En
esta ciudad quien no pontifica está poco menos que muerto. Es conveniente
señalarse, en cualquier cuestión, para ser distinguido con las medallas de la
ojana. Cuantas más palmadas te den en la espalda, cuantos más abrazos y cuanta
lisonja literaria entre por los oídos, mejor aunque luego estos mismos utilicen
cerbatanas, con dardos envenados, para hundirte en la miseria. Suelen
identificarse con una media sonrisa que sugiere cordialidad y que en realidad
esconde una doble moral y reticencias de fraternidad.
En
esta ciudad tendemos a complicar las situaciones, a verter espirales a la
simplicidad y convertir la sencillez en rebrincadas irrealidades. Debemos
diferenciar entre la opinión, que hay que respetar de la de cada uno. Pero no
sirve ver la paja en el ojo ajeno y no en el nuestro. Porque eso tiene otras
consideraciones, otras denominaciones semánticas, que se definen perfectamente
en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
Algunos
iletrados se han permitido verter comentarios sobre temas que no manejan y en
esta ciudad somos valientes para lanzarnos a una piscina vacía. Difamar o no
emitir la verdad completa, es una manera de desprestigiar a otros o a instituciones
seglares o religiosas. Comparar aptitudes o actitudes no sirve más que para
desequiparar, para desigualar en vez de unir, de confraternizar para la mejor
convivencia.
¿Es
un acto de valentía emitir un juicio solo por inquina? ¿Es plausible intentar
conformar oídos con una verdad a medias? Pues hay veces que parece ser que lo
que ve la gran mayoría, que lo que siente la gran colectividad, además en un
lugar y una hora determinadas, para unos pocos tienen otras visiones, o viven
en otra realidad, o simplemente añoran, en la figura de otros, lo que en los
suyos es imposible de ejecutar, de realizar o de vivir.
Lo
que se vive cada madrugada, es un milagro radial, que sale de la Macarena y se
va extendiendo, como una marea santificadora, por toda la ciudad. Cientos de
miles de personas contemplan a la Virgen, se emocionan ante Ella, rezan junto a
Ella y hasta confieren secretos que quedan prendidos en ese universo que se configura
en la distancia que hay entre sus manos. Decenas de miles de personas
contemplan la elegancia con la que anda, con la que se va desplazando por las
calles de esta mariana ciudad. Frente a la obra de arte que se muestra, varales
únicos, bambalinas excepcionales, candelería reluciente, bordados sublimes
sobre terciopelos escogidos, solo concebibles en un taller de sueños, se
atropellan personas y ondean sus sensaciones sólo y exclusivamente para poder
transmitir sus peticiones, sus oraciones o simplemente situarse, unos segundo
en el mismo cielo que Ella habita.
No
llego a entender cómo alguien, siempre el mismos y al que se le ofrece una
tribuna en un importante programa de Canal Sur Radio, puede llegar a enjuiciar
la labor de los costaleros del paso de palio de la Esperanza. La Virgen anda
como le da la gana, con señorío casi siempre, con alegría durante todo su
periplo, con sencillez popular, con elegancia macarena. La música no está
dedicada a los costaleros, es una oferta de amor hacia las Sagradas Imágenes.
La Virgen se pasea como se tiene que pasear. Las magníficas interpretaciones
del Carmen de Salteras son un regalo para quien es Reina de los Cielos, para dulcificar
sus dolores y extraer las alegrías por la Resurrección que se presienten en el
horizonte. Lo demás, intentar profesionalizar los sentimientos, burocratizar
las emociones, es banalizar el sentido religioso que debe primar. Porque si nos
dedicamos a fomentar apreciaciones sobre materialidad y los comportamientos
humanos estamos desnaturalizando el mensaje que debe anclarse en los corazones
y convirtiendo estas manifestaciones religiosas en un circo y para eso ya
tenemos fabulosas empresas que nos divierten durante la feria.
La
Virgen de la Esperanza –que lleva los mejores costaleros y los mejores
capataces porque han tenido la dicha de ser elegidos por Ella misma- no
necesita de que se fantasee con el grandioso, amoroso y dedicado trabajo que
hacen sus hijos, una ofrenda de amor
para que cientos miles de personas, entre las que pueden estar estos catedráticos
de los costales, que por lo visto sin su sapiencia y sus conocimientos no podrá
funcionar ésto, puedan recibir el hálito
de la Esperanza y respirar durante todo un año. Lo que verdaderamente necesita
la Virgen son hombres y mujeres que sepan transmitir el mensaje redentor de su
Hijo y que pasa por poder rezarle a La que despierta amaneceres por la Macarena
y se irradian a todo el mundo.
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