Fundida en cobre fue realizada por Bartolomé Morel entre 1566
y 1568, utilizando un modelo de Juan
Bautista Vázquez, muy probablemente inspirándose en un dibujo del pintor Luis
de Vargas, aunque algunas fuentes discrepan de la cita y acentúan su opinión en
la influencia de Diego de
Pesquera, aunque de escasa verisimilitud, pues en aquella época el pintor de
encontraba en Granada, trabajando en la sala capitular se la Catedral granadina
y en la portada de la iglesia de San Pedro.
El Giraldillo representa a una mujer con túnica, una palma en
una mano y un escudo guerrero en la otra, inspirada en la diosa griega Palas o
en la romana Minerva, ambas representaban a la sabiduría y el conocimiento. Es,
por tanto, una exégesis cristianizada de una imagen pagana. Se trata
probablemente de la escultura de bronce más importante del Renacimiento, una obra magnífica
que se agrega la magnificencia de la torre que corona y dentro de la
grandiosidad que supone la catedral sevillana, tanto que Cervantes la nombra y define
como “aquella giganta de Sevilla…”.
Durante siglos,
esta colosa de los vientos, esta
santa Juana que guía y señala los viento de los cielos sevillanos, que parlotea
con las corriente y las enamora, permaneció incólume en el cenit de la torre
sin que nadie se preocupara por su estado, tal vez celosos de que pudiera
descubrir tantos misterios y secretos de los que ha sido testigo. La giganta ha
sufrido varias intervenciones, para asegurar su estructura, con el paso de los
siglos, pero fue en el año 1997 cuando cundió la preocupación entre los
expertos y técnicos que percibieron unos daños estructurales que ponían en
peligro la estabilidad y la seguridad del Giraldillo. Su intervención duro casi
seis años y el coste total de la operación seiscientos mil euros. En las
explicaciones vertidas del proceso del trabajo, la Consejera de Cultura, por
aquel entonces Dª Carmen Calvo, señaló
que, aunque muchas otras instituciones hablaron en principio de la importancia
del proyecto, finalmente fue la Junta la que tuvo que asumir el montante de la
operación. Sin embargo, la Consejera mostró su satisfacción por la decisión tomada
por su Consejería, ya que, según dijo, “esta es una buena forma de gastar el
dinero público, el dinero de todos los andaluces”. Me parece estupendo que se
aplique dinero del presupuesto para este tipo de actuaciones, en cualquiera de
los muchísimos monumentos que se dispersan por la geografía andaluza, pues son
signos de nuestra identidad y muestras indelebles de nuestra cultura. Pero, por
Dios que sirvan para que perduren en el tiempo. ¿Sirven para algo los avances tecnológicos
aplicados a los métodos para la conservación y restauración de nuestros
monumentos? ¿Eran mejores las técnicas y los métodos de trabajo realizados en
los siglos XVI y XVII, donde el conocimiento, se supone, era menor al de
nuestros informatizados tiempos?
No tengo la menor duda del rigor científico, ni de la
preparación excepcional de los técnicos que realizan sus labores en el Instituto
Andaluz de Patrimonio Artístico. En absoluto. Pero algo falla. Alguien ha fracasado
en su trabajo. A quién corresponda depurar las responsabilidades de la oxidación
del mecanismo sobre el que gira la veleta, que lo haga a la mayor brevedad
posible. Y por favor. A ver si en estos tiempos de tantos recortes a la
cultura, a los profesionales, a los obreros, de solicitar tantos sacrificios a
los estudiantes y a las familias, se
logra restituir el eje sin tener que gastarse cien millones de las antiguas
pesetas, en recuperar la salud del principal símbolo de la ciudad.
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