
Son unas sensaciones estrambóticas y
contradictorias, tan enfrentadas que no sostienen explicación lógica, si acaso
la lógica tuviera un lugar dentro del sentir en macareno, para el extraño que
observe el universo que se va desplegando frente a él y que no es capaz de discernir y separar, porque
todo es contradicción, sin verse atrapado por la locura, absorbido en el
torbellino de la sinrazón. No hay raciocinio, ni tesis que pueda dilucidar los
sentimientos que brotan de esta filosofía, de este entender el mundo desde el
alfeizar de la alegría, de este asomarse al precipicio del gozo sin sentir
vértigo, sin experimentar la desazón de la altura del amor reencontrado que
viene a satisfacernos y a reconfortarnos el espíritu, a serenarnos tras el desasosiego
de la espera. Es la eclosión eufórica del encuentro entre el despechado por el
abandono momentáneo y el furor de los recuerdos que vienen reflejados en la
serenidad de su mirada. Es el conglomerado de expresiones intercambiadas entre
le presente y el pasado, en la nostalgia que nos asalta hasta la lágrima cuando
de improviso comprobamos que nos falta el calor de la mano que años antes nos
guió hasta aquel mismo espacio para descubrirnos toda la grandeza legada por
los antepasados y averiguar de improviso que sólo podemos asirnos a nuestra
soledad y que la coincidencia emocional de la muchedumbre que nos rodea no es
más que un canto coral que viene certificar que no somos dueños del presente,
que hemos sido abatidos por la misericordia y la grandeza de la entrega
primera, del Hombre que nos recuerda que nuestra pequeñez y el desaire de nuestra
voluntad que ha huido para resarcirnos de la edad y recuperar nuestra infancia,
el tiempo del que solo somos conscientes cuando surca el campo de nuestro pudor
una lágrima.
Y entonces recuperamos la
conciencia, el instante de lucidez que agiganta nuestra alegría, que sale
irradiada del cuerpo por cada poro de la piel hasta fundirse con la del hermano
que tienes al lado y formalizar la cadena que enhebra y engarza las mismas
emociones, que injerta en el espacio del templo el aparato circulatorio que
provee de vida a tantos corazones. Y va fluyendo esa sangre que viene a
rejuvenecernos, adentrándose tumultuosamente en las vísceras emocionales que
creíamos disueltas, enterradas en los campos del olvido. Va recorriendo el ambiente
hasta embriagarnos y trastornar nuestros sentidos. Los sonidos recuperan su
grandeza, se adueña del aire un suspiro, resarce el corazón su vigor, queda
vencido el cansancio y el tiempo es ya un sinsentido. Sangre que pierde el
oxígeno, que ahuyenta el dolor y aposenta nuestro destino. Sangre morada que
vierte el corazón compungido porque va llegando el Señor de la Sentencia a su
casa, donde esperan sus hijos. Sangra morada asaltada por la redención de este
Cristo, que es sentir del macareno, que es provisión de vida y alimento para sus
corazones ahítos de Esperanza.
Foto Fran Narbona
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