Toda la gloria
macarena cantada. Toda la emoción latiendo. Marcar el ritmo del pausado caminar
por las calles de la memoria que ayer se desasfaltaron para retomar el aspecto
brillante del mármol sevillano que son los adoquines, esas vía por las que
quedó impregnada la marcialidad de la mejor tropa que jamás se haya conformado.
Loor y gloria, piropos altaneros pregonados por mujeres de pelo recogido en moños
y mandiles asidos a las cinturas cuando la legión macarena desfilaba por las
calles dejando constancia de la gracia convertida en elegancia y gallardía o
eran éstas las que tomaban de la gracia su apostura.
Fue ayer cuando
el tiempo pareció detenerse, revolverse en las entrañas del mismo dios que lo
controla para desandar el camino. ¿Fue un sueño desarmando las emociones?
¿Pueden los años desabrigar el alma hasta mostrarla en su más pura condición?
¿Dónde esconde su victoria el tiempo que procura heridas en la piel, que rasga
el velo de la edad y que convierte el cuerpo en vejez? El honor se consigue arando
el aire con una sutileza blanca, con un mar de espumas que son sueños de
presunción, plumas que desafían a la arrogancia, un apero de emoción que trasgreden
los sentidos. ¿Dónde, si no en la Macarena, se levanta un arco del triunfo para
la legión que arrasa, que demuele los sentidos, que convence y que alcanza la
égloga y la épica?
Solo hace unas
jornadas que se impusieron coronas de laurel en la sienes que bañan ya las nieves
de la edad, a ésos que asaltaron la noche más hermosa y fortificaron los
sentimientos que manaban de una fuente en la Encarnación, un lugar donde se
alistaban las huestes que debían arrasar la madrugada, un lugar donde se
iniciaban en la más bella y truculenta disciplina, en el amor y la devoción.
Ahí es donde se enraíza con la nostalgia y donde florece la ilusión, únicas armas
posibles para no perder la razón.
Volvieron de las
campañas del cielo, héroes victoriosos de la memoria, para hacerse presente y
ejemplo de los que oyeron contar sus hazañas en sus descansos vespertinos
infantiles, leyendas que se materializan y toman cuerpo, con corazas, rodelas y
machetes, en .los testimonios de quienes bregaron en las más hermosas
contiendas. Nombres que se repujan en las lápidas de la inmortalidad macarena,
tropas que recogen las laureadas, amigos que reconocen la labor y la entrega.
Relatores que
toman el pergamino, abriendo su alma y su voz buena, y se suben a la balconada
celeste para declamar los nombres, para enunciar la epopeya de Antonio Ángel
Franco, recio en el sentimiento, audaz en el comportamiento, valiente en la
decisión, que fue convirtiendo en grupo de élite sentimental a los bravos
guerreros de la Encarnación y la calleancha de la Feria; a José López, Pepe el
Pelao, que mantuvo firme el timón de la nave para que nunca encallara, para dar
mayor realce y presencia de la tropa macarena; a José García, Pepito, que alzó
el orgullo del sentimiento y caballerosidad macarena a las más altas cotas de
la entrega y la devoción y realzó la condición del valor del armao; o Ignacio
Guillermo, que mantuvo la firmeza y la gallardía de la mejor tradición, de la
herencia que le llegaba y que supo ennoblecer con su entrega y decisión.
Homenaje a los
héroes de la Macarena, por otros que en el futuro lo serán. Emoción que
recorrió el aire, que hizo rebozar lágrimas por las ausencias, la fiel tropa
que se mantiene en la reserva activa, los metecos que observábamos cómo el
desfile y la ceremonia no eran más que el ejercicio de la justicia. Hasta las
palabras de Richard sugieren marcialidad y amor. Todo fue como tiene que ser.
Los Armaos de la Macarena fueron, son y serán el mejor ejemplo de la entrega,
la dedicación y la abnegación del verdadero sentido de la Hermandad, de la
verdadera esencia del mensaje de Esperanza que este mundo necesita. Salve a
todos, los fueron, los que son y los que vendrán, porque están tocados, suerte
de ellos, por la mano del Señor.
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