Allí donde nace
el confín del universo y donde van a morir las estrellas, allá donde tiene
aposento el olvido y se mantiene la gran dicha del conocimiento y la sabiduría,
donde se acomoda toda la densa sensibilidad del dolor y la alegría, donde se da
forma al adobe que generará el alma del hombre y donde perece la noche para servir
de lecho al gran Dios, tiene su principio el hálito que da la vida y conmueve
el corazín hasta convertirlo en simiente de la existencia, para rehabilitar la
vida y regenerar las emociones.
Allá
donde la muerte se presenta de improviso e intenta apoderarse de los sueños,
allá donde lanza sus garras la parca y se cree vencedora porque abrasa los
sentidos y transgrede el sufrimiento de los padres que se marchan, de los
hermanos que nos adelantan en el camino para trazar la trayectoria del paraíso que
nos espera, emerge el aliento postrer del Hombre que nos convence para seguir
viviendo, para continuar soñando con un mundo mejor, para desasirnos del
sufrimiento que conlleva, en los extremos de la hoz que siega la planta de la
ilusión, la negra figura de la muerte.
Allá
donde se vence los caminos, donde todo aparece acabar y encontrar un final,
donde espera la burla de la muerte, allá donde florecen los cardos que quitan
espacios y ciegan los ojos a la contemplación de la belleza que se enrola en el
tallo de una rosa, donde se yerguen, febriles y escuálidos, los estertores que
anuncian un fin, intentando preservar la falsedad de un triunfo perecedero, momentáneo,
fugaz y transitorio de la desolación que se presenta con la muerte, espera el
aire renovador de un suspiro que nos da un vigoroso aliento que ofrece sencillez
ante la decadencia de los años que nos atropellan y nos envejecen.
Allá
donde las nubes reposan y descansan de su trasiego por el celestial azul, donde
fondean los sueños y las ilusiones de los niños que juegan al corro y dan
saltos a la piola mientras se cuecen los barros que irán conformando los
espacios de una vivienda o cierran los huecos donde yacerán las cansadas manos
de viejos alfareros, de menesterosos aprendices de lozas y porcelanas, de
finuras que servirán y adornarán mesas, emergerá el brillo de unos ojos que
buscan la eternidad en la profundidad del cielo para ponerla a disposición de
los que piden y ruegan, de los rezan cantando y cantan rezando desde un balcón
de la arteria que recorre la vieja cava de un confín al otro, desde donde nacen
las emociones hasta donde se concentran los sentimientos mejores.
Allá
donde parece que la vida acaba, que el aire termina y comienza el ahogo del
dolor y de la pena, allí donde entiende que toma posesión la tristeza para
ahuecar el alma, allá donde el sofoco se presenta y parece poner fin a la
existencia, allá donde la escasez se eterniza por las dificultades de la vida y
la vida se muestra más cruda y verdadera, donde su intensidad simula rasgar con
cruenta violencia la piel de tus verdades, allá donde perecen las ilusiones y
asientan los engaños y las aranas de los malos sentimientos, donde se engarza
la mentira con cordeles de insolencias, se hace patente la nobleza que todo lo
vence y la fortaleza que todo puede, el poder del que todo los asfixia con el
aliento que exhala, con el vigor de la mirada que aparenta perderse en los
confines del firmamento y que es mentira porque siempre te encuentra para
aliviar tus sofocos, para solventar las dolencias.
Allí donde habite el dolor y la tristeza se alzará el
Dios verdadero, el Señor de la Inocencia, de la valentía y la suprema condición.
Allí donde te que creas vencido, caído en la tierra y sometido, aparecerán el
vigor de sus manos abiertas para auxiliarte y si acaso te vieres sin el aire
necesario para continuar el camino, para deshacer el truculento sendero del
olvido, estarán sus labios abiertos al socorro y al auxilio. Solo has de seguir
el hálito de vigor del Cristo del Cachorro, buscar por el Zurraque el reguero
del amor, la fuente de la pasión que tiene su origen en el Único Dios
verdadero, el que nace a la vida muriendo. Dios de los brazos abiertos, Dios de
los sueños despiertos, Dios que promete paraísos a los que vuelven corriendo
por la calle Castilla, gritando a los cuatro vientos, que han visto a Dios
Expirando y han sentido su aliento rasgando los velos del tiempo, del dolor y
la nostalgia para instalar el amor del Único Dios Verdadero.
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