
Volvemos a lo de siempre, a
reiterarnos en las conductas violentas que desacreditan a los idearios tras los
que se esconden. Estos miserables no entienden el lenguaje de la convivencia,
son incapaces de mostrar un ápice de educación y respeto para quienes no
piensan como ellos. La legitimidad del pensamiento es un bien patrimonial del
hombre y las conclusiones que se saquen de ellos son cuestiones particulares
que deben salvaguardarse en las conciencias y por tanto, ser respetadas sin
mostrar coacción ni violencia contraria. No hay razón de menos fundamento que
tratar de imponer doctrinas ejerciendo la fuerza o intentar implantarlas con
métodos terroríficos, es decir atemorizar a los débiles.
En estos tiempos donde las tecnologías
propagan casi al instante cualquier pensamiento parece increíble que unos
desalmados, unos trasnochados en sus doctrinas, a las que hacen un flaco favor,
sigan progando sus ideas de una manera tan absurda, tan faltas de coherencia e intentando
esconder sus procedimientos con actuaciones durante la noche. Estos cobardes
que son incapaces de maniobrar a la luz del día, presumo que en manadas pues
así el amparo es mayor para la realización de sus gestas, se emboscan en la
oscuridad para actuar, con premeditación y alevosía, contra el templo que
guarda el bello mensaje de la Esperanza.
Si lo que pretendían era llamar la
atención sobre la celebración de la conmemoración de la implantación de II República,
hace ochenta y cinco años, podían realizar otro tipo de actividades que no
perturbaran la paz urbana. Pero es mejor engendrar violencia y buscar
razonamientos trasnochados para justificar la salvajada de sus acciones. Es
imposible conciliar a un pueblo mientras haya energúmenos –y que cada uno
aplique el color que crea oportuno- que vivan en el pasado, que sean capaces de
rectificar sus conductas en vista de lo sucedido en el pasado. Corregir errores
no significa tener que estar pidiendo cuentas constantemente, ni reinventar la
historia con cosas que no sucedieron porque entonces estaremos manipulando unos
hechos concretos adecuándolos a los intereses particulares de cada uno.
Estos analfabetos que atentan contra
la Hermandad de la Macarena están desequilibrando los fieles de una balanza e
ignoran el gran sentimiento popular que atesoran estos muros, la historia de
gente sencilla que han compartido desgracias y alegrías en el pasado que tanto
se obstinan en querer repetir. Habría que reflexionar sobre estas conductas que
por lo general suelen ejecutar jóvenes a los que les han desvirtuado la
realidad, a los que les presentan una historia estereotipada, apátridas con
desórdenes en la estructura familiar, cobardes que son incapaces de consensuar
sus ideas con sus congéneres y buscan un protagonismo en sus círculos y
vanagloriarse con su momento gloria, atentando contra un templo. Gran proeza,
si señor.
A los que nos faltan al respeto, a
los que nos insultan con sus actos, a los que soportamos sus ínfulas fascistas –no
olvidemos que los peores regímenes totalitarios se sirvieron de los poderes
democráticos para instaurarse en el poder Hitler o Stalin- no nos queda más que
continuar con nuestra vocación pacífica e intentar transmitir a nuestros hijos
unas conductas diferentes y unos tratamientos sociales que fomenten la
concordia de los pueblos, no la segregación absolutista que pretenden estos
cavernícolas.
Hay que ser valientes, vestirse por los pies e
instruir con razones y palabras no con actos violentos. A ver si actúan alguna
vez contra los edificios de otras confesiones religiosas más expeditas en sus
manifestaciones cuando son atacadas. Tal vez porque sus dichos y acciones son más
contundentes y saben de más que a quien hierro mata, a hierro muere.
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