Cada vez entiendo menos las cosas
que suceden en esta ciudad, que no es ni más ni menos que lo que puede estar
ocurriendo en otros lugares del mundo. Esta preocupación mía, debe ser cosa de
la edad, de los avatares de la vida, que va horadando los sentimientos y nos
los agria. O tal vez se producto del amor y la pasión que siento hacia sus
cosas, hacia las conductas y comportamientos de quienes tenemos el placer de
habitarlas.
De un tiempo a esta parte observo
con estupor cómo se va deteriorando la convivencia y el uso de las buenas
costumbres, del arraigo por la educación y por las buenas formas. Y sobre todo el
respeto. Hay una generación de sevillanos que han sucumbido a esta “modernidad”
de la tecnología, que ya se ha apoderado de todo, a adueñarse de nuestros comportamientos
y vidas, y la globalización de sus conductas sociales, en la manera de
comunicarse. Han preferido el aislamiento a la sociabilidad. Han sucumbido al
ultramundo de la soledad incluso para jugar. Cierto es que las condiciones que
impone el nuevo modelo de sociedad poco favorece la apropiación de la calle,
por las turbas infantiles, para convertirla en terrenos de juegos. Y eso nos
culpabiliza a todos y nos hace responsables de esta deshumanización que va
ganando el terreno, a pasos agigantados, a los antiguos modelos de vida y nos
relega al detrimento de la expansión de la imaginación. Nos hemos acostumbrado
a que otros piensen por nosotros, a que nos maravillen sus productos de ocio y
nos construyan mundos virtuales que nos absuelvan de nuestro propio poder
creativo. Y se lo hemos transmitido a nuestros hijos. Pero me extraña, digo, la
carencia absoluta de educación en un sector importante de la juventud, a la que los valores, que nosotros asumimos
como imprescindibles, le resultan extraños cuando no un modismo en desuso. Y eso
es lo preocupante.
Le reprochaba una señora a una
joven, en la cola del autobús, la falta de respeto por no guardar el orden que
se habían preocupado de establecer quienes esperaban el transporte público y aquélla
le respondía, con desaire y malos modos mientras se adentraba en el vehículo,
que era una antigua, un carcamal, que eso de la cola era una cosa en desuso y
que ya nadie la guardaba. De nada sirvieron las protestas de la mujer porque la
joven en definitiva comenzó a ignorarla una vez conseguido su propósito, que
por lo visto era asegurarse el acomodo en un asiento, durante su trayecto de
autobús. Siendo grave la situación –que por cierto no llegó a mayores gracias a
la mediación de otra señora- lo realmente escandaloso es la aseveración de la
joven. La educación ya no está de moda, como si el respeto fuese una prenda de
vestir que se arrincona cuando no satisface nuestros gustos.
El comportamiento de esta joven nos
es más que la consecuencia del absentismo formacional del que hemos hecho los padres.
No hemos sabido transmitir a nuestros hijos las precisas y básicas normas que
hacen posible la convivencia, que la fortalecen y conduce al entendimiento.
Hemos abusado de la arbitrariedad en la transmisión del ideario de libertad que
hicimos nuestro y que tanto nos costó conseguir hasta llegar a desvirtuarse en
el libertinaje del que hacen gala algunos. Tal vez, el mal funcionamiento de
los diferentes sistemas educativos haya contribuido a la desamortización de las
mínimas y precisas conductas de educación. Pero la raíz del problema radica en
la falta de comunicación, o en la inadecuada información que hemos hecho llegar
a nuestros vástagos. Para muestra, un botón. Hay padres que ríen la gracia de
sus hijos cuando éstos tiran un papel al suelo, y hasta lo justifican porque
así dan trabajo al barrendero o cuando lanzan un exabrupto maldiciendo la
honorabilidad de otra persona, porque es el signo inequívoco de alcanzar la
madurez. Esta permisividad no es signo de acercamiento
a la familiaridad, ni es muestra alguna de complicidad entre padre e hijos. Es
una falta absoluta de respeto a quienes nos rodean que pueden llegar a exclamar
incluso, que de tal palo tal astilla. No es banalidad saludar y mostrar una
sonrisa a quienes nos saludan y nos sonríen. No seremos más modernos, ni más
capaces de acatar modas si nos olvidamos de la educación y el respeto.
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