Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

lunes, 30 de abril de 2012

Luz, queremos luz


            Si no llega a ser por la amortiguada caída de la tarde, por los resplandores vespertinos que se colaban por apertura del patio de mi casa y que llenaban de mortecina luz el pequeño salón, me hubiera juramentado, litigiado con el más gallo del corral, que nos encontrábamos en los albores del otoño. La temperatura invitaba a acomodarse en la mesa camilla, tomar un libro y placer, medio amodorrado, con la exacerbante lectura. Todo se asemejaba a los preludios de la festividad de los Santos, del día de difuntos,, en vez de acercarnos a la festividad de la clase trabajadora, fastos que celebraremos mañana Dios mediante, de la mejor forma que sabemos en esta tierra noble, descansando para hacer causa de ella.
            Nos están restando sensaciones. Estas alteraciones meteorológicas nos están privando de situaciones excepcionales que debiéramos poder disfrutar ya. Nos falta algo del calor que viene a certificar la cadente felicidad por esta feria que se nos ha ido sin que tuviéramos constancia fehaciente de su paso por nuestras almas. Ha desangelado el ambiente, contraído y menguado por esta lacerante crisis económica que nos está desquiciando, motivando imágenes en el Real propias de décadas pasadas. Nos está cercenando la primavera este anuncio de fríos inexplicables y lluvias inútiles, pues a nadie están beneficiando. Pero la naturaleza es poderosa e inaccesible –menos mal- para la condición humana. Cualquier lucha es baldía y no sólo nos queda la súplica providencial, en el mejor de los casos.
            La tarde de ayer trajo recuerdos a infancia dormida, a niños que sesteaban en los pupitres, como don Antonio Machado dibujó tan acertadamente en su poema, mientras la voz cansina del profesor merodeaba los oídos de los infantes y que no llegaba a profundizar en el poso de sapiencia. Ni siquiera llegaron los aromas a tierra recién regada, esa refrescante sensación que viene a mitigar los calores que secan los terruños y las raíces, que ascienden por los muros de la memoria hasta centrarnos en la concreción natural de los tiempos, que nos advierten de los cambios estacionales y nos previenen de los fríos que están por llegar o del sofoco que nos empieza a atosigar, porque ya estaban henchidos de agua los canales de la recuerdo.
            Era tarde para reclinar el espíritu en vez de comenzar a expandirlo en las luces nuevas de la mediada primavera, en convocar a la alegría y manifestar la certeza de esta época que viene con la retahíla melódica del mes de la Virgen -flores a Ella- y que con estas destemplanzas, con estas desarmonías del clima, más bien parecen retarnos a convocar oraciones de mármoles y estatuas donjuanescas, a remover la incipiente tierra que provoca bucólicas sensaciones hasta adormecer la vitalidad.
            Es hora de convocar luces, no de añorarlas, de asaltar las defensas tras las que se acorazan los fríos y repartir por el venero de las calles la jovialidad del ánimo, desprendernos de la manifiesta y grisácea sensación gélida con la quiere adulterarnos el pensamiento esta elongación invernal. Hemos de desasirnos de ella y convocar al duende de la primavera. Como muy bien dice mi amigo, el escritor Carlos Colón, “cada cosa a su tiempo. Pero quiero luz, mucha luz”.
Que los días comiencen a alargarse, Carlos, hasta que se desprendan y repten por esas fachadas que tú y yo sabemos, que guardan tanta gracia, tanta esperanza y tanto bien para el espíritu, por esas torres que otean los grandes horizontes y que se coronan de bronces, y pronto anunciarán la gran fiesta de Pentecostés, volteándose con el brío de la alegría de este descubrimiento del aleluya proclamado, por esas cales que se tornan doradas y se dejan abrasar por el sol en los mediodías de cantos corales de las cigarras, enjaretadas en los lomos de arbustos y árboles.
Luz, necesitamos la luz cegadora que nos remueva el espíritu, que nos centre la naturaleza que crece en el interior y que nos haga añorar la templanza del otoño. Cada cosa en su tiempo, ¿verdad Carlos?

viernes, 27 de abril de 2012

La Feria de Abril La mujer de flamenca


           No es una fiesta para la elucubración y el retiro del alma, aunque el alma sostenga las emociones que se vierten por sus calles, aunque signifique su nutriente más vigoroso. No es la fiesta elitista de unos pocos que guarden sus condiciones sociales entre el entramado de lonas y pañoletas, de paredes albirrayadas perecederas donde se cuelgan grabados antiguos y cornucopias doradas, recoletas mesas y sillas de enea que conforman y dan vida a los habitáculos donde reinan la amistad y la alegría, donde se entroniza la sencilla belleza que se recoge, a modo de media verónica, en los toldos que son portones abiertos a los postigos de la hospitalidad, aunque se impregne de elitismo con los usos y modos, con la elegancia innata que se adquiere con la condición ancestral del sentir sevillano.
            No es una fiesta cerrada a la participación, ni son necesarios rúbricas de visados para traspasar las fronteras, sin balizas ni barreras, que marcan sus lindes, el acceso barroco con remembranzas de colegiata y algarabía infantil, venero que alcanza y anuncia al orto de la celebración, que señalan los demarques de estas tierras alteradas para acoger la gallardía, para retener la festividad en sus calles, el sostén que posibilita la construcción de un paraíso para enaltecer la dicha y subyugar a la cansina cotidianidad, a la amalgama diaria que arrastra la indiferencia. Es la ciudad que acoge y refrenda al solitario y lo engulle y transforme en mundano y complaciente, en sonrisa abierta que provoca suspiros y rompe monotonías.
            Es la ciudad que engalana lo más íntimo de su ser, que cubre de belleza a la mujer y colma los cánones que se establecieron para poder entroncarla con las diosas, que se dibuja en la filigrana de unas manos jugando con el aire, el porte garboso que prenden de las caderas y convierte en natural sensualidad la cadencia del baile por sevillanas. Es la consumación de la mujer como eje de la hermosura que prima, en los requiebros que crean las risas y las palabras, en el andar pausado de estas diosas, transmutadas por el tiempo en las que fueron creadas por los tartessos, perfeccionadas en sus formas por la escrupulosidad de los maestros griegos y concretadas por las manos de los escultores romanos que ya preconizaban, en el origen de sus sueños, la hermosura de una sevillana vestida flamenca.
            Complicidad de faralaes que pugnan por un resquicio de la locura que las porta, que convierte los movimientos en esculturas efímeras y dotan al aire de la singularidad de la que carece, que enamoran con sus revuelos y el tintineo de lunares que parece querer huir con cada vuelta, a cada retoque de caricia que proviene del silbido del aire, admonición de las miradas que taladran el espacio para enamorar, que se confabulan con la luz del día, la que baña y dora las entrañas de la tierra, firme de alfombrado albero que descubre sueños y marca las sendas por las que han de  transcurrir las ilusiones enjutadas en las armonías de sus perfiles, hasta hacer sucumbir a la razón.
            Viene marcando su juventud en cada paso que va restando tiempo a la inmortalidad, con el porte de la nobleza que le fue ya otorgada en las entrañas de la madre, en esa configuración universal en la que Dios provee de singularidad y belleza a cada mujer y las distingue en sus particularidades. Viene alterando sentidos y trastocando ritmos por las calles del Real, creando sueños y profetizando el esplendor de un presente que va diluyéndose en el futuro que apenas le antecede unos pasos porque quiere perderse esta visión de la ninfa elevándose sobre las aguas de la alegría. Viene revestida con los hábitos y ropajes reales propios de esta Sevilla en fiestas, de esta Feria que es incapaz de retener la belleza que discurre por sus calles. La veo llegar desde el otero privilegiado que es el barandal de la caseta. Reluce en mi mano el cristal que contiene el oro de la manzanilla. Ha caído la tarde de improviso, se ha perdido el azul por la balaustrada del horizonte y el pragmático pensamiento de los hombres suponen que es el ritmo natural, la rutina del día e ignoran que son los ojos de la niña que han vencido al sol, como vencen al enamorado, que la luna se ha asomado al balcón de los sueños sólo por contemplarla. Llega ataviada de hermosura. Nos complace y enorgullece ser testigos de este triunfo de la hermosa de la mujer ataviada de flamenca. Ha llegado mi hija a la Feria.

*Homenaje a la mujer sevillana vestida de flamenca

jueves, 26 de abril de 2012

La Feria de Abril.El retorno del copago


          El recinto ferial no es más que la ciudad traslada, en su expresión más correcta, en su faceta más exacta, pues en ella se concentra la actividad de los sevillanos. Basta darse un paseo por el casco antiguo, por su calles más comerciales y en horas puntas, para darse cuenta que la actividad se concentra en la zona de los Remedios. Es  una ciudad funcional, un espacio donde todo cabida y donde se realizan las tareas sin que nada falle. Por eso me atrevo a decir que esta la verdad de la ciudad, la de siempre, la que sobrevive gracias a la constancia de su efímera supervivencia. Una ciudad que es capaz de realizar sus funciones sin que nada falle, sin que se atisbe el menor descontrol, donde tiene cabida todo el mundo y donde se sintetizan los valores de la excelencia. Un lugar que mantiene su primacía de la excelencia sobre la vulgaridad, entendiendo que la excelencia nos es un don privativo ni representativo de clases sociales sino que va inherente a la condición del sevillano, de su apertura al mundo y de la necesidad de complacer su importante ego. Un lugar donde todos tenemos el placer y la dicha de significarnos en  los mejores valores de la amistad. Un territorio que se adapta a los tiempos, que se ha ido configurando conforme los años van imponiendo sus modos y modelos de vida.
            En los años de bonanza económica no había caseta, privada o pública, por donde corrieran las raciones jamón ibérico y la manzanilla, los surtidos de pescao frito y la cerveza y donde no se pendenciera por pagar la ronda. “Eso lo apuntas a mi cuenta que para éso soy yo el anfitrión”. Y que siga la fiesta, que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada, o mejor dicho, se culminaba en la plaza de las buñoleras tomando un chocolate, que hervía el esófago, y un buen plato de la suculenta masa frita que realizan las gitanas con maestría extrema.
            Pero ay amigo. Se derrumbó la torre de la abundancia, sus ficticios cimientos hicieron desplomar esta falsa estructura de la sociedad del bienestar que nos vendieron con tan alegría, y nos arrebató el mundo artificial en el que nos habíamos instaurado, devolviéndonos a la dura realidad. Una situación que conocíamos y nos ha hecho, a algunos que ya peinamos canas –abundantes canas pero seguimos peinándonos-, retrotraernos en el tiempo, a aquellos años en los que disfrutábamos, de verdad sin los fingimientos sobre posiciones sociales que nos son ajenas, de la Feria. Años de solventar la tarde –sí hija mía, las horas vespertinas y las de la noche, no las madrugada ni los amaneceres- con una ronda de cervezas y una tortillita de patatas, pimientos fritos y tomates aliñados, pagado todo a medias. Y cantando mucho, y bailando donde nos dejaban, recorriendo las calles del Real a ritmo de sevillanas de los Hermanos Reyes, de los Romeros de la Puebla o Amigos de Gines, disfrutando y compartiendo la alegría.
            Y mira por dónde ha tenido que llegar esta crisis para devolvernos la identidad perdida, para poner a muchos en el lugar de donde nunca debieron salir, a devolvernos las tardes de paseo de caballos sin masificaciones, de carruajes que no producen atasco en la calle Joselito el Gallo o Pascual Márquez como si aquello fuera la Castellana en hora punta. No devuelto esta crisis la alegría de poder sentirnos como hace treinta años, que nos recupera sensaciones de las que habíamos desdeñado, a provocarnos la necesidad de encontrar el disfrute en las cosas sencillas que son las que han engrandecido esta fiesta del clasismo sevillano, que fijaos si es grande, que nos hace ver el lado positivo de las cosas, las venturas de su idiosincrasia. Hemos vuelto a la ración de pimientos, a los ricos tomates aliñados y a la media botellita de manzanilla. El jamón solo se otea en la añoranza o cuando en la caseta suenan las sevillanas que en su homenaje realizara el recordado y querido Pepe Peregil. Toda una filosofía del sentir sencillo que avala la tradición, su carácter más endémicamente popular y entrañable. Cada cual a lo suyo y a vivir de sus posibilidades. Y las rondas las pagamos a escote, o como promulgan en la actualidad nuestros político, por medio del copago.

martes, 24 de abril de 2012

La Feria de Abril. La portada


             Y se hizo la luz. Como en los proverbios bíblicos, como en los sueños que no tienen sentido, que carecen de lógica y lo más extraño e inverosímil se presenta como natural, la luz se apoderó del territorio y transformó los silencios en alegrías, expropió las tinieblas que vagaban presintiendo la amenaza que se cernía sobre ellas. SE hizo la luz para restablecer el orden de los sentimientos que permanecían cautivos en el estrato cósmico donde el tiempo reina y desespera a los que ansiaban su encuentro, la algarabía que procuran con el estallido multitudinario y unánime de su luminosidad.
            La concentración exhala una exclamación coral y en seguida, rompiendo las barreras del tiempo, unificando el sentir y la dicha, este fin, que es continuidad, se transforme en el inicio de la nueva, porque en cada persona renace el esplendor y la alegría que es congénita a la fiesta.
            Es la ciudad que recobra su espíritu de niño que se niega a crecer, de esa mitológica figura que prefiere mantener la inocencia infantil, aun a pena de sacrificar el crecimiento, y obviar la caída en la perversión que se contrae con la madurez, de la dolencia vital que estrangula el estado de felicidad congénito a la infancia, donde la luz es primor y necesidad, ansias de vida. Es la recreación del detalle y la minucia de lo efímero, de la secuencia fugaz que se presenta para eternizarnos en la dicha durante unos segundos, los que van desde la lucidez de la nocturnidad ocluida y reservada al estallido luminotécnico, al estruendo de la brillantez cegadora que aparece por encanto, por la magia del progreso que se emparenta, al menos por unos instantes, con la emoción y el sentimiento.
            Es la ciudad que se minimiza para concentrar sus esplendores en el recinto perecedero, en la esencia de la gloria que contiene en su espíritu. Morir para renacer, como ave fénix que implanta su hábitat en el recinto ferial, que estigmatiza las razones y las condena al ostracismo durante una semana cuando el fin inmortalice, y levante estatuas y dólmenes en los campos de la memoria, esculturas imaginadas que recuerdan la grandeza pasada, la amistad sincera que se eterniza, que siempre regresa para exponernos sus magnificencias, es el ciclo de la urbe que fue destino y consecuencia de la premeditación de la Providencia al infringir el carácter, la anatomía estilizada que refulge y enamora, es Rodrigo Caro redivivo, eternidad y presente en la filosofía de vida de los sevillanos, estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora campos de soledad, mustio collado, son ahora espacios donde la dicha reposa, donde la felicidad es protagonista gozosa”, que se nos muestra con la sintomatología de lo natural, con la sencillez de un pase de pecho del niño de Manzanares, en el albero que dora la plaza de toros de Sevilla.
            Es la ciudad que juguetea con el tiempo para devolvernos la verdad de la inocencia que premeditadamente se implanta en la amistad, en la conversación pausada que se acoda y descansa en el templete donde se santifica el paso de las horas, en la charla que indulta al ardor de una situación inesperada, en la  tertulia que asalta el sobrecogimiento cuando dos mujeres bailan unas sevillanas.
            Es el duende que ha traspasado los límites de la muralla ancestral, que ha quebrantado la frontera de las emociones que dejaron el temblor de cinco mariquillas en sus torres y almenas, cuando la Virgen se fue despidiendo de su gente, las que se apostaron en la viejas huertas que fueron para alimentarse de su Gracia, sin perderle la cara, y que viene trasvestido de hilaridad para contagiar el regocijo y fomentar la fraternidad que tan escasa se presenta en nuestros días.
            Cuando estalló la luz y la portada refulgió ante las atónitas miradas de los presentes recobramos nuestro pasado y a aquel niño que reconocía el inicio de la dicha primaveral, la que comenzó a vislumbrar su final anoche, en la barroca fachada de la Iglesia del Salvador. Ayer –o quizás haya sido hoy- la nostalgia, que fue vencida por la alegría de la recién estrenada Feria, nos puso una rampa por la que corrimos al pasado para certificar la satisfacción de poder disfrutar del presente y de estos días que tienen sabor a gloria.

lunes, 23 de abril de 2012

La Feria de Abril. El inicio


            La magnitud y la repercusión social de esta gran fiesta sevillana, me estoy refiriendo por supuesto a la Feria, sobrepasa a otro cualquier evento de los que se celebran en esta ciudad de la envidia y la puñalada trapera, y eso que la propia Semana Santa, una manifestación religiosa que hunde sus raíces populares en las postrimerías del siglo XIII, ya comienzan algunos a mostrarla desvirtuada, a presentarla como una pasarela donde pavonear su posición social, a intentar sacar provecho particular disfrazándola de un carácter seudo cultural, restándole importancia a su carácter piadoso,  a presentarla sin la enjundia litúrgica que retienen en sus vivencias de siglos.
            Desde sus más remotos orígenes ganaderos, no hemos de olvidarnos de ellos y de su implantación por un vasco y un catalán –¡no estaban equivocados los dos, pero qué suerte tuvimos por ello!-, los sevillanos hemos ido limando las aristas de aquella celebración mercantil, apartando la necesidad del trueque y la venta de reses, cabalgaduras y mulas de tiro para concluir en la gran fiesta de la alegría y el disfrute de los ciudadanos. No sabían los señores Ybarra y Bonaplata que aquí tenemos una visión distinta de las cosas, que nos tira la belleza y la emoción, que nos subyuga la sabiduría en el arte, y dignificamos la existencia de los animales. Cambiamos la rudeza de la necesidad laboral por la elegancia y a los más estilizados y bellos los apartamos de la dureza del campo, o compatibilizaban sus labores mimándolos para su posterior lucimiento, y los pusimos delante de una primorosa calesera, engalanados y hermoseados, desprovistos de la  fatiga que suplen con denodado orgullo porque saben que son  protagonistas.
Sevilla tiene un color especial en estos días, una luminosidad que encanta, que sublima y da exquisitez al ambiente, una luz de extraordinaria brillantez para la fiesta que siempre ha estado marcada por la participación popular, aunque algunos foráneos hayan querido imponer reglas y ordenanzas acomodadas a sus intereses e incluso se obstinen en querer imponer estilos y modas que nada tienen que ver con idiosincrasia del sevillano y por ello han sido defenestradas, han muriendo en su propia cocción, sin que ello signifique que no sean bien recibidos y acogidos cuando se dejan llevar por las pautas que marca esta fiesta viva.
Sevilla despliega el abanico de sus gracias, de sus verdades y su sabiduría y se proyecta luminosa, se muestra universal y pueblerina a la vez, se abre al mundo y se cierne sobre los toldos albiblancos cuando una reunión de amigos y familiares se reúnen, cantan y bailan, departen sin reloj y sin tiempo que huye despavorido ante la indiferencia de quienes se dejan llevar por la efervescencia de la alegría, de quienes la contagian a los que se acercan al palacio efímero de la caseta.
Hoy comienza la gran fiesta, la Feria de Abril de Sevilla. Y lo hará con la explosión luminotécnica del encendido, una marea luminosa que irá regando las calles del recinto, de este espacio que mantiene el carácter Real que le fue conferido por decreto de un paseo de caballos y por la condición de la gente que lo pisa. Hoy comienza la Feria de Abril, la fiesta consumada y potenciada desde el carácter y la visión del sevillano. Habrá primeros revuelos de faralaes, torbellinos de gracia que mezclan el color y los lunares, con el arte y el garbo de una mujer que va escribiendo en el aire arabescos cuando flamea su grácil mano y los ojos de algún enamorado centellearán observan el primor del repujado orfebre que surge del baile por sevillanas.
Hemos consumado el tiempo, hemos superado la espera. Hay una ilusión renovada que llega encantando los sentidos. Habrá un canto, o tal vez un armonioso y alegre rasgueo de guitarra, unos ojos jubilosos contaminándonos con la gloria, un rumor de júbilo expandiéndose por el ambiente, reptando por el albero húmedo, que saldrá a nuestro encuentro para revivir la gloria adormecida.

domingo, 22 de abril de 2012

¿Por qué no me mandas un sueño?


            ¿Por qué no me mandas un sueño? Como los que vivimos aquellas tardes de primavera, a los que nos aferramos en aquellas noches de verano, cuando la luz languidecía y el vigoroso paso de las horas nos mostraban los tonos cárdenos del ocaso asomándose al precipicio del horizonte para descubrirnos las nuevas eras, los tiempos en los que se fragmentaban los sentimientos y tan pronto cabalgábamos en los lomos de la euforia –una mirada tuya bastaba para rebelarme ante mi cordura, ante mi timidez-como me deshacía de la alegría sucumbiendo a la melancolía porque creía adivinar que el aire flirteaba con tu rostro, que las luces acariciaban la silueta de tu sombra. No es el tiempo, es la nostalgia la que nos vence, la que nos muestra su poderío y nos domina en la derrota. Los años solo son la consecuencia de nuestras aventuras, de la valentía ante los hechos inesperados, la reacción correcta cuando el destino, por su albedrio y capricho, pretende inmiscuirse para transformarnos el futuro, para diseñarnos una existencia y esclavizarnos en sus afanes y voluntades. No es la edad derramada sobre los raíles de la emoción, ni el afecto desmedido despeñándose por la ladera de la indiferencia, ni los instantes que se quedaron prendidos en la esquina donde te ví desaparecer, tu figura erguida y la melena vencida por la inercia de tu paso y las prisas por ir dejando la nave del pasado fondeada en el mar de la tristeza, por aquella despedida que nunca supimos que iba a ser definitiva, que nos iba a romper las ilusiones que comenzaban a fundirse en la fragua de la juventud recién iniciada, ni vamos en busca del tiempo, como Proust.
            ¿Por qué no me mandas un sueño? Puedes prenderlo en la brisa arcana que siempre remueve la arena y borra las huellas de los afectos, que deshace la melancolía e instaura júbilos nuevos. Puedes asirlo a la cometa que construimos con los anhelos de la primera felicidad y que vira y voltea en las alturas, que flirtea con el aire y corteja las glorias pensadas mientras acaricia los azules tintes del cielo, lustrado encerado donde se escriben los mejores versos, donde reposan los deseos que vivieron escondidos en la quimera de la estrofa de un canto y nunca se cumplieron, donde descansan los besos que no se dieron, donde ondean las caricias que se perdieron entre los dedos, donde se escriben secretos que nunca se dijeron, confidencias que quedaron inéditas, pautas de comportamientos que nos hacían vibrar, esperas de madrugadas que se deshacían en la mañana cuando llegabas y el brillo de los ojos despejaban conjeturas de temores y recelos.
            ¿Por qué no me mandas un sueño? Ahora que la primavera se presenta en los filos de la ventana y su clara luz va apoderándose de la estancia donde la mansedumbre descansa y golpea la añoranza con la tibieza añorada del oro de la cascada del nuevo sol que nos baña, y nos confunde y engaña, y nos precipita al aura que va mostrando un tiempo que nunca pasa, que siempre queda en nosotros, aunque la edad nos señala y limita la aventura de fiebre imaginaria, del dolor que nos causa la alegría que se prende en las entrañas y nos eleva a la dicha de sabernos inmortales en el primor de una mirada, que nada nos sobrevive salvo el recuerdo retenido en la memoria que se ancla en el fondo de otra alma, de la vida que nos sucede con la sangre que se hereda, ser que es ser de nuestras almas.
            ¿Por qué no me mandas un sueño? Necesito envolver esta nostalgia que yace en mi espíritu, reconfortar la ansiedad que promueve y decanta esta sensación que me hiere porque no supe de ti tras la huida desaforada, porque no quisiste explicar las ausencias de las palabras que pudieran apaciguar las aguas del dolor, ni los dichos que quedaron presos en las mentiras alzadas por quienes nos desconocían y envidiaban.
            ¿Por qué no me mandas un sueño que deshaga este letargo, que desarregle los tiempos y me haga reposar del engaño de tu empeño por huir y saber que soy feliz despertando a este momento? 

viernes, 20 de abril de 2012

La Expo del 92


            Hace veinte años y parece que fue ayer mismo. El tiempo que vencido viene en forma de recuerdo para trazar una vereda por la que van transitando todos los hecho importantes que han acaecido en nuestras vidas desde entonces. Casi la mitad de nuestra existencia que se derrumba, de improviso y sin aviso, oyendo las fanfarrias que pregonaban la inminencia de la festividad, el anuncio primoroso del día de la primavera sevillana en la que ciudad adquiría el esplendor y la beca de la universalidad, que acogía en la pequeña isla de la Cartuja, lugar de oraciones y maitines antiguos, de campos de siembra y primor adornado del río que la riega y la fortalece y tonifica, a los pueblos de la tierra, que los aunaba en la fraternidad imposible por la obstinación, el capricho y el egoísmo de los hombres.
            Apenas unos años antes escondíamos aquel vergel tras el muro de la calle Torneo, separando y guardando la intimidad que se vería forzada a desprenderse para acoger el recinto de la fiesta, del encuentro y la diversión. Se aglutinaba todo en la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América. Y Sevilla, blasón y enseña de la colonización de las antiguas indias, lugar de partida de las embarcaciones que llevaron a la nueva tierra cultura y religión, nuevos usos sociales; lugar de destino de las riquezas que otorgaron poder y gloria a la ciudad y al imperio y que se desparramaron en lances y guerras, hasta aquel dramático 1898, en las que se perdieron las últimas colonias de ultramar.
            Fueron casi seis meses de demostraciones y alternancias culturales, de proyecciones en los pabellones, con nuevas técnicas cinematográficas, que provocaron colapsos en sus accesos, una cultura de la cola donde era posible departir con un inglés, un venezolano o un senegalés.
            La ciudad se estuvo  preparando durante los años anteriores. Las grandes obras de infraestructura modificaron la fisonomía de sus calles. El paisaje urbano adquirió nuevas dimensiones y en el horizonte se divisaban los grandes puentes que sorteaban el río, al que se le devolvió la libertad que se le truncara por Chapina. Unas nuevas panorámicas que procuraban sensaciones contrapuestas, pero que con el paso de los años han venido a integrarse en la identidad de la ciudad porque además fueron realizadas en loslugares adecuados y para cumplir funciones muy concretas. Grandes avenidas, apertura de nuevos espacios que ofrecían una dimensión cosmopolita de la vieja urbe. Una transformación que benefició las comunicaciones con el resto del país y que acercó a la capital de España con la implantación del tren de alta velocidad. Un hito de la modernidad y la técnica.
            No puedo dejar pasar el recuerdo de los magníficos momentos que pasamos en el recinto, donde había día que era imposible desplazarse con normalidad y los accesos se veían insuficientes para acoger la riada de visitantes que se acercan. Pero nada como el día de la inauguración, aquel primer día donde todo estaba por descubrir. Tuvimos la suerte de poder departir aquella primera jornada, en sus horas vespertinas, y no dábamos crédito a cuánto se nos mostraba. Las horas fueron diluyéndose entre nuestras propias ansias. Los altavoces nos anunciaban actos a los que no podíamos asistir porque casi se simultaneaban. De pronto apareció por la avenida de los descubrimientos la cabalgata de la magia y el tiempo, que ideara Joan Font y su Comediants y nos vimos desbordados por el asombro. Los pocos visitantes, guiados por la dulce voz femenina que nos advertía de los eventos, nos dirigimos al lago. Comenzaba a declinar la tarde y las luces artificiales comenzaban a teñir la isla de una tonalidad anaranjada y toda ella olía a refrescante azahar. Nos fuimos situando en los márgenes del lago. Como si rememorásemos la bella canción de Triana, como si los tiempos se alterasen en ella, se fueron reflejando los sueños de toda la ciudad sobre una pantalla acuática –un sonoro gesto de asombro y sorpresa fue recorriendo las riberas del gran lago artificial- que nos fue mostrando las exquisiteces.de la gran ciudad y cómo un caballo español bailaba sobre las tranquilas aguas, que salpicaba incluso, en el trote de su danza.
            Fue hace veinte años. Un día tal como el de hoy. Y la nostalgia, por los que ya no están, y el recuerdo de los momentos que vivimos con ellos en aquel recinto lleno de magia, alegría y cultura, aquel espacio que nos situó y nos abrió las puertas del siglo XXI, vienen a hoy para recordarnos aquel tiempo que nos hizo sentirnos deferentes e incluso descubrir que había un mundo repleto de sensaciones y experiencias enriquecedoras.

jueves, 19 de abril de 2012

Sangre morada, sangre macarena*


            Corre por las venas con la misma celeridad que transitan las emociones por el corazón. Tal vez por ello, porque tienen origen idéntico y comparten destino final, se confundan  por el entramado circulatorio, por las estrecheces compensatorias de una marcha y una meta. La una nos procura la esencia de la vida y alimenta el organismo de la sustancia necesaria para ello, riega los recovecos más escondidos del espacio donde yace la razón para proyectárnosla en la cotidianidad diaria. La otra, ¡ay la otra!, es la excepcionalidad, la virtud convertida en inconsciencia, que nos tantea el alma, la exacerba y altera, la transmuta apenas empieza a desplegar su poder discurriendo por vasos y arterias que no tienen ubicación fija, que  trashuman por el cosmos del cuerpo, que a veces son figuraciones y otras imágenes tan concretas que nos confunden la realidad, que nos muestran la esencia fantástica que subyace en el más profundo sial de la conciencia hasta presentarse de improviso, impulsada por la catapulta del gozo, axiomática y genuina,  para destruir nuestra serenidad y convertirla en una convulsión inhóspita que increíblemente nos colma de felicidad.
            Son unas sensaciones estrambóticas y contradictorias, tan enfrentadas que no sostienen explicación lógica, si acaso la lógica tuviera un lugar dentro del sentir en macareno, para el extraño que observe el universo que se va desplegando frente a él y  que no es capaz de discernir y separar, porque todo es contradicción, sin verse atrapado por la locura, absorbido en el torbellino de la sinrazón. No hay raciocinio, ni tesis que pueda dilucidar los sentimientos que brotan de esta filosofía, de este entender el mundo desde el alfeizar de la alegría, de este asomarse al precipicio del gozo sin sentir vértigo, sin experimentar la desazón de la altura del amor reencontrado que viene a satisfacernos y a reconfortarnos el espíritu, a serenarnos tras el desasosiego de la espera. Es la eclosión eufórica del encuentro entre el despechado por el abandono momentáneo y el furor de los recuerdos que vienen reflejados en la serenidad de su mirada. Es el conglomerado de expresiones intercambiadas entre le presente y el pasado, en la nostalgia que nos asalta hasta la lágrima cuando de improviso comprobamos que nos falta el calor de la mano que años antes nos guió hasta aquel mismo espacio para descubrirnos toda la grandeza legada por los antepasados y averiguar de improviso que sólo podemos asirnos a nuestra soledad y que la coincidencia emocional de la muchedumbre que nos rodea no es más que un canto coral que viene certificar que no somos dueños del presente, que hemos sido abatidos por la misericordia y la grandeza de la entrega primera, del Hombre que nos recuerda que nuestra pequeñez y el desaire de nuestra voluntad que ha huido para resarcirnos de la edad y recuperar nuestra infancia, el tiempo del que solo somos conscientes cuando surca el campo de nuestro pudor una lágrima.
            Y entonces recuperamos la conciencia, el instante de lucidez que agiganta nuestra alegría, que sale irradiada del cuerpo por cada poro de la piel hasta fundirse con la del hermano que tienes al lado y formalizar la cadena que enhebra y engarza las mismas emociones, que injerta en el espacio del templo el aparato circulatorio que provee de vida a tantos corazones. Y va fluyendo esa sangre que viene a rejuvenecernos, adentrándose tumultuosamente en las vísceras emocionales que creíamos disueltas, enterradas en los campos del olvido. Va recorriendo el ambiente hasta embriagarnos y trastornar nuestros sentidos. Los sonidos recuperan su grandeza, se adueña del aire un suspiro, resarce el corazón su vigor, queda vencido el cansancio y el tiempo es ya un sinsentido. Sangre que pierde el oxígeno, que ahuyenta el dolor y aposenta nuestro destino. Sangre morada que vierte el corazón compungido porque va llegando el Señor de la Sentencia a su casa, donde esperan sus hijos. Sangra morada asaltada por la redención de este Cristo, que es sentir del macareno, que es provisión de vida y alimento para sus corazones ahítos de Esperanza.

Foto Fran Narbona

miércoles, 18 de abril de 2012

Caza de Nazarenos


            Es cuestión de preparación adecuada, de educación sobre todo, de comportamientos personales ajenos a la razón, quizás más ligados a la conciencia de cada uno. No son hechos, afortunadamente ya, habituales pero siguen dando que hablar. Me refiero a aquellos nazarenos que abandonan su lugar en la cofradía con los más diversos motivos.
            Es difícil no ver, especialmente en aquellas hermandades que tienen un largo trazado en su recorrido, a penitentes retirados del discurrir de la cofradía y descansando en un banco, reposando por unos instantes del pisotón o el atropello multitudinario porque los devotos quieren ver, lo más cerca posible, a la imagen que prima sus devociones. No es difícil ver, por las inmediaciones de las filas nazarenas, a otros que se incorporan tras haber realizado la necesidad fisiológica que no avisa, que no ofrece demora porque se viene reteniendo desde hace horas, que es premura de inmediata  ejecución, so pena de ofrecer un inaudito escándalo de salubridad, cuando no de educación y vergüenza. El hombre es un ser que necesita cumplir algunos requisitos naturales. No es preciso describir los hechos porque a todos se nos vienen a la memoria. Pero hay que saber distinguir entre éstos y otros comportamientos de caprichosa voluntad. Contra éstos últimos ha actuar, con las medidas que establezcan las Reglas. Pero hay que ser condescendientes con quienes se ven obligados a abandonar por unos instantes las filas nazarenas. No es un alegato de defensa hacia ellos pero sí un hecho de comprensión hacia un acto determinado. Viene esto a colación por algunas fotografías que se publican en las redes sociales, la mayoría de las veces con mala intención, desconociendo tal vez los motivos que se guardan en el comportamiento, en la actitud que les ha motivado a ello. En esta ilustración se pueden observar unos nazarenos, cinco para ser exactos, despojados del capirote y sentados en el arriate de unos árboles, de una conocida y céntrica plaza sevillana. Quien tomó la instantánea no dudo un momento, tal vez al llegar a su casa, en subirla a la red social de turno y posibilitar un debate sobre este tipo de actitudes, mostrando una situación que de no conocerse la verdad, y siendo utilizada con maldad, de la posibilidad de equívocos. Estos cinco nazarenos se encontraban intentando reponerse de una indisposición y en la imagen se aprecia cómo son atendidos por un diputado de tramo, que sí guarda su rostro y esperan la llegada de otros hermanos nazarenos, médicos colegiados, que realizan la estación de penitencia entre las filas, atendiendo a quienes se encuentra en esta dolorosa vicisitud, pudiendo ir en el cortejo muy cerca de las Imágenes Sagradas.
            Sin duda alguna quienes quieran hacer daño a las cofradías tienen muchos motivos para concretarlo. Pero parece indigno que se utilicen medios y tiempo a perseguir este tipo de imágenes, que en nada benefician al buen nombre de las Hermandad en general y no cumple con el rango de justicia de la otra gran mayoría de penitentes que realizan su estación de penitencia de la mejor manera, con la dignidad que les dicta sus conciencias y observando todos los requisitos sobre el comportamiento adecuado que requiere una estación de penitencia.
            Estos cazadores de hermanos nazarenos debieran concienciarse y centrar sus esfuerzos en realizar la estación de penitencia, con su hábito, su antifaz y su cirio, y no vagar por las calles, con la medalla de la Hermandad al cuello incumpliendo las mismas normas que exigen que otros cumplan, a  la caza y captura de algunos desalmados. Más que nada para que pudieran tener una opinión más objetiva y certera. No basta exigir con lo que uno no es capaz de realizar. Hay que ofrecer opiniones basadas en experiencias. Ser nazareno en algunas hermandades requiere de mucho amor a sus Sagrados Titulares para aguantar trece horas con un cirio en la mano, y algunas otras esperando la salida, en un lugar donde no solo no ven a esos pasos andando primorosamente, ni se encandilan con la exquisitez de la música, sino que son atropellados por quienes se sitúan en un lugar de privilegio que no les corresponde, que les faltan al respeto en su origen devocional, que los pisan y empujan si reparos, sin tener en cuenta la intimidad del nazareno en su estación de penitencia. NO son excusas, son hecho más que probados.
            Demuestran muy poca caridad y mucha soberbia reivindicando derechos sobre unos actos que no son capaces de asumir. Es más fácil, mejor y más bonito poder vagar junto a los pasos y después cuando se encuentran con una situación, como la que describo en párrafos anteriores, meter la lanza en el costado. Y lo peor, es que lo hacen con hiriente interés y no para solventar el problema.
            Que conste que este pobre y humilde escribidor es también nazareno que realiza su estación de penitencia al completo, sin abandonar las filas de la cofradía, por muchos empujones, pisotones, magníficas y esplendorosas bullas y hasta algún dedo del pié roto, que haya recibido. Pero también tengo claro que el día que un apretón, una incontinencia o la necesidad de reponer fuerzas para no desmallarme me lo demanden, no tendré más remedio que acudir al lugar apropiado o que disponga mi Hermandad  para ello so pena, como he dicho anteriormente, de no dar un escatológico mitin en medio de la calle.

martes, 17 de abril de 2012

La leyenda de puntillas


Muy pocos pueden presumir de lo que él. Escasísimos seres humanos pueden mantener el talante de leyenda sin haber sido llamado a formar parte de la corte celestial, sin haber traspasado la frontera que universaliza al hombre, un hecho que a todos nos congratula. No le ha hecho falta distinguirse del resto del género humano más que por su nobleza, por su devoción y por su valerosa aportación al sentimiento macareno, por descubrir las esencias populares que transitan en la mañana del Viernes entre el mercado y las angosturas del dédalo de calles del barrio que le vió crecer, que le inoculó toda la sabiduría popular que se contiene en una soleá de Manolo Caracol, y  por donde se derrama toda filosofía que transmite el Dios Sentenciado y permite acercar la divinidad del mensaje a la comprensión de todos. Hay hombres signados por la Providencia para ser recordados y exaltados en cantos populares, para figurar en la mitología que enraíza la sabiduría con lo proverbial sin tergiversar la grandeza que contiene en su origen, esa particular estancia donde lo diminuto puede llegar a transformarse en colosal por el mero hecho de pronunciar unas palabras, la exaltación multitudinaria del gentío cuando el argénteo fulgor de un llamador truena y convierte su sonido en impulso para elevar al Señor al cielo de la memoria.
No ha necesitado este hombre, ahora leyenda viva que pronuncia salmos flamencos cada vez que emite una palabra, que ha procurado paraísos a quienes se alojaban en la desolación y la tristeza con tan solo convocar el poder de cuarenta y ocho macarenos con el grito ahogado en su sentir, más que tener corazón para perturbar las emociones de quienes se acercaban a él cuando comandaba el paso del tribunal más hermoso del orbe católico, mi más motivos para alcanzar la felicidad que un rayo de sol atravesando los repujados de una canastilla dorada, en el amanecer del Viernes Santo, cuando la quilla de la nave se abría paso, majestuoso y elegante, ondeando su presunción de macareno, entre el oleaje de emociones embravecidas en el mar de la devoción.
Los afectos sacudieron los cimientos del templo que había abierto sus puertas a la expectación y la alegría, tras el paso del tiempo que se había obstinado en demudar la realidad de la despedida. La levedad sostenida de una columna de incienso, traslucido velo que separa las certidumbres del exterior, alejándolas del rigor de la autenticidad del momento, se elevaba para conformar el papiro donde se certificaría la última llamada, donde se escribiría, con la tinta enjugada en el pañuelo del alma,  la crónica que leerán las generaciones futuras sobre el hombre que vio y mostró a Dios a través de las cosa sencillas. Como el primer día, alejó la mirada del mundo para centrarse en aquella serenidad que se le presentaba, en aquel rostro que tanto le reclamaba y al que tanto debía. Asió la aldaba que retiene su voz en el eco de un retumbe argénteo, el estrépito de la emoción que propulsa y transmite su propia turbación. Lo alzó, a sabiendas que no lo volvería a hacer, que cuando cayese lo harían treinta y tres años -¡toda una vida!- llevando al Cristo de la Sentencia por las calles de Sevilla. Todo el peso de este tiempo, toda la inmensidad de la espera, todo el amor derrochado fue izado a los cielos de la Macarena, cuando Miguel Loreto llamó a su gente y pronunció la encíclica que resuelve las dudas y procura las emociones, el estremecimiento en su mejor valor. “Lo quiero ver volar”. Obra de arte efímera, obra de arte que se enmarca en la memoria insustancial de quienes tuvimos la suerte de ver su ejecución, obra de arte que ha merecido el reconocimiento taxativo y unánime de la mejor Sevilla, de la eternidad que sigue rigiendo en este escogido espacio. Nunca un galardón ha tenido, ni adquirido tanto prestigio al concedérsele, a Miguel Loreto, capataz del Señor de la Sentencia, el premio Demófilo, a la mejor obra de arte efímera de la Semana Santa de Sevilla.

lunes, 16 de abril de 2012

El tiempo de los cobardes


             En un ejercicio por la más absoluta tolerancia, ejemplarizando con el sentido democrático por el que van rigiendo sus vidas, del que presumen hasta la saciedad cuando se postulan en plazoletas y viarios diversos, asidos a su manual de conducta y educación, un envase de cerveza, han atentado contra la fachada, otra vez, de la Basílica de la Macarena, con el lanzamiento de botes de pintura roja, como no podía ser de otra manera. Los autores de este nuevo atropello, como digo, han de ser unos próceres de los valores democráticos, unos adelantados en los idearios sobre el nuevo entendimiento de la convivencia pacífica entre las personas pues de otra manera no se entiende un comportamiento “tan correcto”, con una demostración tan denodada de urbanidad.
            Volvemos a lo de siempre, a reiterarnos en las conductas violentas que desacreditan a los idearios tras los que se esconden. Estos miserables no entienden el lenguaje de la convivencia, son incapaces de mostrar un ápice de educación y respeto para quienes no piensan como ellos. La legitimidad del pensamiento es un bien patrimonial del hombre y las conclusiones que se saquen de ellos son cuestiones particulares que deben salvaguardarse en las conciencias y por tanto, ser respetadas sin mostrar coacción ni violencia contraria. No hay razón de menos fundamento que tratar de imponer doctrinas ejerciendo la fuerza o intentar implantarlas con métodos terroríficos, es decir atemorizar a los débiles.
            En estos tiempos donde las tecnologías propagan casi al instante cualquier pensamiento parece increíble que unos desalmados, unos trasnochados en sus doctrinas, a las que hacen un flaco favor, sigan progando sus ideas de una manera tan absurda, tan faltas de coherencia e intentando esconder sus procedimientos con actuaciones durante la noche. Estos cobardes que son incapaces de maniobrar a la luz del día, presumo que en manadas pues así el amparo es mayor para la realización de sus gestas, se emboscan en la oscuridad para actuar, con premeditación y alevosía, contra el templo que guarda el bello mensaje de la Esperanza.
            Si lo que pretendían era llamar la atención sobre la celebración de la conmemoración de la implantación de II República, hace ochenta y cinco años, podían realizar otro tipo de actividades que no perturbaran la paz urbana. Pero es mejor engendrar violencia y buscar razonamientos trasnochados para justificar la salvajada de sus acciones. Es imposible conciliar a un pueblo mientras haya energúmenos –y que cada uno aplique el color que crea oportuno- que vivan en el pasado, que sean capaces de rectificar sus conductas en vista de lo sucedido en el pasado. Corregir errores no significa tener que estar pidiendo cuentas constantemente, ni reinventar la historia con cosas que no sucedieron porque entonces estaremos manipulando unos hechos concretos adecuándolos a los intereses particulares de cada uno.
            Estos analfabetos que atentan contra la Hermandad de la Macarena están desequilibrando los fieles de una balanza e ignoran el gran sentimiento popular que atesoran estos muros, la historia de gente sencilla que han compartido desgracias y alegrías en el pasado que tanto se obstinan en querer repetir. Habría que reflexionar sobre estas conductas que por lo general suelen ejecutar jóvenes a los que les han desvirtuado la realidad, a los que les presentan una historia estereotipada, apátridas con desórdenes en la estructura familiar, cobardes que son incapaces de consensuar sus ideas con sus congéneres y buscan un protagonismo en sus círculos y vanagloriarse con su momento gloria, atentando contra un templo. Gran proeza, si señor.
            A los que nos faltan al respeto, a los que nos insultan con sus actos, a los que soportamos sus ínfulas fascistas –no olvidemos que los peores regímenes totalitarios se sirvieron de los poderes democráticos para instaurarse en el poder Hitler o Stalin- no nos queda más que continuar con nuestra vocación pacífica e intentar transmitir a nuestros hijos unas conductas diferentes y unos tratamientos sociales que fomenten la concordia de los pueblos, no la segregación absolutista que pretenden estos cavernícolas.
Hay que ser valientes, vestirse por los pies e instruir con razones y palabras no con actos violentos. A ver si actúan alguna vez contra los edificios de otras confesiones religiosas más expeditas en sus manifestaciones cuando son atacadas. Tal vez porque sus dichos y acciones son más contundentes y saben de más que a quien hierro mata, a hierro muere.

jueves, 12 de abril de 2012

Una promesa rota o el milagro de lo irremediable


El destino de las personas viene marcado por designación de la Providencia. Nada ocurre por hechos caprichosos, ni el destino es una consecuencia encadenada de casualidades que desembocan en el caos, aunque a veces eso parezca todo viene enlazado con causalidades con las que somos signados en el principio de nuestro ser. Al menos para los que creemos en la Divinidad de nuestro origen así es. Nada procede sino de la otorgación celestial, de la disposición que a cada se le concede para que, en el uso de su libertad, la prolongue y administre el bien para la consecución de la felicidad de quienes le rodean.
            Acaban de pasar, como un suspiro de enamorado, los días de la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, unas jornadas que nos hacen reflexionar sobre la condición humana, sobre nuestras actitudes ante la vida y ante quienes nos rodean y sí somos merecedores de las suertes y gracias que nos son dispensadas. Es difícil tomar el ejemplo de Jesús porque requiere de compromiso ante los demás, de servicio ante nuestros semejantes y hasta extenuantes sacrificios para seguir sus enseñanzas. El mensaje de redención no es posible más que tomando la cruz de su entrega y seguir el camino marcado por sus doctrinas, tan válidas hoy como cuando fueron promulgadas por su voz.
            Todo este halo de asentamiento en la firmeza de la creencia, en la constatación de la fe, se manifiesta ante el paso de la Virgen de la Esperanza. Y no son palabras baladíes ni faltan a la más imparcial justicia. Cuánto sucede en su delantera es la constatación, firme y contundente, de la presencia de Dios en nuestra almas.
            Nunca busqué esta merced que me ha sido concedida. Nunca he reclamado –pueden asegurarlo quienes me conocen- un lugar en el cielo que es realizar la estación de penitencia en la cercanía de la Virgen que cobija y ampara mi vida, que es dueña de mis pensamientos y mis emociones, que aún antes de nacer ya sabíamos el uno del otro, porque corría por la sangre de mi sangre toda la devoción y el amor de la generaciones que nos precedieron, hacia Ella. Esta Hermandad me dado mucho más, infinitamente más, de lo que yo humildemente he podido ofrecer. Siempre, desde mi más cándida niñez hasta este periodo adulto, he procurado enfundarme en mi hábito procesional e inmiscuirme en mi interior, en buscar explicaciones al discurrir de la vida, de estos problemas que tanto nos agobian y que pierden toda su importancia, que se diluyen en su propia materialidad.
            Voy a descubriros un pequeño secreto, egoístamente porque necesito vaciar mi alma de esta angustia, una determinación que tomé cuando supe que iba a formar parte de los escuderos macarenos que integran la presidencia de la Virgen de la Esperanza cuando sale, en la madrugada del Viernes Santo, a desparramar sus gracias por el entresijo de las calles de Sevilla. Prometí no volverme a ver su rostro durante mi estación de penitencia, el motivo es lo de menos. Y no pude cumplir mi promesa, falte a mi palabra, rompí el compromiso que firmé una tarde, en las postrimerías de marzo, arrodillado frente a Ella, sintiendo la serenidad de la mirada del Señor de la Sentencia a mi izquierda. Y no es que volviera mi cabeza, vencido por mi debilidad humana, hacia donde se sitúa y resplandece la Madre de Dios. Nada más atravesé los primeros tramos del recorrido supe que ya estaba derrotado, que ya se había destrozado el contrato sentimental. No hizo falta que me girase porque su rostro estaba frente a mí, se me mostraba incesantemente en un rosario de apariciones. Vino a buscarme en la mirada perdida de aquella joven, en la ausencia terrenal de aquel chico que parecía levitar. Venía plasmada en el fondo de las miradas de una multitud asombrada incapaz de pronunciar sonido alguno ante la visión celestial, se me presentaba en cada bisbiseo oracional que se lanzaba desde las orillas de las aceras, en caras absortas, abstraídas, de la turbamulta que ondeaba sin cesar en el frontal del paso, en el intento de la niña del pañuelo en la cabeza que luchaba denodadamente contra el gentío para que las yemas de sus dedos pudieran rozar el argénteo final de la manigueta del paso y poder transmitir todo el amor que manaba su mirada llena de vida. ¡Y yo de espaldas sin quererle ver la cara! ¡Qué iluso! Y en el fragor de la batalla llegamos a Santa Ángela y se apareció ante mí en rústicas estameñas y tocas blancas, en la armonía angelical de unas voces que La cantaban, en el asombro y en la alegría de aquellas mujeres que curan tantas llagas, que saben de tanto amor, que soportan la dureza de una vida sacrificada. Y volví mi vista al cielo y comprendí que era inútil continuar aquella cruzada sin sentido. Levanté mi vista y me encontré con la sorpresa de no poder su cara. Me sobresalté, no La veía, busqué entre la candelería y la cera me La ocultaba. Traté de serenarme, me giré y en la multitud, en sus ojos y en sus rostros, en sus rezos y silencios, en los clamores y peticiones, en las risas y en los llantos, allí estaba, volvió a mostrárseme el rostro de la Virgen de la Esperanza.

lunes, 9 de abril de 2012

El cielo conseguido


Las aguas del recuerdo van laminando las playas de las vivencias, van sedimentando en sus orillas los momentos que hemos ido viviendo durante esta última semana en la que Dios se ha presentado ante nosotros de las más extrañas maneras. Ha llegado precedido de multitudes, alabado en salmos y oraciones que brotan desde el gentío, salterios que rodaban con estrépito desde los labios y volteaban los adoquines hasta convertirlos en vehículos por los que discurrían las emociones, por los que transitan los sentires más íntimos.
            Ya lo dijo el poeta que mejor le ha cantado a la Virgen, “la vida son siete días” y la hemos visto espejarse en el dorado de los pasos, en la plata repujada que ha sido utilizada como trono para la Madre de Dios, como reluciente tabernáculo donde han reposado las esencias de la fe, las consideraciones litúrgicas que nos llegaron en el legado de nuestros antepasados, en los seres queridos que habitan las inmensidades universales que se desprenden de las retinas, hasta proyectarse en el presente, de los ojos llorosos de la Virgen.
            Hemos vivido nuestro presente ignorando que cuánto contemplábamos no era nuestro tiempo, que no nos pertenecían ni las horas ni los días, que no eran más que meros signos de nuestro pasado, y los espacios que recorrimos, que atrevamos con la prisa por encontrarnos con la sorpresa, no era sino el lugar recuperado por quienes nos antecedieron en el sentimiento y volcaron en nuestras almas toda la sapiencia sentimental que los siglos fueron depositando en sus propias almas, por otras voces, por otros roces de manos, por otras lágrimas y por otros besos. La heredad de la tradición eclesial que nos sorprende con la transmisión popular. Palabras viejas que nos explicaban la consecución del cielo con tan sólo devolver la mirada de la que huye de la vida del Cristo del Cachorro, esa visión traslúcida que es todo poder y que alcanza su mayor gloria en la solemnidad oscura de la plaza de San Lorenzo, una campanada seca anuncia el principio del fin.
            Pero hay designados por el mismo Dios para visitar la gloria, elegidos por el capricho de la Providencia para que tengan constancia de la experiencia supra terrenal que supone pisar el cielo, gozar de sus límites, compartir con sus ángeles sus cantos celestiales y retornar a la tierra, sin traspasar la balizada de la frontera que asume formas de guadaña, ésa que se deja caer con la Canina por la antigua calle de las Armas, derrotada y superada por la Vida.
Ustedes no lo saben pero en la mañana del Viernes Santo llovió sobre la ciudad mientras la algarabía de los tornasoles desperezaban su sopor. Fue recién amanecía y la Virgen recibía la primera claridad reflejada en la fachada de un antiguo palacio. Una comitiva de penitentes caminaba alegremente intentado desprenderse del pesado sopor, argénteo goteo que resbalaba por las laderas merinas para convertirse en destellos gloriosos que les anegaban por la cercanía de La que desprende las mejores y mayores Gracias que concederse pueden. Sólo dos nazarenos sabían de la privilegiada designación, sobre la presencia de estos dos seres en el mismo cielo. Guardan ahora su secreto juramentados en la importancia del hecho.
Cuando los sones y la trompetería, cuando los armonios y las melodías anunciaron la despedida, el momento preciso del fin del ensueño,  fueron despedidos en la puerta que franquea y separa el cielo del mundo y sus pecados, por las fanfarrias que no suenan, aunque retumban y conmueven el alma, de la sonrisa inocente del ángel guardián. Durante la inmensidad de un segundo -¿fueron siglos tal vez?- se sintieron extraños en su propio mundo más no giraron su visión. Pasaron junto a los dos nazarenos, caballeros que saben del privilegio que los otros vivieron, y bastó fijar sus miradas en las acuosidades que brotaban de sus ojos para suponer someramente lo que acaban de vivir.
Ustedes no lo saben, pero el Viernes Santo, muy de mañana llovió la gracia de Dios, sobre dos buenas personas, premio a su gran corazón, les dejó visitar el cielo mientras la Virgen pasaba derrochando su Esperanza.

martes, 3 de abril de 2012

Los hijos de la ilusión


Hay una calma que reclama el amanecer, una serenidad que traspasa las cales de las viejas casas que pueblan las calles. Repta el aire esquivando las aristas de las esquinas en una búsqueda de las emociones. Hace ya años que las vibraciones del amor se van hilando por los perfiles de las aceras, que van tejiendo un manto de veneración en cada mirada, en cada súplica o agradecimiento. El ramillete de oraciones se acoda en el alfeizar de la memoria y de las salmodias brota el lustre de los antepasados, de los que fundieron su vida a la de la hermandad, los que ofrecieron sus esfuerzos  sin intercambiar más que sentimientos, una deuda que salda casi siempre con un momento de oración, con el intercambio de miradas que llegan a conformar el mejor de los diálogos.
            Desde muy temprana hora se conforman riadas de pisadas viejas que van marcando la pesada senda del tiempo, de pasos nuevos que encuentran un sentido distinto a su caminar, un reencuentro con el pasado que no han vivido, que corre ppor sus mismas venas signándolos para el futuro y por el que empiezan a sentir nostalgia, una extraña viveza que va perforando sus sentidos hasta que encuentran el yacimiento de una explicación, la solución al misterio que desemboca en la puerta de la iglesia, del edificio que comienza a ser viejo, que mantiene en su arcada de acceso todo el peso de la tradición y que ahora se aparece a ellos como el gran templo del entusiasmo. Retumban los pasos en las añejas losas descoloridas de tanto tránsito, de tanto guardar los secretos que han oído durante más de medio siglo. Se turban los muros por las súplicas que corren por sus maltrechas laderas hasta despeñarse y reposar en los recodos y dobleces de la madera del confesionario. Allí se retienen por una misteriosa fuerza, que las va concentrando, aglutinando en torno a los restos de un viejo confesionario que tiene memoria de santidad, de la abnegación del párroco que fue espíritu y vida de cuanto hoy es realidad, que no dudó en potenciar el mendicante poder de la palabra para obtener y conseguir que parroquia y hermandad disfrutasen del mismo estatus, que compartieran los deberes que se devengan del gran mensaje redentor.
            El germen tomó cuerpo y el mayestático proyecto se materializó para que hermanos de hoy, los que fueron sensación de futuro en el pensamiento de aquellos, pudieran formalizar sus devociones en el Cristo que fue abandonado por sus discípulos, a los que tanto amó, a los que tanto protegió, a los que tanto enseñó. No hubo obra más unida al barrio ni sentimiento popular más vinculado a la religiosidad.
            Ayer, lunes santo, las nubes volvieron a turbar los ojos de los hijos de la ilusión, a remover el espíritu de sacrificio de las generaciones que hicieron posible que lo cotidiano alcanzara la categoría de lo sublime. Jamás lo sencillo tuvo mayor refrendo ni mejor enjundia que demostración popular de devoción que vierte la gente de Santa Genoveva.
            Saben que el paso de los años nos van lastrando y retando momentos de emoción, que cada estación de penitencia no realizada es irrecuperable, que los momentos únicos que se repiten en cada revirá del paso de palio, los sonidos exclusivos que se oyen en la misma marcha procesional, que cada encuentro con el primoroso rostro de la Virgen de las Mercedes, no es reversible en la memoria más que cuando fondeemos nuestra nave en las mansas aguas de Su regazo y sintamos el acomodo maternal del abrazo de la Madre celestial. Entonces, solo entonces, podremos saldar cuentas de las emociones que nos fue privando la lluvia y comprender que los esfuerzos siempre tienen recompensa aunque ahora no podamos entenderlo, porque la gloria terrenal que se nos ofrece ahora, en el devenir de esta vida, no es más que un asomo de la que nos espera en el cielo. Y ese es el gran tesoro que guardan los hijos de la ilusión, los fieles devotos del Cristo al que nunca abandonan, de la Virgen a la que siempre aman, aquellos que iniciaron un paraíso donde otros sólo vieron un páramo.

lunes, 2 de abril de 2012

Congruencias e incongruencias en las Hermandades


            Es la condición humana la que debe soportar las amonestaciones que se ejecuten contra quienes toman una decisión, contra quienes tienen la potestad de arbitrar soluciones ante cuestiones inmediatas. El hombre que toma una resolución que repercute en la vida de otros ha de saber, cuando accede al cargo para el que ha sido designado, que cuánto ejecute, cuantas decisiones tome serán enjuiciadas por quienes se ven beneficiados o perjudicados por su fallo. Pero ha de ser coherente con su acción y tomar por memos, ni mucho menos jugar con los sentimientos a los que afecta su decisión. El errar es un derecho que tienen los responsables de las Hermandades y Cofradías y además es previsible desacertar, equivocarse y hasta mal interpretar la información que le llegue.
            Los medios técnicos con los que se benefician, en la actualidad, las Hermandades potencian los aciertos y si acaso éstos no concretan con la exactitud que se les pudiera exigir, siempre tenemos la posibilidad de comprender que cualquier solución habrá sido consensuada en una deliberación de los componentes de las diferentes Juntas de Gobierno y siempre con la mejor de las intenciones.
            Sacar una cofradía a la calle manteniendo dudas sobre las posibilidades de lluvia es una opción respetable, máxime cuando las incertidumbres atmosféricas prevalecen sobre las concreciones. Si en el momento de la salida no llueve, y tras cotejar y estudiar los diferentes partes meteorológicos e informaciones se decanta por realizar la estación de penitencia y la mala fortuna sorprende a la comitiva durante su itinerario con lluvia casi inesperada, es una cuestión de mala suerte. Se ha tomado una decisión equivocada, un hecho que entra dentro la lógica sentimental. Hay dirigentes cofradieros que se han manifestado públicamente, explicando de una manera más o menos razonables, que ninguna alteración atmosférica debe impedir la salida procesional ya que el fin último para el que fueron conferidas Sagradas Imágenes y enseres no es más que la concreción de la estación de penitencia, opinión que puede ser más o menos respetada, que tiene su debate y  porfía de pareceres. Pero sacar la Cruz de Guía a la calle, teniendo la certeza y constatando que una fuerte precipitación riega las calles de la ciudad, en ese preciso momento, me parece una demostración de irresponsabilidad, un hecho de inconsciencia, pues una estación de penitencia no es un acto de rebeldía contra los elementos ni una revelación jerarquizada de valentía y heroicidad, sino una expresión de protestación pública de la fe que nos fue transferida, un acercamiento a Dios mediante la meditación interior de la persona, que no requiere de hazañas públicas ni demostraciones de arrojo y valor. Imagino que para ello sería preferible alistarse a la Legión.
            Cuando una cofradía se pone en la calle debe mantener ciertas garantías de seguridad para quienes conforman el cortejo, que además son el mayor y mejor patrimonio de la Corporación, dejando aparte las Sagradas Imágenes que tienen otros valores supra naturales. Los Hermanos pueden manifestar su fe con otros comportamientos, con otras demostraciones colectivas que pueden realizarse en el interior de los templos y que vienen contempladas en las Reglas de las Hermandades cuando cielos se desploman sobre la ciudad, pero no necesariamente superponiendo el sufrimiento a la espiritualidad porque aquél puede traer aparejada indisposiciones físicas y tal vez con consecuencias irreversibles. No olvidemos que en la cofradía participan Hermanos de todas las edades, desde recién nacidos hasta personas mayores.
            Es necesario tomar conciencia de la importancia que conlleva pertenecer a la cúpula dirigente de las Hermandades y saber distinguir la razón de la sentimentalidad, aunque ello conlleve un esfuerzo en el ejercicio, y saber regular las emociones propias para conseguir el beneficio de todos.
            Tienen derecho a equivocarse pero hay que ser consecuente con las circunstancias obvias. A veces bastaría con sacar la mano por la ventana antes de tomar una decisión ante hechos como los que estamos viviendo desgraciadamente y evaluar los pros y contras de la toma de una decisión.