Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

lunes, 29 de abril de 2013

¿Existe el futuro?


            Uno no sabe ya que pensar cuando repasa los diarios y se encuentra con declaraciones y noticias de nuestros políticos, sobre nuestros políticos. Todo en el país son desajustes y precariedades morales de las que no tienen culpa porque han sido motivadas por los que antes estuvieron y éstos condenaron a aquellos cuando tuvieron el poder. La casa sin barrer.
            Ahora resulta que los que propiciaron este desastre, que nos engañaron con manifiestos en los que aseguraban que nuestra economía se sustentaba en continuo crecimiento, en la seguridad de las reservas del estado o en potenciación de la marca del país, resuelven que los millones de parados proceden de la mala gestión del gobierno actual, que también se está cubriendo de gloria.
            En el inicio de este desastre económico, ahí deben estar las actas del congreso de los diputados y del senado de la nación, el Sr. Zapatero aseguraba que teníamos la espalda cubierta, que nuestra situación no alcanzaría la precariedad de la que se comenzaba a vivir en Grecia, significando especialmente la fortaleza de la zona euro frente al valor de otras divisas. Algunos meses después, cuando millones de familias comenzaron a verle las orejas al lobo, y el desplome del sector de la construcción, con el estallido de la burbuja inmobiliaria, vimos con estupor como la situación del país se debilitaba hasta necesitar medidas contra el desbordamiento de las previsiones; o mejor dicho, contra el hundimiento de esta nave, sólida y férrea nos vendían, podrida y herrumbrosa en realidad, que es España.
            Se fue a pique por la penosa y mala gestión de un gobierno socialista que puso el bienestar de la nación en manos de especuladores, de estafadores que manipularon el estado económico con la implantación de empresas inmobiliarias que ofrecían productos inaccesibles para el común de los ciudadanos haciéndoles creer que estaban a su alcance. Para ello se aliaron con las entidades bancarias que comenzaron a mover el mercado con efectos de financiación a largo plazo, con hipotecas que condenaban a sus suscriptores, con clausulas abusivas y amorales, a la penalidad y la pobreza. Cientos de miles de familias se han visto abocadas al abandono de sus viviendas, sin que este gobierno haya proferido ninguna ley, ningún acuerdo para que la sangría se ataje. Cientos de miles de familias que han visto como se les deshacía la vida en un día, cuando les hicieron entrega de la carta de despido. Cientos de miles de familias que subsisten gracias a la ayuda de instituciones no gubernamentales, extrañamente el noventa por ciento de ellas, de carácter religioso, y del auxilio de la familia más inmediata. Estas son las consecuencias que trajeron aquellos malos gobernantes y que son incapaces de atajar los actuales.
Ahora leemos, ya sin pizca de asombro, una capacidad emocional que quedará para el circo, que los colegios andaluces, recuérdese que esta región está gobernada, desde hace más de tres décadas por socialistas y comunistas, dan de comer a más de doscientos mil niños, cuyas familias no pueden atender. Les recuerdo a nuestros afables dirigentes que existen la leche en polvo y las barricas de los salados de arenques, que eran el sustento principal de nuestros sufridos padres y que nos dirigimos al estado de pobreza que ya conocieron ellos. No es cuestión de sacar conclusiones, ni de establecer comparaciones con otras épocas. Es sencillamente que la situación nos ha desbordado. Que hay padres que no tienen qué dar de comer a sus hijos, que se ven abocados a la caridad, menos mal, para poder sobrevivir.
¿Es ésta la sociedad del bienestar que nos prometieron? ¿Es ésto para lo que luchamos, con tanto ahínco, con tanta ilusión, antes y después del término del anterior régimen? Por favor, al menos que no nos engañen con falacias y falsas esperanzas. Llevan un lustro, unos y otros, pregonando que esta situación revertirá en un año o en próximo, conjeturando la luz al final del túnel. El próximo plazo lo han situado a finales del 2016. ¿Podremos sobrevivir hasta entonces?

sábado, 20 de abril de 2013

La memoria de la ciudad


         
  Decía ayer un buen amigo, en su columna diaria, en un periódico sevillano, haciendo mención a una amiga de fuera, aunque ya lleva veinte años en connivencia con esta ciudad, que había que salvar Sevilla y preservar el patrimonio urbano. ¿Qué patrimonio, querida amiga de mi amigo? Aquí ya no quedan más que asilados reductos de la grandeza urbana que guardó, durante decenas de siglos esta Híspalis maltratada por sus modernos y progresistas tataranietos, que se bastaron con dos décadas del siglo XX para poner el cartel anunciando su defunción. Y lo peor, es que fue realizada por personas ilustres, por significados catedráticos de arte.
            Después llegaron los andalucistas y socialistas para rematar la faena. Cuando todos creíamos, éramos jóvenes inocentes, idealistas que perdíamos la cabeza por nuestros metafísicos y poéticos pensamientos, que se iba a recuperar, al menos la visión paisajística del casco antiguo, pegaron un machetazo y zanjaron cualquier. A peatonalizar y abrir espacio indiscriminadamente, sin importar la historia, ni las vivencias, que guardaban los zocos y entramados de las calles. Aquí lo importante era catetizar, perdón he querido decir modernizar la ciudad.
            Desde hace unos días, por cuestiones familiares, y médicas afines a mi padre, visito con mucha frecuencia el centro de salud de la calle San Luis, que he de decir que es un lugar extraordinario, donde sus profesionales destacan por sus cualidades humanas, por la atención personalizada que realizan. Frente a él, han construido un centro deportivo que es la envidia de muchos otros que se han establecido en la ciudad. Siguiendo la ruta, a sus espaldas se encuentra la amplitud de una calle, con edificios de nueva construcción, denominada padre Secundino, en honor al gran lasaliano que dirigió y transmitió  tanta bondad como conocimientos, verdad Pepe Vázquez, en el adjunto colegio de la Salle. Si viramos un poco, en este paseo imaginario, nos topamos inmediatamente con un gran espacio abierto, en otro tiempo ocupado por viejos caserones, por amplias casas de vecinos, que sigue manteniendo su nombre, Plaza del Cronista, aunque sus recoletas dimensiones se hayan desmesurado hasta convertirlo en un paraje casi desértico, atravesada por una calle San Blas.
            En estos parajes vivió mi padre su infancia, la patria del hombre. A pesar de sus ochenta y tres años, y a pesar de tener restringida su movilidad física, mantiene una mente preclara y aquel paraje le resultó totalmente desconocido, inhóspito. Aquel no era el lugar donde jugaban al fútbol con una pelota de trapo, ni estaban las tiendas de ultramarinos donde compraban el aceite a granel, ni vieja droguería de su primo Manolito, ni las estrecheces de las calles que permitían esconderse y esquivar a los perseguidores cuando jugaban al escondite, ni siquiera, y esto me conmovió, el aroma al pan recién hecho que provenía de la tahona de su familia, que estaba en la esquina de la calle Infantes. ¡Qué pena! dijo. ¡Cómo pasan los años! ¡Cómo cambian las cosas! ¡Qué pena!
            En su lugar, la preclara mente de un espabilado, uno de esos arquitectos diseñadores que se quedan tan panchos destruyendo el último gran trazado mozárabe que quedaba en Europa, ante la permisividad de las instituciones, nacionales e internacionales que deberían preservarlas de las dañinas mentes de los hombres, han construido mayestáticos edificios que afean el espacio que comparten con algunos elementos arquitectónicos salvados de la quema.
            Sevilla tiene ya poco que salvar, querida amiga de mi amigo.
            Lo único que nos queda, el mejor patrimonio de lo que fue y usted no llegó a conocer, es que la memoria de los que guardan aquellas imágenes, aquellos paisajes de la ciudad que perdimos, no se diluyan o estereotipen con la transmisión oral y visual de las viejas fotos. Ese es el último reducto de la ciudad que no conocimos, que no nos permitieron. En la memoria de ellos continúa la Sevilla eterna.

jueves, 18 de abril de 2013

La memoria de una feria


            
No arreciaban las horas porque en aquel recinto el tiempo se diluía con la alegría, se destrozaba con la primera sonrisa de una mujer, que bailaba y movía el aire con la gracia de sus manos. No eran las tardes azules y luminosas, con recuerdos de olés de la Maestranza, que llegaban enjaretados en un hermoso coche de caballos, donde los sueños de un capote se dibujaban en los rostros de unos hombres, que habían visto cómo se paraba el mundo con un lance, en una chicuelina tan ajustada, que parecían fundirse, en un mismo cuerpo, el hombre y el toro.
            No eran las miradas y los piropos, en nuestro tránsito por el Real, lo que alteraban nuestras emociones, ni siquiera los cantes desentonados de unas sevillanas corraleras en la puerta de la caseta, formado un corral de palmas y albero donde se mostraba la hermosura de las niñas que danzaban y traían toda la grandeza de la memoria festiva de la ciudad, en los revuelos de sus volantes, provocando una revolución de los sentidos, una vuelta a los ancestros, a las festividades tartésicas que ofrecían al dios sol sus más preciadas ofrendas. Eran los brillos de los ojos, que ansiaban un encontronazo con la mirada del joven, el oro puro que se impregnaba en las pañoletas, en los dólmenes del júbilo y quedaban escritas las leyendas de amoríos juveniles, que nunca llegaron a materializarse porque la juventud aún no había mancillado la hermosura de la timidez.
            Era nuestra edad, los deseos por descubrir ese mundo idílico donde yace la felicidad, donde se asientan las penas y dejan el camino expedito a la jovialidad. Íbamos a la feria como salían los descubridores de las Indias, a forzar el encuentro con la fortuna, a sorprendernos con la riqueza de la palabra que entona con efusión, sin más pretensión que hurgar en las cavernas de la diversión.
Eran las fuerzas de la juventud que destrozaba los muros del cansancio, que elevaba ilusiones capaces de crear un paraíso con la sonrisa de aquella niña, que siempre era recuerdo de alegría y ahora recupera instantes de la nostalgia, esta precipitación de las horas que va marcando el reloj de la evocación. Noches que nos sorprendían y resucitaban las promesas del retorno, antes de la medianoche, como cenicientas que habían destronado las penas y que querían perder la sensación de felicidad que guardarían en los recovecos y arrugas de una almohada, en el baúl de los sueños y los primeros amores. Prisas en los pasos que retoman una senda del sosiego, un camino que descubre los primeros indicios del cansancio; ruta que se enfila antes de que las brumas de la madrugada echara los toldos en las casetas y profundizara en las intimidades y la familiaridad de la alegría.
Vivir con frescura, buscar la lozanía de una silueta que se enmarcaba en los contornos de los faralaes, que idealizaba la figura y la mostraba con signos de deidad femenina. Isis y Venus transmutadas desde los confines del Olimpo para entrañarse en el aire de Sevilla, aquellas diosas de la juventud y estas diosas de la madurez. Buscábamos el gozo y evitábamos la frigidez del aburrimiento, que desechábamos apenas los zapatos se cubrían con primera lámina de albero y dibujaba escenas que enseguida se proyectaban en la memoria. Tiempo que creíamos vencer y no nos dábamos cuenta de su cruenta victoria.
Hoy vuelven, como las rimas de Bécquer, los nidos de la nostalgia a prender en corazón. Hoy el sol retorna para laminar las calles del oro que asentará en los zapatos y unos jóvenes, lozanía y frescura rondando el Real, volverán a instaurar la victoria del tiempo y se sorprenderán, cuando los años muestren su contundencia y arrogancia, buscando en las profundidades de la memoria la felicidad, la efímera ventura de unos ojos que brillan, unas manos que moldean en el aire palabras de tu nombre y una figura estilizada que fue un pregón para la emoción.
No necesitábamos más que conformar nuestra ansia por la alegría y estar juntos. Lo demás no sobraba. Cosas de nuestra juventud. ¿Verdad?

miércoles, 17 de abril de 2013

La Sexta y la mierda.

           
 No sé a quién puede sorprender la inquina con la que algunos medios de comunicación nacionales se dirigen a las fiestas de Andalucía y muy especialmente a la Semana Santa, una conmemoración tan participativa y popular que se organiza y se muestra por los propios ciudadanos, que además contribuyen, durante el resto del año, a sufragar las carencias, que aquellos mismos que critican han propiciado, y mitigar los truculentos efectos de una crisis que afecta a más de un treinta por ciento de su población activa, unos números que habría que multiplicar por tres si hacemos mención de la unidad familiar. De no ser por las hermandades y cofradías, por las asociaciones religiosas y la propia Iglesia, con sus ramales sociales como Cáritas, tal vez no podríamos disfrutar de esta tensa paz que al menos nos permite sobrevivir en una sociedad donde las aguas bajan con inusual turbulencia.
            He dejado pasar algunos días para pronunciarme sobre el programa de televisión, seguramente de ésos que llaman basura, en los que no sólo se cuestiona la razón de ser, la religiosidad popular, de la semana santa de Sevilla, sino que se atreven a mancillar la memoria de todo un pueblo, a mostrar imágenes y comentarios manipulados, en una vergonzante actuación, y a ridiculizar a sencillos ciudadanos, la mayoría personas mayores, que viven la fe sin prejuicios, con el carácter popular que les ha sido delgado por sus ascendientes. Más les valdría haber dedicado este tiempo y dinero, al que posiblemente contribuyamos los sevillanos con el pago de nuestros impuestos y con el consumo de los productos que publicitan en sus interminables intermedios, a solucionar esos problemas que no tratan ni sus propios noticiarios. Tal vez debieran Anna Simón y Florentino Fernández dedicar parte de sus sueldos a reparar los tristes efectos que han provocado este caos social gente como los propietarios de sus cadenas.
No todo vale, Florentino, para llevarse un suculento sueldo a casa y vivir como un marajá aprovechándose de la sencillez de la gente. El dinero no puede deshonrar los sentimientos de un pueblo, ni esclavizar la libertad que tanto pregonas en la basura de tu programa. No es lícito, señorita Anna Simón, que puedo imaginar cómo ha llegado hasta un lugar que debiera ser ocupado por algún periodista de verdad, que venga usted a mancillar el sentir de la religiosidad popular diciendo lo ridícula que puede llegar a ser los ciudadanos de la Sevilla “donde la gente se disfraza con unos capirotes, se pelean por deslomarse la espalda para llevar una estatua que podría ir sobre ruedas y luego lloran a moco tendido cuando no pueden salir porque llueve”. En Sevilla no se disfraza nadie en Semana Santa, ni nunca como sea Carnaval. Los nazarenos se cubren para realizar anónima estación de penitencia. Nadie se pelea por deslomarse las espalda porque lo que hacen, lo hacen convencidos por la fe y eso es dignidad y cumplimiento a su verdad. No son estatuas, señorita. Aquí al menos no. Son representaciones de Jesús, en sus distintas estaciones pasionales y lloran, sí es verdad, porque son muchas las emociones, que de generación en generación se han transmitido, que se retienen y la memoria de padres que vuelven, porque tal vez se haya pedido por un hermano que se moría e inexplicablemente sanó, porque una madre nos llevaba de la mano y nos enseñaba que Dios, como la imagen que veíamos, era hermoso y bueno. Claro que tenemos la ventaja de haber sido aleccionados en el sentimiento, en el respeto y en la creencia de los valores. ¿Usted sabe de qué hablo?
Como colofón a tan “magnífico reportaje”, no cabíamos en casa y parió la abuela, viene un señor alemán a mofarse y caricaturizar, a zaherir y mortificar, las creencias populares. Qué ignorante debe ser este pobre hombre, qué falta de cultura, qué poco respeto por las tradiciones y la religiosidad de un pueblo. Un germano que se permite comparar a una hermandad, la San Gonzalo, y a sus integrantes, con un reunión del Ku Klux Kan. Y lo dice un tío cuya memoria histórica, si tiene memoria y cerebro claro, mantiene la peor ralea para la humanidad. Lo dice este caricato que se llama Wolfgang Maier es una sandez y podría habernos igualmente comparado, en su más absoluta gilipollez, con algunos sitios, promovidos por sus ilustres antepasados. Tal vez deberíamos recordarles, sin profundizar en datos, algunos lugares que han pasado a la triste y más negra historia del mundo desde que es mundo. Espacios como Auschwitz, Birkenau, Belzec, Chemn, Maidanek, Sobibor, Treblinka y Mauthausen. O hacer mención a la tenaza económica que está realizando su querida primer ministra, y que está empobreciendo a toda Europa.
Es una pena que se gasten dinero y medios, tiempo y trabajo, en este tipo de programas y que dos payasetes, lo de los españoles mantiene una gravedad inaudita, maltraten y vilipendien los sentimientos y fervores religiosos de su propia gente, de la que vive en este país que se llama España. Seguimos estando sometidos a los actos de los bárbaros. Sólo que no cuentan con el carácter y la valentía de los andaluces. Y sé de muchos que ha desintonizado La Sexta. Entre ellos, mi familia. Cuando queramos basura nos acercaremos a la esquina donde se sitúa los contenedores.

lunes, 15 de abril de 2013

Otra vez


            
Otra vez marcando indicios que posiblemente volverán a ser falsos. Dotaciones de la policía científica dando bandazos por los descampados, desenterrando las miserias de los campos que rodean la ciudad, encontrando vacíos en las líneas de las tierras que se cultivan. Dinero público que se va tirando, como si fuera estiércol, por lindes y riberas, como si no hiciera falta para deshacer las penas de una crisis que se está abalanzando contra gente de bien, que a veces no tienen ni para comer.
            Otra vez este muchacho atentando contra la dignidad de la familia, clavando el cuchillo del dolor, que lleva muescas de amargos recuerdos en su hoja, en lo más hondo del corazón de una familia que tuvo, tiene y tendrá, por lo que se ve, seguir soportando el hiriente y salvaje juego de esta panda de indeseables. ¡Qué miserable condición puede alcanzar al género humano!
            Otra vez las imágenes de una sonrisa copando los titulares de los periódicos, sembrando de titulares los programas de televisión, algunos intentando informar, otros utilizando el morbo indecoroso y miserable, para obtener una audiencia que posibilite una publicidad que reponga la inmoralidad del lucro con la desgracia ajena.
            Otra vez el juego de la burla, del salto a piola de los poderes judiciales, de lo que dije ayer me retracto y ahora asumo toda la culpa, ahora condeno a aquél, ahora callo y después hablo para saciar un hito de venganza; del sarcasmo y la intolerante actitud de un muchacho que miente al mismo tiempo que habla, que ahora inculpa a su hermano, cuando hace unos meses le apartó de cualquier responsabilidad en este asesinato, que si no fue con premeditación sí continuó con un plan para deshacerse del cadáver.
            Otra vez la lanza de la inmisericordia atravesando el espacio para clavarse en el centro de la diana del tormento, para infligir el martirio a unos padres que ya no saben qué pueden ni deben hacer para que se aplique la justicia y se haga realidad el dicho sobre el derecho a la vida, sobre la libertad a quien la coarta y contribuye a falsear la realidad, a deshacérsela a unos abuelos que ya creían poder disfrutar de la merecida jubilación y lo que debieran ser sus años de oro se han convertido en un manojo de días sin horas, en semanas consecutivas de consecutivo sufrimiento, de años que pasan y es imposible el sosiego y la tranquilidad para el alma.
            Otra vez el desasosiego inundando esas riberas donde la sangre se hiela, donde se implanta el desconsuelo. ¿Tan difícil es obrar con conciencia? ¿Tan difícil es decir la verdad para que descansen todos aquellos que no tienen más opción que el sobresalto? No es tarea de hombres, sino de Dios, conceder el perdón, estimar la gracia de la libertad, que los culpables caminen por las mismas calles que pisan los desconsolados familiares.
            Otra vez las malas hierbas que nacen en el estéril campo del un corazón sin sangre ocultando la vergüenza de toda un sociedad escandalizada, que es incapaz de entender que haya acciones que queden impune, que no se sometan a castigos este tipo de desvergüenzas, estas tropelías que se cometen sin que ninguna autoridad logre que se esclarezcan los hechos, que encuentre indicios para la localización del cuerpo y que un individuo mantenga en un hilo cualquier credibilidad de encontrarnos en un estado de derecho, donde prevalezca la justicia y donde los hombres puedan caminar con el garante de saberse protegidos de las bestias que pululan en esta selva que hemos convertido la sociedad.
Otra vez las tinieblas oscureciendo el futuro, un lugar incierto e inseguro para familias que no saben lo que es descansar porque no saben donde reposan los restos, si existen, de una niña que salió una tarde y ya no regresó al lugar donde habitaban los mejores besos.

jueves, 11 de abril de 2013

La inmortalidad de José Luis Sampedro


     
 Hay silencios que pueden matar la voluntad de los pueblos y gritos que ayudan a establecer sistemas de gobiernos autoritarios. Nada se consigue si no se actúa con decisión y valentía. Para poder gozar de una conciencia limpia, sin remordimientos hay que proyectar los idearios en las asambleas correspondientes. Mostrar la verdad, aceptar las de los contrarios y respetar la libertad de pensamiento corresponde a un pueblo inteligente, a unos ciudadanos responsables, que quieren y pretenden obrar en justicia.
            No hay que hablar sin miedos, ser consecuentes con las decisiones que se tomen y las palabras que se emitan. Lo decía, y así actuaba en consecuencia, una persona que se acaba de ir, una de esas mentes privilegiadas que nunca debieran marcharse, aunque los años marchitaran su aspecto y rajaran su rostro las décadas de su sabiduría, uno de esos hombres que no debieran morir, que no deberíamos permitir que fueran sustraídos de este mundo porque no están los tiempos para pérdidas de esta naturaleza.
            Se ha marchado José Luis Sampedro, el prolífico escritor y reputado intelectual. Le conocí hace ya algunos años, muchos años desgraciadamente. Estábamos visitando Salamanca y tuve la inmensa suerte de coincidir con él en uno de aquellos románticos y placenteros bares, que cubrían el perímetro de la Plaza Mayor de la capital salmantina. Por entonces solo tenía referencias, magnificas y extraordinarias, sobre su obra narrativa y como suelo tener el defecto de no leer las notas sobre la biografía del autor, lo creía más joven. Aquella primera impresión, aquella primera visualización del viejo profesor, me confundió e incluso me llevó a la discusión, siempre pausada y relajada de amigos que ser querían como hermanos, con José María, mi cuñado, que también se fugó de esta tierra hace ya algunos lustros, porque era demasiado mayor para escribir aquellos alegatos, aquellos enfrentamientos con el régimen que acaba de fenecer. Pero la juventud no engaña y nos transmuta con perspectivas que nos confunden, porque es el tiempo en el que todavía creemos que las apariencias son el reflejo del ser humano. No podía ser aquél que me deleitó, con su narrativa jovial pero terriblemente transgresiva para el sistema, incluso para los primeros años de la transición. Me embaucó con Octubre, octubre, una novela que leí casi del tirón en cuatro días y meses más tardes cayó en mis manos otra de sus obras cumbre, y creo que de la literatura contemporánea, El río que nos lleva, publicada en el mismo año que yo nací y cuando el contaba ya cuarenta y cuatro años.
            Nos acercamos con cierto recelo, con temor a ser rechazados por incordia el momento de serenidad y lectura que disfrutaba. Pero muy al contrario. Solicito y curioso por dos imberbes que requerían un autógrafo, que pretendimos garafateara en las primeras páginas de la edición de Aguilar, el Romancero Gitano, nos invitó a sentarnos en el velador de aluminio. Fueron uno instantes que pasaron a la memoria de ambos, que continúa viva en mía, y la que mantuve la certeza, firme y contundente que aún mantengo, de que los viejos éramos nosotros, que a aquel hombre de apariencia frágil, de aspecto rústico y casi monástico, le sobraba juventud y rebozaba un vigor que ya comenzamos a envidiar. Nos despedimos con cordialidad. Con educación, aunque algo desprovista de vergüenza, y manipulando el sentir, concitamos aquello “de haber si coincidimos otra vez”. Y sonriendo respondió que sería un honor para él. Y el cuerpo se nos anegó de orgullo.
            Años después, en la terrible soledad de una sala de espera del Hospital Infantil, mientras las horas eran atosigadas por la angustia y luego vencida por la alegría del nacimiento de mi hija, me leí La Sonrisa Etrusca y ya tuve la completa y absoluta seguridad de encontrarnos ante un genio de la vida, ante un economista intelectual, que luchó desde su juventud, capaz de ahogar los años, para que los hombres gozáramos de  una vida sustentada por una economía más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos.
            Hay hombres que no debieran morir. José Luis Sampedro es de la mejor estirpe, la de los inmortales.

martes, 9 de abril de 2013

Los sabiondos del costal


           
 En esta ciudad, que tanto queremos y a la que tanto amamos, no estamos acostumbrados a ver las cosas como son sino como queremos que sean. Las vicisitudes que transitan por su aire han ido conformando este sentimiento que nos aleja de la realidad, que nos aturde cuando alguien nos lleva la contraria. Esto del debate es una cuestión subjetiva y si nos rebaten las cuestiones que presentamos como única verdad, nos acaloramos y unas veces, nos callamos por prudencia y otras nos vemos obligados y batirnos en duelo, al amanecer si hace falta.
            En esta ciudad quien no pontifica está poco menos que muerto. Es conveniente señalarse, en cualquier cuestión, para ser distinguido con las medallas de la ojana. Cuantas más palmadas te den en la espalda, cuantos más abrazos y cuanta lisonja literaria entre por los oídos, mejor aunque luego estos mismos utilicen cerbatanas, con dardos envenados, para hundirte en la miseria. Suelen identificarse con una media sonrisa que sugiere cordialidad y que en realidad esconde una doble moral y reticencias de fraternidad.
            En esta ciudad tendemos a complicar las situaciones, a verter espirales a la simplicidad y convertir la sencillez en rebrincadas irrealidades. Debemos diferenciar entre la opinión, que hay que respetar de la de cada uno. Pero no sirve ver la paja en el ojo ajeno y no en el nuestro. Porque eso tiene otras consideraciones, otras denominaciones semánticas, que se definen perfectamente en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
            Algunos iletrados se han permitido verter comentarios sobre temas que no manejan y en esta ciudad somos valientes para lanzarnos a una piscina vacía. Difamar o no emitir la verdad completa, es una manera de desprestigiar a otros o a instituciones seglares o religiosas. Comparar aptitudes o actitudes no sirve más que para desequiparar, para desigualar en vez de unir, de confraternizar para la mejor convivencia.
            ¿Es un acto de valentía emitir un juicio solo por inquina? ¿Es plausible intentar conformar oídos con una verdad a medias? Pues hay veces que parece ser que lo que ve la gran mayoría, que lo que siente la gran colectividad, además en un lugar y una hora determinadas, para unos pocos tienen otras visiones, o viven en otra realidad, o simplemente añoran, en la figura de otros, lo que en los suyos es imposible de ejecutar, de realizar o de vivir.
            Lo que se vive cada madrugada, es un milagro radial, que sale de la Macarena y se va extendiendo, como una marea santificadora, por toda la ciudad. Cientos de miles de personas contemplan a la Virgen, se emocionan ante Ella, rezan junto a Ella y hasta confieren secretos que quedan prendidos en ese universo que se configura en la distancia que hay entre sus manos. Decenas de miles de personas contemplan la elegancia con la que anda, con la que se va desplazando por las calles de esta mariana ciudad. Frente a la obra de arte que se muestra, varales únicos, bambalinas excepcionales, candelería reluciente, bordados sublimes sobre terciopelos escogidos, solo concebibles en un taller de sueños, se atropellan personas y ondean sus sensaciones sólo y exclusivamente para poder transmitir sus peticiones, sus oraciones o simplemente situarse, unos segundo en el mismo cielo que Ella habita.
            No llego a entender cómo alguien, siempre el mismos y al que se le ofrece una tribuna en un importante programa de Canal Sur Radio, puede llegar a enjuiciar la labor de los costaleros del paso de palio de la Esperanza. La Virgen anda como le da la gana, con señorío casi siempre, con alegría durante todo su periplo, con sencillez popular, con elegancia macarena. La música no está dedicada a los costaleros, es una oferta de amor hacia las Sagradas Imágenes. La Virgen se pasea como se tiene que pasear. Las magníficas interpretaciones del Carmen de Salteras son un regalo para quien es Reina de los Cielos, para dulcificar sus dolores y extraer las alegrías por la Resurrección que se presienten en el horizonte. Lo demás, intentar profesionalizar los sentimientos, burocratizar las emociones, es banalizar el sentido religioso que debe primar. Porque si nos dedicamos a fomentar apreciaciones sobre materialidad y los comportamientos humanos estamos desnaturalizando el mensaje que debe anclarse en los corazones y convirtiendo estas manifestaciones religiosas en un circo y para eso ya tenemos fabulosas empresas que nos divierten durante la feria.
            La Virgen de la Esperanza –que lleva los mejores costaleros y los mejores capataces porque han tenido la dicha de ser elegidos por Ella misma- no necesita de que se fantasee con el grandioso, amoroso y dedicado trabajo que hacen  sus hijos, una ofrenda de amor para que cientos miles de personas, entre las que pueden estar estos catedráticos de los costales, que por lo visto sin su sapiencia y sus conocimientos no podrá funcionar ésto,  puedan recibir el hálito de la Esperanza y respirar durante todo un año. Lo que verdaderamente necesita la Virgen son hombres y mujeres que sepan transmitir el mensaje redentor de su Hijo y que pasa por poder rezarle a La que despierta amaneceres por la Macarena y se irradian a todo el mundo.

domingo, 7 de abril de 2013

Por Sevilla no pasa el meridiano de Greenwich


Casi veinte días después del inicio de la primavera por fin el sol reluce sobre ese tapiz azul que es el cielo de Sevilla. En los prolegómenos de la fiesta universal, en la celebración de la alegría y la más sana diversión, vuelve la luz tras un mes de marzo en el que sólo tres jornadas no ha llovido. Veintisiete días emulando a la ciudad del meridiano de Greenwich, la sórdida Londres traslada al sur de Europa y la tristeza amohinando los rebordes del corazón, donde se escuchaba ya el croar de las ranas elevando sus loores y arias a la humedad con la que disfrutan. El gris predominando sobre en la paleta de sensaciones que se incrusta en el alma del sevillano y que suple la mezcolanza cromática, la hermosa miscelánea de colores, de los filamentos de los pinceles de Murillo o Velázquez. Menos mal que el clima ha empezado a variar en estos umbrales del siglo XXI que si llega a verificarse estos cambios climáticos en el brillante setecientos, lo mismo hubiéramos engendrado maestros pictóricos del tenebrismo anglosajón.
            Es urbe, qué palabra más horrenda, porque Sevilla sigue siendo un pueblo grande, estancado en sus miedos y sus tradiciones, en sus celosos hábitos y sus accesos de melancolía, estaba necesitada de esta brillantez y limpieza de cielos. La profanación aérea de estos días pasados, ese correr de nubes, alteraban las conductas de sus habitantes que ansiaban poder traspasar las lindes de las tristezas. Si en los albores del verano empezamos a jactarnos de las soporíferas tardes, comenzamos a echar de menos la frialdad de los rostros de diciembre, tenemos necesidad ahora de anclar las emociones en las claridades de las mañanas de abril y mayo, con flores a María, y recorrer los viejos senderos de la memoria pare recuperar los espacios que nos son sustraídos por las cortedades de las tardes invernales. Como en la Navidad nos resistimos a desasirnos de los recuerdos, que s enfundan en las bufandas cuando se recorren los belenes y se realizan la compra de los turrones –¡aún compramos turrones que sólo sirven para adornar!-, en primavera se nos alteran las pulsaciones del corazón, se incrementan las revoluciones de la ilusión. Esto, que pudiera ser considerado como una bella utopía por un extranjero, un acceso de romanticismo por el foráneo que nos estudia desde la postura objetiva de la tesis doctoral para la cátedra de la universidad de Reims, es un hecho axiomático fácilmente comprobable. Ya lo apuntó, en  su libro “Divagando por la ciudad de la gracia”, José María Izquierdo, acertando a decir Toda ciudad -sobre todo la ciudad que aspira a ejercer su capitalidad y a ser corte de una realeza- debe tener una altura -una montaña, una torre...- para mirar al cielo, y a la tierra desde las cumbres, y verse en su unidad, y sentirse aérea, y rezar; un espejo un lago, un río, un mar...- para mirarse a sí, fuera de sí, en una apariencia fugaz y profunda, y verse diversa, y sentirse fluida, y reflexionar; y un quid divinum, un no sé qué, que sea como la flor de su vida y le haga ser lo que es, y saberse cómo es.. Y Sevilla tiene la Giralda, el Guadalquivir y la Gracia...”
                La luz, como signo de vida, como rescoldo ardiente que eleva los sentimientos a su condición más sublime. El aire puro de la sensibilidad que rejuvenece es espíritu y renueva la ilusión. Es este mana claro que baña el alma y esplende los hálitos del júbilo, que desprende de la retina las peores sensaciones y renueva las ganas para vivir y compartir la vida. Nada es más necesario que esta primera ansiedad por restablecer la cordura y la templanza de la norma de convivencia. Sol que irradia luminiscencia y abre puertas. Sol que da alas a la vida y recupera la excelsez para dormitar y soñar con los ojos abiertos. Azul que nos hace recuperar la belleza de paisajes que creímos una vez vivir y que parecían erigirse en los oníricos campos de la ilusión. Sevilla y sus tiempos. Este remanso de paz que nos convierte en el gozo, en la exultación del espíritu hasta revertir en la condición de la naturalidad. El ciclo que hace posible que la jovialidad se adueñe de sus calles y sus casas, de sus ciudadanos y habitantes. Por Sevilla no pasa el meridano de Greenwich. Por Sevilla pasa el Guadalquivir que nos señala y nos define.

martes, 2 de abril de 2013

María de Betania en la Macarena


            Sobrevuela el templo un halo de nostalgia. La luz del mediodía atenaza los espacios. Es una claridad confusa, que se atenúa con las sombras de estos días tristes tras la semana mayor, en la que la ciudad se ve convulsionada por las emociones, a pesar de la lluvia, de la inestabilidad atmosférica que dicen ahora. Esto de las predicciones, la precisión con la que se emiten los partes y los avisos de lluvia, va terminar con el romanticismo de la celebración. Cuando las probabilidades de precipitaciones son superiores al sesenta por ciento, muchas hermandades se piensan y estudian, con profusión y dedicación, realizar la estación de penitencia. Las cofradías se quedan en sus templos sin que caiga una gota de agua.
            En la basílica se comienza el ritual. El Cristo de la Sentencia, entronizado en su paso de salida, volverá a la sencillez de su altar, al lugar donde descansan las oraciones de sus devotos. Volverá a la intimidad de su capilla para recibir las peticiones, las súplicas de quienes realizan la estación de penitencia de la vida durante todo el año. Él como nadie sabe donde habita la emoción, en el corazón sencillo de la gente sencilla de la Macarena. En su altar recibe las confidencias, el hijo que se hunde en la lacra de la droga, una historia de desamor que viene a relatar una niña, la súplica enervada por el cansancio en la lucha contra la enfermedad, para la recuperación milagrosa de la esposa que sigue soñando con las caricias de la hija. Todo tiene cabida en este universo dorado donde el señor de la Sentencia reina.
            Los esplendores de la cofradía aún guardan aromas de inciensos con gustos avainillados. En los recovecos del minucioso trabajo quedan suspiros y el óle, coral, espontáneo y multitudinario, cuando el paso rompió en la Cuesta del Bacalao con la seguridad y poderío que le infligen sus costaleros. Por una de las claraboyas se cuela un rayo de luz que profana la intimidad de unos rezos que han empezado apenas se comienza la delicada maniobra de descenso de Nuestro Señor Jesucristo. Quienes lo asen por la cintura comprueban cómo se moldea la carne en torno al abrazo. Con el mismo mimo con el que se conduce a un padre, lo depositan sobre la estructura donde descansa. Algunos respiran aliviados. Muy pocos son testigos de este traslado, tan pocos que las voces retumban en las paredes de la Basílica. La Virgen de la Esperanza, aun en su paso de palio, ha recuperado la sonrisa serena y la quietud del semblante tras la épica de la madrugada y observa cómo se realiza este prodigio de amor, este traslado del Hijo.
            En el suelo es uno más, es el maestro rodeado de sus discípulos. En una esquina, testigos de las maniobras, silentes y estoicas, cuatro mujeres observan con asombro el gesto que les concita a acercarse. Son las limpiadoras de la Basílica. No saben que van a ser protagonistas del pasaje evangélico que se escribirá en ese momento. Son invitadas a portar al Señor, hasta su mismo altar.
            Se desplazan con lentitud, con delicadeza. Estas nuevas Martas y Marías, estas mujeres han convertido la Macarena en la nueva Betania. Salmodias y cantos para recibir al Señor, para agasajar al Maestro y lavar los pies cansados de Jesús con sus propias lágrimas. Ronda la felicidad en esta estancia donde permanecen las emociones y se sustraen las penas. Nada tan hermoso como la alegría de esta Resurrección; nada tan fructífero como la recuperación de la Palabra del Señor, vivirla y sentirla en carne propia y saciar el espíritu con las vivencias evangélicas.
            Dios reposa en el suelo. Saben, quienes le han llevado, que han sentido el peso del amor. Han cumplido el añorado deseo de ser portadores de la Esperanza, de esta sensación que se recupera en el brillo de los ojos o en la sonrisa que atestigua la felicidad por el encuentro.
            Ayer volvió a consumarse otro milagro en este templo donde reina y habita la Esperanza. Marta, María, María Magdalena y María Cleofás tomaron la sencillez de las limpiadoras de la Macarena para volver a encontrarse con el Hijo del Hombre, que aquí viene a ser el Señor de la Sentencia.

lunes, 1 de abril de 2013

El hálito del Dios verdadero


Allí donde nace el confín del universo y donde van a morir las estrellas, allá donde tiene aposento el olvido y se mantiene la gran dicha del conocimiento y la sabiduría, donde se acomoda toda la densa sensibilidad del dolor y la alegría, donde se da forma al adobe que generará el alma del hombre y donde perece la noche para servir de lecho al gran Dios, tiene su principio el hálito que da la vida y conmueve el corazín hasta convertirlo en simiente de la existencia, para rehabilitar la vida y regenerar las emociones.
            Allá donde la muerte se presenta de improviso e intenta apoderarse de los sueños, allá donde lanza sus garras la parca y se cree vencedora porque abrasa los sentidos y transgrede el sufrimiento de los padres que se marchan, de los hermanos que nos adelantan en el camino para trazar la trayectoria del paraíso que nos espera, emerge el aliento postrer del Hombre que nos convence para seguir viviendo, para continuar soñando con un mundo mejor, para desasirnos del sufrimiento que conlleva, en los extremos de la hoz que siega la planta de la ilusión, la negra figura de la muerte.
            Allá donde se vence los caminos, donde todo aparece acabar y encontrar un final, donde espera la burla de la muerte, allá donde florecen los cardos que quitan espacios y ciegan los ojos a la contemplación de la belleza que se enrola en el tallo de una rosa, donde se yerguen, febriles y escuálidos, los estertores que anuncian un fin, intentando preservar la falsedad de un triunfo perecedero, momentáneo, fugaz y transitorio de la desolación que se presenta con la muerte, espera el aire renovador de un suspiro que nos da un vigoroso aliento que ofrece sencillez ante la decadencia de los años que nos atropellan y nos envejecen.
            Allá donde las nubes reposan y descansan de su trasiego por el celestial azul, donde fondean los sueños y las ilusiones de los niños que juegan al corro y dan saltos a la piola mientras se cuecen los barros que irán conformando los espacios de una vivienda o cierran los huecos donde yacerán las cansadas manos de viejos alfareros, de menesterosos aprendices de lozas y porcelanas, de finuras que servirán y adornarán mesas, emergerá el brillo de unos ojos que buscan la eternidad en la profundidad del cielo para ponerla a disposición de los que piden y ruegan, de los rezan cantando y cantan rezando desde un balcón de la arteria que recorre la vieja cava de un confín al otro, desde donde nacen las emociones hasta donde se concentran los sentimientos mejores.
            Allá donde parece que la vida acaba, que el aire termina y comienza el ahogo del dolor y de la pena, allí donde entiende que toma posesión la tristeza para ahuecar el alma, allá donde el sofoco se presenta y parece poner fin a la existencia, allá donde la escasez se eterniza por las dificultades de la vida y la vida se muestra más cruda y verdadera, donde su intensidad simula rasgar con cruenta violencia la piel de tus verdades, allá donde perecen las ilusiones y asientan los engaños y las aranas de los malos sentimientos, donde se engarza la mentira con cordeles de insolencias, se hace patente la nobleza que todo lo vence y la fortaleza que todo puede, el poder del que todo los asfixia con el aliento que exhala, con el vigor de la mirada que aparenta perderse en los confines del firmamento y que es mentira porque siempre te encuentra para aliviar tus sofocos, para solventar las dolencias.
            Allí donde habite el dolor y la tristeza se alzará el Dios verdadero, el Señor de la Inocencia, de la valentía y la suprema condición. Allí donde te que creas vencido, caído en la tierra y sometido, aparecerán el vigor de sus manos abiertas para auxiliarte y si acaso te vieres sin el aire necesario para continuar el camino, para deshacer el truculento sendero del olvido, estarán sus labios abiertos al socorro y al auxilio. Solo has de seguir el hálito de vigor del Cristo del Cachorro, buscar por el Zurraque el reguero del amor, la fuente de la pasión que tiene su origen en el Único Dios verdadero, el que nace a la vida muriendo. Dios de los brazos abiertos, Dios de los sueños despiertos, Dios que promete paraísos a los que vuelven corriendo por la calle Castilla, gritando a los cuatro vientos, que han visto a Dios Expirando y han sentido su aliento rasgando los velos del tiempo, del dolor y la nostalgia para instalar el amor del Único Dios Verdadero.