Hace veinte años y parece que fue
ayer mismo. El tiempo que vencido viene en forma de recuerdo para trazar una
vereda por la que van transitando todos los hecho importantes que han acaecido
en nuestras vidas desde entonces. Casi la mitad de nuestra existencia que se
derrumba, de improviso y sin aviso, oyendo las fanfarrias que pregonaban la
inminencia de la festividad, el anuncio primoroso del día de la primavera
sevillana en la que ciudad adquiría el esplendor y la beca de la universalidad,
que acogía en la pequeña isla de la Cartuja, lugar de oraciones y maitines
antiguos, de campos de siembra y primor adornado del río que la riega y la fortalece
y tonifica, a los pueblos de la tierra, que los aunaba en la fraternidad
imposible por la obstinación, el capricho y el egoísmo de los hombres.
Apenas unos años antes escondíamos
aquel vergel tras el muro de la calle Torneo, separando y guardando la
intimidad que se vería forzada a desprenderse para acoger el recinto de la
fiesta, del encuentro y la diversión. Se aglutinaba todo en la conmemoración
del V Centenario del Descubrimiento de América. Y Sevilla, blasón y enseña de
la colonización de las antiguas indias, lugar de partida de las embarcaciones
que llevaron a la nueva tierra cultura y religión, nuevos usos sociales; lugar
de destino de las riquezas que otorgaron poder y gloria a la ciudad y al
imperio y que se desparramaron en lances y guerras, hasta aquel dramático 1898,
en las que se perdieron las últimas colonias de ultramar.
Fueron casi seis meses de
demostraciones y alternancias culturales, de proyecciones en los pabellones,
con nuevas técnicas cinematográficas, que provocaron colapsos en sus accesos,
una cultura de la cola donde era posible departir con un inglés, un venezolano
o un senegalés.
La ciudad se estuvo preparando durante los años anteriores. Las
grandes obras de infraestructura modificaron la fisonomía de sus calles. El
paisaje urbano adquirió nuevas dimensiones y en el horizonte se divisaban los
grandes puentes que sorteaban el río, al que se le devolvió la libertad que se
le truncara por Chapina. Unas nuevas panorámicas que procuraban sensaciones
contrapuestas, pero que con el paso de los años han venido a integrarse en la
identidad de la ciudad porque además fueron realizadas en loslugares adecuados
y para cumplir funciones muy concretas. Grandes avenidas, apertura de nuevos
espacios que ofrecían una dimensión cosmopolita de la vieja urbe. Una
transformación que benefició las comunicaciones con el resto del país y que
acercó a la capital de España con la implantación del tren de alta velocidad.
Un hito de la modernidad y la técnica.
No puedo dejar pasar el recuerdo de
los magníficos momentos que pasamos en el recinto, donde había día que era
imposible desplazarse con normalidad y los accesos se veían insuficientes para
acoger la riada de visitantes que se acercan. Pero nada como el día de la
inauguración, aquel primer día donde todo estaba por descubrir. Tuvimos la
suerte de poder departir aquella primera jornada, en sus horas vespertinas, y
no dábamos crédito a cuánto se nos mostraba. Las horas fueron diluyéndose entre
nuestras propias ansias. Los altavoces nos anunciaban actos a los que no
podíamos asistir porque casi se simultaneaban. De pronto apareció por la avenida
de los descubrimientos la cabalgata de la magia y el tiempo, que ideara Joan
Font y su Comediants y nos vimos desbordados por el asombro. Los pocos
visitantes, guiados por la dulce voz femenina que nos advertía de los eventos,
nos dirigimos al lago. Comenzaba a declinar la tarde y las luces artificiales comenzaban
a teñir la isla de una tonalidad anaranjada y toda ella olía a refrescante
azahar. Nos fuimos situando en los márgenes del lago. Como si rememorásemos la
bella canción de Triana, como si los tiempos se alterasen en ella, se fueron
reflejando los sueños de toda la ciudad sobre una pantalla acuática –un sonoro gesto
de asombro y sorpresa fue recorriendo las riberas del gran lago artificial- que
nos fue mostrando las exquisiteces.de la gran ciudad y cómo un caballo español
bailaba sobre las tranquilas aguas, que salpicaba incluso, en el trote de su
danza.
Fue hace veinte años. Un día tal
como el de hoy. Y la nostalgia, por los que ya no están, y el recuerdo de los
momentos que vivimos con ellos en aquel recinto lleno de magia, alegría y
cultura, aquel espacio que nos situó y nos abrió las puertas del siglo XXI,
vienen a hoy para recordarnos aquel tiempo que nos hizo sentirnos deferentes e
incluso descubrir que había un mundo repleto de sensaciones y experiencias
enriquecedoras.
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