¿Por qué no me mandas un sueño? Como
los que vivimos aquellas tardes de primavera, a los que nos aferramos en
aquellas noches de verano, cuando la luz languidecía y el vigoroso paso de las
horas nos mostraban los tonos cárdenos del ocaso asomándose al precipicio del
horizonte para descubrirnos las nuevas eras, los tiempos en los que se
fragmentaban los sentimientos y tan pronto cabalgábamos en los lomos de la
euforia –una mirada tuya bastaba para rebelarme ante mi cordura, ante mi
timidez-como me deshacía de la alegría sucumbiendo a la melancolía porque creía
adivinar que el aire flirteaba con tu rostro, que las luces acariciaban la
silueta de tu sombra. No es el tiempo, es la nostalgia la que nos vence, la que
nos muestra su poderío y nos domina en la derrota. Los años solo son la
consecuencia de nuestras aventuras, de la valentía ante los hechos inesperados,
la reacción correcta cuando el destino, por su albedrio y capricho, pretende
inmiscuirse para transformarnos el futuro, para diseñarnos una existencia y
esclavizarnos en sus afanes y voluntades. No es la edad derramada sobre los
raíles de la emoción, ni el afecto desmedido despeñándose por la ladera de la
indiferencia, ni los instantes que se quedaron prendidos en la esquina donde te
ví desaparecer, tu figura erguida y la melena vencida por la inercia de tu paso
y las prisas por ir dejando la nave del pasado fondeada en el mar de la
tristeza, por aquella despedida que nunca supimos que iba a ser definitiva, que
nos iba a romper las ilusiones que comenzaban a fundirse en la fragua de la
juventud recién iniciada, ni vamos en busca del tiempo, como Proust.
¿Por qué no me mandas un sueño?
Puedes prenderlo en la brisa arcana que siempre remueve la arena y borra las
huellas de los afectos, que deshace la melancolía e instaura júbilos nuevos.
Puedes asirlo a la cometa que construimos con los anhelos de la primera
felicidad y que vira y voltea en las alturas, que flirtea con el aire y corteja
las glorias pensadas mientras acaricia los azules tintes del cielo, lustrado
encerado donde se escriben los mejores versos, donde reposan los deseos que vivieron
escondidos en la quimera de la estrofa de un canto y nunca se cumplieron, donde
descansan los besos que no se dieron, donde ondean las caricias que se
perdieron entre los dedos, donde se escriben secretos que nunca se dijeron,
confidencias que quedaron inéditas, pautas de comportamientos que nos hacían
vibrar, esperas de madrugadas que se deshacían en la mañana cuando llegabas y
el brillo de los ojos despejaban conjeturas de temores y recelos.
¿Por qué no me mandas un sueño?
Ahora que la primavera se presenta en los filos de la ventana y su clara luz va
apoderándose de la estancia donde la mansedumbre descansa y golpea la añoranza
con la tibieza añorada del oro de la cascada del nuevo sol que nos baña, y nos
confunde y engaña, y nos precipita al aura que va mostrando un tiempo que nunca
pasa, que siempre queda en nosotros, aunque la edad nos señala y limita la
aventura de fiebre imaginaria, del dolor que nos causa la alegría que se prende
en las entrañas y nos eleva a la dicha de sabernos inmortales en el primor de
una mirada, que nada nos sobrevive salvo el recuerdo retenido en la memoria que
se ancla en el fondo de otra alma, de la vida que nos sucede con la sangre que
se hereda, ser que es ser de nuestras almas.
¿Por qué no me mandas un sueño?
Necesito envolver esta nostalgia que yace en mi espíritu, reconfortar la
ansiedad que promueve y decanta esta sensación que me hiere porque no supe de
ti tras la huida desaforada, porque no quisiste explicar las ausencias de las
palabras que pudieran apaciguar las aguas del dolor, ni los dichos que quedaron
presos en las mentiras alzadas por quienes nos desconocían y envidiaban.
¿Por qué no me mandas un sueño que
deshaga este letargo, que desarregle los tiempos y me haga reposar del engaño
de tu empeño por huir y saber que soy feliz despertando a este momento?
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