Hace unos meses no obtuve ninguna
respuesta del email que te envié –permíteme el tuteo- agradeciendo el extraordinario
gesto que tuviste hacia una de las mujeres que más quiero en este mundo, una alegría
constante en mi corazón, que goza y es feliz cuando el suyo estalla de felicidad.
Mi hija. Ella, desde que tiene noción para diferenciar lo bueno de lo malo, la
alegría de la tristeza, es una fidelísima seguidora de cuanto ocurre por tu
tierra y apenas las calendas auguran el bonancible tránsito de la tarde a la
noche y las mareas retardan las ausencias de las olas para quedar más tiempo
espejando la noble y recia costa de Cádiz, se transforma en la ninfa que bebe
los vientos, aunque sean de levante, por cuánto sucede, surge y acontece en el
Carnaval de Gades. Siempre atenta, siempre ansiosa, llega a ser “jartible” con
esta desaforada pasión. Pero es fácil dejarse embaucar por la grandeza y la
belleza de esta gran fiesta, que traspasa las fronteras de la Caleta o el
barrio de la Viña para enamorar a quien presuma y se distinga con un poco de sensibilidad.
Me extrañó aquel silencio, pues
quienes te conocen y comparten amistad conmigo, no hacen más que ensalzar tu
caballerosidad, de encumbrarte sobre el pedestal de tu generosidad. Supuse que
tus muchas obligaciones, tus numerosísimos compromisos, habían demorado primero
la respuesta, incluso llegué a pensar que tu humildad, ante los elogios que
endulzaban justamente mi agradecimiento, motivaba aquella elipsis y que las
lisonjas debían poner punto y final al vaivén de correos.
Mi hija, querido y admirado tocayo,
como ya te expliqué, siente verdadera pasión por la universal fiesta de Cádiz,
vive intensamente los días en los que se celebra el certamen de cuartetos,
chirigotas, comparsas y coros y los sigue con verdadera abstracción. Por eso pensamos,
que para celebrar su cumpleaños, en el pasado mes de junio, intentar que un
autor, de la categoría con la que te distingues, le firmara y dedicara algunas
de sus obras. Tras una peripecia con algunos autores, llegamos a ti por
mediación de una amiga, y no sólo no pusiste ninguna traba sino que te llevaste
los ejemplares y te preocupaste, que cada integrante de tu agrupación, le
dedicara unas palabras. Cuando sus amigas se lo entregaron su emoción fue
incontenible. Verla feliz, en aquellos duros momentos por los que atravesaba,
por cuestiones personales que no vienen al caso referir, fue una de las mejores
y mayores satisfacciones que he experimentado en los últimos años. Por eso te
puse email de agradecimiento.
Y me extrañó aquel silencio, aún sin
conocerte personalmente tocayo, pero era tanto y tan bueno cuánto llegaba hasta
mí sobre tu caballerosidad y gallardía. Pero no insistí. Tu gesto cobró en mi
alma la soldada de la gratitud y cualquier posible olvido estaba más que compensado
con ello.
Supe por Margarita –mi hija, querido
y admirado tocayo se llama así- que una negra dama te lanzó su pérfida guadaña
hace unos meses pero tu supiste esquivarla con la destreza del aguerrido
combatiente que llevas dentro, ése que es capaz de derrotar con un poema y una
guitarra a los miserables que roban la libertad o arrancan la esperanza de las
almas de la gente de bien con sus más viles hazañas, ése que es capaz de extraer
lágrimas de plata a la luna y depositarlas en la Caleta para que se embellezcan
las niñas con ellas. Aquella enmohecida guadaña silbó su aliento de muerte pero
tú supiste esquivarla. ¡Qué suerte poder tenerte, tocayo, todavía entre
nosotros y que mi niña se embelese con
tus poemas, enmarcados en cuplés y pasodobles! ¡Qué suerte que burlaste a la
negra dama y te pusiste al frente de la tripulación de tu nave gaditana! ¡Qué
suerte poder hacerte llegar estas humildes palabras en las que agradezco una
acción generosa!
Me alegro, Antonio Martín, de que
burlaras la muerte. Gracias, querido tocayo, por seguir ahí, insuflando
felicidad a tanta gente. Ahora entiendo el
silencio, ahora comprendo el mutismo, porque quisieron imponértelo de la
manera más rala. Gracias, Antonio Martín, gracias por hacer feliz a luz de
nuestras almas.
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