
La
principal virtud que se nos muestra no es las de las artes, que también lo son,
sino el amor con la que ha sido concebida, es la grandeza de la recreación de
la pasión que nace en lo más hondo de su ser, en la alegría y la satisfacción
con la ha elaborado esta composición sublime sobre la Semana Santa de Sevilla.
Para quienes manejan,
con la solvencia que ella lo hace, el difícil mundo de la pintura es fácil
retener en el blancor de un lienzo figuras y objetos, reproducirlos hasta la
más exasperante fidelidad. Lo difícil y extraordinario es saber plasmar las
inquietudes del alma y que los que las visualicen sepan descubrirlas y perciban,
en los lugares más recónditos del ser, el repelús de la emoción. Transmitir los
sentimientos que fluyen por cada poro de su piel y vislumbrar cómo rebosan las
calles de sensaciones nuevas que retienen memorias antiguas.
Eso que es lo
que ha conseguido Nuria. Algo tan difícil como es reconocer, inmediato y de una
solo ojeada, la semana santa de los que salimos a buscarla, a reencontrarnos con
el mejor tiempo de la ciudad, ése que es tan efímero que se convierte en eternidad,
que siempre muestran su lustrosa apariencia en los anaqueles de la memoria. Eso
es lo que transmite esta hermosísima obra, la nostalgia de las horas que nos
quedan por vivir, la secuencia de una emoción tras otra que se nos presenta en
forma de aroma envuelto en el torbellino amorfo, en un velo de sahumerio que
busca el hogar de Dios, cuando la madrugada es principio de mañana y las
mantolinas, que prenden y cuelgan de las asas de una corneta nos señalan el
camino hacia donde habita y reside la
que es portada de la Esperanza.
Estos son los
límites del sentimiento, los trazos que resuelven el misterio, las luces que
traspasan la visión, que taladran el alma y convocan al duende de la vida que
se resume en siete días, la existencia más hermosa delimitada por el genio y la
figura. Eso es lo que hemos visto, la transfiguración de los sentidos de una
niña que pasaba, cada mañana, por la puerta de la basílica y soñaba con poder
recoger un sueño, verterlo en la blancura de un lienzo y fomentar sus vivencias
en la fe y en la devoción. Eso es lo que se nos ha mostrado. Una ilusión que
trata de repeler la indiferencia, que asombra con el mensaje de la pasión que
nos asalta y nos conmueve. Es andar frente a un palio sin poder apartar la
vista. Es el asalto a la emoción con las notas de unas cornetas sorteando la
espesura del ambiente, el tintinear de una vara cuando resuelve su idilio de
amor chocando con la rotundidad de un adoquín o el balanceo místico y
sobrecogedor de una naveta exhalando el vestigio del incienso o el roce de la
seda y el oro del que pende la mayor de las Esperanzas.
Este cartel,
esta exposición sentimental de Nuria, nos descubre y presenta la Semana de
Sevilla, nuestra Semana Santa, la tradición y la ilusión asomándose a la luz
del alma. Y eso es muy difícil de conseguir. Es la exquisitez de la pintura
alabando nuestro espíritu y debemos darle gracias por gracias a Nuria por
compartir sus sentimientos con nosotros y por hacernos partícipes de nuestros
de sueños en su obra.
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