
La revelación de los nuevos escándalos
en los que se ven envueltos los políticos que tienen el timón de la nave de
Andalucía, no vienen sino a refrendar la podredumbre en la que está asentada la
clase dirigente de nuestro país. No hay día no salte a los tabloides un caso de
corrupción por muy bajo que se encuentre en los organigramas de sus partidos los
gobernantes y por muy poca importancia que tenga el término municipal. El
dinero ha podido a los ideales y a la vocación de servicio con la que se abrían
los periodos electorales, en los principios de la democracia.
Tal vez, en aquellos años de poca maduración
política pero de intensidad ilusionante ante los nuevos horizontes que se nos
ofrecían, accedieron a cargos relevantes personajes honestos que se habían
distinguido por su lucha contra el régimen anterior, personajes cercanos, obreros
que padecieron persecución por el mero hecho de defender los intereses de la
clase trabajadora. Eran símbolos de aquellos años de enfrentamientos con los
poderes establecidos, días de renovaciones constantes y de ilusiones en los
primeros sufragios tras el fallecimiento del General Franco. Llegaron años de
serenidad, tras el intento de golpe de estado en aquel veintitrés de febrero,
que provocaron la primera victoria del
partido que fundara Pablo Iglesias y las calles se llenaron de una ondeante
ilusión porque se transformaba el panorama político de una nación que comenzaba
a vislumbrar la grandeza perdida. Los índices económicos fueron equiparándose a
los del resto de la Europa industrializada, de aquellos países que eran
referentes de modernidad y progreso. Y surgieron, al hilo de tanta progresión,
de tanto desarrollo económico, algunos listos que le vieron el filón a esto de
jugar con los sentimientos, los idearios y las ilusiones de las personas. Como
el dinero fluía con demasiada facilidad y los presupuestos de los ayuntamientos,
de las comunidades autónomas y del país, permitían el descontrol de algunos
gastos, muchos comenzaron a utilizar sus influencias, su nueva posición de
poder, y comenzaron a meterse negocios poco claros, más bien oscuros, con el
aval de su aforada condición. Algunos incluso motivaban hasta ciertos afectos y
simpatías sociales, manejando argumentos que ya comenzaban a ser escandalosos y
que tenían referencias con manejos, artimañas y aptitudes poco recomendables,
más bien reprochables, que acaecían en
el régimen anterior. A quienes comenzamos a reprochar estos comportamientos nos
empezaron a llamar fascistas; a quienes comenzaron a recriminar el PER, porque
lo considerábamos un nuevo método de sumisión, poco menos que iniciaron un auto
de fe para quemarnos públicamente. A quienes ya nos aventurábamos a denunciar
el establecimiento de un nuevo régimen, que acabaría viciándose y pudriéndose
porque se renovaba la sangre, intentaron aislarnos en los gulags de su soberbia
y jactancia. Y mira por donde el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar, a
quitado aquellas mentiras para imponer razones y devolver verdades a quienes intentaron
menospreciar. Hoy se debaten en la cuerda floja, con un pie en el aire,
intentado recuperar resuellos con la denuncia de las medidas que han tenido que
tomar otros, con los que se puede estar o no de acuerdo, para resolver
situaciones que ellos mismos han propiciado, que han estancado con la venta de
la dignidad a los grandes capitales y, que como siempre, supondrá el
resquebrajamiento de las bases sociales menos pudientes. Y ejemplos hay en
todos los sectores y colores de la política.
Ayer murió en Madrid una de las personas más
honestas que ha dado el panorama político español. Durante su vida política tuvo
sus aciertos y sus errores, manejó opciones y proyectos que a unos les pareció
bien y a otros no nos pareció tanto. Pero nadie ha podido dudar nunca de su
honestidad y de su capacidad para gobernar. Fue, el tiempo le colocará en el
lugar de la historia que verdaderamente le corresponde, consecuente con su
ideario vital y político y uno de los principales adalides de la transición y fiel promotor y
auspiciador del cambio que vendría a instaurar la democracia en este país,
ahora tan denostada por el mal manejo, y el provecho que intentan sacar de ella
unos sin vergüenzas que bien podrían haberse fijado en la honestidad de D.
Manuel Fraga Iribarne y no venderse al servicio del capitalismo más cruento.
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