
Un mal día los gurús, que manejan
los hilos y devenir de medio mundo, decidieron que las ganancias de sus
siembras financieras no eran las óptimas y decidieron retirar la sal y el vino
de la mesa en la que antes ofrecían generosos manjares. La sociedad del
bienestar sucumbió de improviso, la mentira comenzó a presentarse para reclamar
los réditos. La desesperación cundió y muchos descubrieron que los cimientos en
los que se había posicionado, sobre el que habían construido un mundo, se pudrían.
Y el hijo fue una de las víctimas de la hecatombe. Los ahorros comenzaron a
menguar, las deudas se apiñaban en una carpeta del ordenador y los lujos dieron
paso a la austeridad. No había día en el que una preocupación mayor no
sepultara al anterior. Y cundió la desesperación. Los amigos le auxiliaron
hasta donde pudieron.
Cuando el más negro pesimismo
comenzaba a asfixiarle, cuando el agua sobre pasaba el cuello y se barruntaba
una desgracia, apareció él. Vendió su casa, la que un día fue hogar de su
familia, en la que le vio crecer, donde compartió la vida con la mujer más
bella, donde la alegría reinó hasta que aquella maldita enfermedad le arrancara
el corazón cuando se la llevó en menos de un año. Cogió una bolsa con sus
escasas pertenencias y se marchó a casa de su hijo.
Ahora comparte habitación con el
menor de sus nietos. El otro necesita independencia porque ha crecido, porque precisa
un espacio para ordenar sus pensamientos y sus estudios. Han aprendido a
compartirlo todo. Incluso hay muestras de cariño que han venido de la mano de
la cotidianidad, del conocimiento que llega por el trato diario, por el roce,
por una sonrisa o un abrazo espontáneo.
Viene todas las mañanas por el
periódico y trae un deje de alegría en su semblante. A él esta maldita crisis
que está destrozando la sociedad, le ha traído el reencuentro con la familia,
le ha recuperado. No le importa ser el principal sustento de este nuevo hogar
porque se ha desterrado de la soledad. Alguna vez no puede reprimir cierto
desasosiego y murmura, cuando cree que nadie le escucha, que haya tenido que
ser esta situación, la necesidad imperiosa, la que ha propiciado el reencuentro
con su hijo, con lo feliz que era con mi Carmela. Al otro lado del edificio, en
la misma puerta, le espera su nieto para que le lleve al colegio.
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