¿Es el tiempo el que ha sembrado de
olvidos los campos de las vivencias? ¿Es la edad que viene a rompernos la
frágil celosía que retenía los momentos que llegamos a compartir y por dónde se
escapan atropelladamente para fundirse con el aire que ya no respiramos? ¿O ha
sido, quizás, la distancia que nos ha descubierto la moderación a los impulsos
juveniles que tanto nos divertían? Entre tú y yo siempre hubo una leve cuerda
que nos unía, que nos mantenía conectados en la consideración y en la
presencia, aunque los espacios y las distancias gritaran desaforadamente que la
lejanía hacía imposible que nos deleitáramos observándonos, perdiéndonos en las
profundidades oscuras de los ojos, descubriendo que no hay nada más hermoso y
bello que mantener las pautas del silencio, como preclaros pregones de
sentimientos adolescentes, como únicos vínculos del amor que se transforma en
amistad, porque el amor viene a sorprendernos por otras latitudes, que nos
conduce por otros derroteros para anegarnos de pasión. Misterios de la vida.
No recuerdas los primeros
sentimientos más que cuando resurgen del limbo, cuando recuperan la corporeidad
y se hacen tangibles en las yemas de los dedos, con una imagen que se presenta
de improviso, que se hace presencia en el lugar más inhóspito, en el momento
más inadecuado. Llegan galopando por los desfiladeros que hemos horadado con
los recuerdos, esos surcos que nos levantan la piel y dejan el corazón al
descubierto, tan indefenso como la primera tarde del primer encuentro, en ese
desamparo de la inocencia que antecede al primer roce de unos labios, a esa
orfandad que precede al adiós mientras las sombras son engullidas por las
esquinas, por las vericuetas y enrevesadas calles que conducen a la desolación.
No recuerdas las primeras risas que
se volatilizaban en el aire, que ascendían en los torbellinos de la alegría y
que eran absorbidas por las claridades de la tarde, en esas últimas horas que la
precedían en su debacle, cuando se comenzaba a fundir el cielo y una fragua se erigía
por el horizonte y moldeaba ilusiones a golpe de martillo y yunque, cantos de
martinetes que resuenan en los estanques donde yacen sumergidos los sueños bajo
losas de verdades, de impulsos arrancados a la sinceridad que florece en el
alma y que se marchita con la primera desilusión, tal vez porque se riega con
la acidez de las lágrimas. Son los recuerdos que nos mortifican y desvirtúan el
presente porque provienen de un tiempo que ya sólo pervive en la historia de un
lugar.
Entre tú y yo, que confinamos los secretos
de la inocencia robada en el baúl de los silencios, hay una amplia distancia
incapaz de solventarla el puente de la memoria, hay veredas recubiertas de
verdianas que no dejan ver las pisadas, que disimulan las huellas de los pies
que la pisaran, que han olvidado los trancos presurosos que acortaban las
distancias y rendían las ausencias con su contundente marcha. Entre tú y yo
sólo queda la nostalgia, la prófuga sensación de una pieza inacabada, la
sentencia de un adiós que se formula sin calma porque toda placidez fenece al
pronunciarla.
¿No te acuerdas que fue una ilusión
pasada, que la vida sigue cierta y el rumbo de su discurso nada guarda, nada
cambia aunque todo te parezca tan real y haya presencias que caminan a
hurtadillas por los aleros del alma? Entre tú y yo hay una luna simulada que se
asoma a los tejados y deja velada la caricia de una brisa que se desliza por
debajo de las ramas del robusto y viejo laurel donde quedó tu risa y el hueco
de mis palabras. ¡Ay, tiempo que al tiempo ha vencido! Ya viene asomando su
cara, con el resplandor y su gracia, un nuevo amor más jovial y más galano, ya
se acerca sobresaltando mis ansias, destrozando mis defensas. La debilidad es
el maná que refuerza mi sentir. No te olvido porque auspicio mis recuerdos en
tus claridades atenuadas, en la vaporosa mansedumbre de una llama, en el
temblor de una rama que comienza a acicalarse con verdores que te extrañan, que
sorprenden las miradas. Comienza a rejuvenecer, rememora mi presencia. Entre tú
y yo hay un idilio secreto que sólo conocen el aire y los cielos. Te tiendo mi
mano, cimbrean los cimientos que soportan mis sentidos. Ya atisbo tus esencias.
Vienes a recuperar la memoria de tus sentimientos, a devolver la alegría de luz
que despliegas y son presagios noticias buenas. Entre tú y yo, primavera, siempre
estuvo la esperanza, siempre anidó la certeza de que nos volveríamos a ver para
destronar la tristeza.
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