
Debo decir que no he visto ningún
programa de este bodrio que alimenta a mentes menguadas, pero ha llegado hasta
mí el hecho. Debo ser un espécimen raro porque entiendo que la vida consagrada
tiene otros matices, que se desarrolla en otros ambientes. Está bien que la Iglesia,
y así lo hace desde sus comienzos, utilice los medios a su alcance para propagar
y difundir el salvífico mensaje de Cristo. Recuerdo al padre Mundina fomentado
la floricultura, el cuidado y mantenimiento de las flores en los jardines, con
aquellas amenas y didácticas charlas que se emitían a través de la televisión,
cuando un solo canal era capaz de sostener el entretenimiento de todo un país.
O al padre Cué con sus pedagógicas y ejemplarizantes conferencias televisivas,
luego reunidas en un magnífico libro titulado “Mi Cristo roto”, y que tanto
bien hicieron en mi generación. Muchos son los ejemplos de sacerdotes que se
han puesto delante de un micrófono o una cámara para, de las maneras más
versátiles, acercar la palabra de Dios a los hombres, para fomentar las buenas
obras entre quienes se obstinan en separarse del camino, por la dificultad que
entraña seguir la senda con la rectitud debida. Muchos han sido los religiosos que
han bien utilizado, y siguen utilizando, los medios de comunicación para
alcanzar el fin. Lo que me sorprende, y
he visto en internet, atraído por los comentarios que me han llegado,
para formarme una opinión más o menos consecuente y justa, es que la diócesis a
la que pertenece este sacerdote no le haya impedido su participación en el
bodrio más visto de la televisión española. Y no lo digo por su apariencia, que
el hábito no hace al monje, ni por la utilización de unas prendas de vestir, ni
por el abuso de un vocabulario más o menos coloquial, sino la aptitud y actitud
con la se muestra. No es la más adecuada para la transmisión de los valores que
pregona la Iglesia. Por eso entiendo la decisión que ha tomado la congregación
episcopal de proceder a la suspensión de la vida consagrada, a sus ministerios
y funciones como todo trabajo pastoral, la celebración pública de la
Eucaristía, la predicación a los fieles y la confesión a los mismos.
Muy poco debieron importarle a D.
Juan Antonio Molina las advertencias que se le formuló desde su congregación si
se obcecaba en continuar con su participación en el reality de Telecinco porque
entró con inusitada alegría en el estudio donde se realiza. Muy poco debe
importarle el juramento a la vida consagrada a la que se comprometió cuando se
ordenó porque aun conociendo la suspensión de sus funciones sacerdotales, decidió
seguir en esta aventura. Estas conjeturas y actitudes, que ponen en entredicho
el verdadero sentido de la vida consagrada, carecerían de valor si no fuera por
las declaraciones, rotundas y cargadas de verdad, visto lo visto, que realizó
Su Santidad Benedicto XVI indicando que «la mayor amenaza para la Iglesia no
viene de fuera, de enemigos externos, sino de su interior, de los pecados que
existen en ella».
Entre los votos que un sacerdote asume cuando se ordena están el de la humildad
y la obediencia, el de la entrega a los demás y alcanzar la perfección propia,
que es un excelente modo para transmitirla a los semejantes, siguiendo el
consejo evangélico: «Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dalo a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo».
Juan Antonio no cumple con los preceptos
establecidos y por ello debiera reconsiderar seguir perteneciendo al cuerpo de
los elegidos por Dios para el ejercicio del magisterio doctrinal que se les
encomienda. Porque la Iglesia no es lo que se representa en las pantallas con
la presencia y actuación de este cura, es un valor más serio, más comprometido,
más importante y grande. Personajes como Juan Antonio son los que nos
desacreditan ante quienes ponen en duda los valores que transmiten, los que
tiran por la borda los grandes trabajos, los ejercicios de solidaridad y amor
que viene desarrollando desde que Cristo pisó la tierra.
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