El
recinto ferial no es más que la ciudad traslada, en su expresión más correcta,
en su faceta más exacta, pues en ella se concentra la actividad de los
sevillanos. Basta darse un paseo por el casco antiguo, por su calles más
comerciales y en horas puntas, para darse cuenta que la actividad se concentra
en la zona de los Remedios. Es una
ciudad funcional, un espacio donde todo cabida y donde se realizan las tareas
sin que nada falle. Por eso me atrevo a decir que esta la verdad de la ciudad,
la de siempre, la que sobrevive gracias a la constancia de su efímera
supervivencia. Una ciudad que es capaz de realizar sus funciones sin que nada
falle, sin que se atisbe el menor descontrol, donde tiene cabida todo el mundo y
donde se sintetizan los valores de la excelencia. Un lugar que mantiene su
primacía de la excelencia sobre la vulgaridad, entendiendo que la excelencia nos
es un don privativo ni representativo de clases sociales sino que va inherente
a la condición del sevillano, de su apertura al mundo y de la necesidad de
complacer su importante ego. Un lugar donde todos tenemos el placer y la dicha
de significarnos en los mejores valores
de la amistad. Un territorio que se adapta a los tiempos, que se ha ido configurando
conforme los años van imponiendo sus modos y modelos de vida.
En los años de bonanza económica no
había caseta, privada o pública, por donde corrieran las raciones jamón ibérico
y la manzanilla, los surtidos de pescao frito y la cerveza y donde no se
pendenciera por pagar la ronda. “Eso lo apuntas a mi cuenta que para éso soy yo
el anfitrión”. Y que siga la fiesta, que se prolongaba hasta altas horas de la
madrugada, o mejor dicho, se culminaba en la plaza de las buñoleras tomando un
chocolate, que hervía el esófago, y un buen plato de la suculenta masa frita
que realizan las gitanas con maestría extrema.
Pero ay amigo. Se derrumbó la torre
de la abundancia, sus ficticios cimientos hicieron desplomar esta falsa
estructura de la sociedad del bienestar que nos vendieron con tan alegría, y
nos arrebató el mundo artificial en el que nos habíamos instaurado,
devolviéndonos a la dura realidad. Una situación que conocíamos y nos ha hecho,
a algunos que ya peinamos canas –abundantes canas pero seguimos peinándonos-,
retrotraernos en el tiempo, a aquellos años en los que disfrutábamos, de verdad
sin los fingimientos sobre posiciones sociales que nos son ajenas, de la Feria.
Años de solventar la tarde –sí hija mía, las horas vespertinas y las de la
noche, no las madrugada ni los amaneceres- con una ronda de cervezas y una
tortillita de patatas, pimientos fritos y tomates aliñados, pagado todo a
medias. Y cantando mucho, y bailando donde nos dejaban, recorriendo las calles
del Real a ritmo de sevillanas de los Hermanos Reyes, de los Romeros de la
Puebla o Amigos de Gines, disfrutando y compartiendo la alegría.
Y mira por dónde ha tenido que
llegar esta crisis para devolvernos la identidad perdida, para poner a muchos
en el lugar de donde nunca debieron salir, a devolvernos las tardes de paseo de
caballos sin masificaciones, de carruajes que no producen atasco en la calle
Joselito el Gallo o Pascual Márquez como si aquello fuera la Castellana en hora
punta. No devuelto esta crisis la alegría de poder sentirnos como hace treinta
años, que nos recupera sensaciones de las que habíamos desdeñado, a provocarnos
la necesidad de encontrar el disfrute en las cosas sencillas que son las que
han engrandecido esta fiesta del clasismo sevillano, que fijaos si es grande,
que nos hace ver el lado positivo de las cosas, las venturas de su idiosincrasia.
Hemos vuelto a la ración de pimientos, a los ricos tomates aliñados y a la
media botellita de manzanilla. El jamón solo se otea en la añoranza o cuando en
la caseta suenan las sevillanas que en su homenaje realizara el recordado y
querido Pepe Peregil. Toda una filosofía del sentir sencillo que avala la
tradición, su carácter más endémicamente popular y entrañable. Cada cual a lo
suyo y a vivir de sus posibilidades. Y las rondas las pagamos a escote, o como promulgan
en la actualidad nuestros político, por medio del copago.
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