misiones en el infierno de Irak. Sus
investigaciones, para esclarecer esta muerte, le llevarán al conocimiento de
las matanzas y los horrores que se cometen en la conflagración, con el
testimonio que le manda su hijo a través de las redes sociales y el teléfono
móvil. Pero lo que realmente le destroza, es la demonización del hijo, la transgresión
de las conductas y comportamientos de alguien a quien creía haber traspasado
sus convencimientos sobre el honor y la dignidad del ejército, que nunca puede
ser una herramienta para implantar el poder y suplantar las directrices protectoras
del género humano, al que debe servir y no aniquilar, al que debe auxiliar y no
someter. La idealización del hijo se precipita al vacío cuando comprueba que se
ha ido transformando conforme se inserta en el horror y la miseria que genera
el conflicto bélico. Una transformación que sobrevino cuando atropella a un
niño que se interpone en el camino. Hermosa y trágica la escena en la que un compañero
relata el hecho, durante la investigación que lleva el padre a cabo, y se
obstina en pensar que fue un perro lo que el vehículo militar, que conducía el
hijo, aplastó.
Muy al contrario
de lo que pudiera parecer, es una película hermosa, donde el amor paternal se
superpone a su condición de militar retirado. Es una bella parábola de la
derrota del poderoso ante el débil. El valle de Elah es el mítico lugar, en
Israel, donde David derrotó a Goliat.
Es
el desastre de la guerra que viene consumarse cuando todo parece terminado. Cuando
el regreso a casa debiera significar la victoria de la vida sobre la muerte,
aparece ésta de improviso para recordarnos las fracturas sentimentales y
psicológicas que se producen en quienes han tenido que soportar tanta tragedia,
ante quienes no ha podido evitar convivir con el horror y hasta convertirse en
parte del espanto y el escarnio de inocentes. Aunque las escenas no son brutales,
ni mantienen imágenes sangrientas si subyace en este film la inmensa tragedia
de la fatalidad y cómo puede llegar a cambiar la vida de un hombre, hasta
destrozarla, cuando se enfrenta la verdad más cruenta de la guerra, cómo un
hecho ocasional puede trastornar y desequilibrar al más cuerdo de los seres
humanos.
Me
ha conmocionado esta historia. Y la genialidad de la condición humana, que aún
hoy sigue superponiéndose a la indignidad de los errores del hombre, que
intenta solventar sus diferencias con actos de violencia. Me ha sobrecogido la
sentimentalidad que subsiste y late aun en los caracteres más sobrios, el
instinto paternal sobreponiéndose a la violencia y a los rigores de las
conductas militares y sobre todo, a la voluntad de querer transformar los
cimientos de un edificio tan sólido como oscuro. Goliat sigue avasallando y
atemorizando al pueblo, temeroso de su opulencia, del poder que atesoran sus
estructuras, que espera la llegada de David, y con una simple piedra derribe al
gigante.
Me
conmocionado la película porque al final el padre, derrotado por la verdad y la
contrariedad de saber que el hijo era parte y participante del horror, vuelve a
casa, se para ante la estación de bomberos, baja la bandera y coloca la del
hijo, deshilachada y maltrecha, al revés, indicándole al oficial que es así
como debe permanecer hasta que llegue David y con la honda tumbe a Goliat. Me
conmocionado este film porque su ultimo fotograma, una imagen fija durante treinta
segundos, es un niño destrozado por una mina y una dedicatoria sublime, “para
los niños”.
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