
Quienes
hemos realizado turismo alguna vez, sabemos que disponemos de unos días para
verlo todo, pero todo, absolutamente todo, así se eleve la nieve dos metros de
la calzada o se derrita el asfalto por la candela que cae del cielo. Comentaba,
el otro día, una pasajera del metro centro, cómo era posible aguantar ese
calor, y además con calcetines. La observación, sobre las prendas en los pies, es
digna de un estudio sociológico, es cierto. Pero también es cierto que los
pinreles son los que acucian y sufren más los efectos de la sudoración y que
hay quienes son incapaces de soportar este efecto. Notar cómo se resbalan, por
efecto de la sudoración, por las láminas de plástico de las sandalias es una
sensación, a mi parecer, extremadamente repulsiva. Por eso yo no utilizo ni
chanclas ni sandalias, por aquello de la estética. En cuanto al sufrimiento por
los efectos del calor, poder soportar los cuarenta grados, que no inflige el
verano, es cuestión de voluntad y de la imposición horaria de las visitas a los
principales monumentos de la ciudad, a sus productos que ofertamos, a través de
las agencias de turismo y de los consorcios municipales que nuestra cultura y
nuestra forma de vida. Si quitamos la Catedral, que suele mantener abiertas sus
puertas hasta las seis de la tarde los domingos, para la visita turística, que
para el culto es otro tema, la basílica de la Macarena que abre a las nueve de
la mañana y cierra sus puertas a las veintiuna horas, todos los demás, difícilmente
mantienen otros horarios para facilitar la visita. Siempre se pueden apreciar
las grandezas arquitectónicas desde el exterior. Y hasta vuelven a sus exóticos
lugares de residencia asombrados por la magnificencia de los más importantes y
emblemáticos edificios.
Ver
a grupos de turistas japoneses, alemanes o de dónde sean, pasear en las
primeras horas de la tardes bajo los tórridos efectos del calor, no es más que una
necesidad de espacio y tiempo, de recopilar imágenes en sus cámaras digitales
para luego poder deleitarse en sus domicilios, con ellas.
Mientras
nosotros a combatir el calor como siempre, aunque en nuestros tiempos
disponemos de estos aparatitos que rebajan la temperatura de nuestros hogares y
elevan las de la atmósfera, alterando los índices climatológicos.
El
calor siempre es calor. Lo seguirá siendo en el futuro. Por mucho que nos
quejemos, por mucho que olvidemos las temperaturas sufridas en años anteriores,
esto es siempre lo mismo. Noches de insomnio, gente abanicándose, turistas
acalorados recorriendo las calles, gorditos y gorditas sofocadas, consumiendo
botellitas de agua, levantarse de la siesta empapados de sudor, caídas de tardes
buscando el cobijo de las primeras sombras, al aire libre, con una cerveza en
la mano, el dueño del bar de la esquina regando su parcela. El calor, en los
meses de verano, es una seña de identidad de nuestra ciudad, de esta Sevilla
que, desde los tiempos de los árabes, ha ido buscando soluciones para
combatirlo.
No me gusta el
aire acondicionado, me molesta incluso cuando llevo algún tiempo bajo su
influencia. Soy más de sandía y búcaro, de melón fresquito. Soporto el calor, aunque
no me gusta nada. Prefiero otras épocas. Debo ser un raro espécimen. Pero me
gusta esta ciudad incluso con el sofoco del calor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario