
Deja pacer el tiempo irrecuperable
en los hábitats de la nostalgia donde se izan gloriosos los recuerdos, imágenes
irreales ahora, aunque un día tuvieran cuerpo, guardaran alma y el hálito de los
ficciones engañara a la realidad que fantaseaba con poderse concretar, en poder
cristalizar aquella quimera en verdad.
Guárdame el secreto de aquellas
madrugadas tibias donde el barullo de palabras se convertían en cuentos, en
historias de aventureros que mataban a dragones por retener la mirada de la
amada, por conseguir un suspiro exhalado por los labios que sus labios
añoraban, por la caricia trémula recorriendo la tersura del cabello, por
mantener la sonrisa en la prisión de sus sueños, por conseguir que sus suspiros
surcaran y alentaran los senderos que fueron marcando las dudas del ser o del no
ser, del te quiero o no te quiero.
Guárdame el secreto de aquellos
primeros recelos que corroían entrañas, que deshacían respetos de amistades
cercanas, que procuraban los celos infundados y baldíos, que animaban las
mentiras y procuraban desaciertos cuando la mirada huía hacía los misterios de
una expresión extraña y convertían los campos de la alegría en paramos
desiertos, en estepas desoladas por los vientos de la rabia y los fríos
desalientos.
Guárdame el secreto del sonido del silencio buscando
amparo en la esquina, arañando y creando recovecos en las paredes vencidas por
los años, socavando la blancura de la cal que caía desprendida y sembraba las aceras
con cascotes de amargura mientras la tarde pasaba y se vencía en la sorpresa de
un vencejo que pasaba rasando aquella vereda, alisando las turbulencias de la
insufrible espera, soterrando la paciencia que se hacía por minutos insufrible.
Sé guardián de las vivencias que han quedado en tus
calles, sé custodio de las sombras que surgieron del ensueño y reivindican sus
vidas, recobrar los alientos que fueron fortaleciéndose con sonrisas, con la
despreocupación de los juegos, con las bromas que ideaban para surtir y cubrir
con simpatía los momentos del asueto, del tiempo recuperado que ya dábamos por
muerto y que se hizo presente, en un solo pensamiento, cuando volvieron mis
pasos a deshacer el camino que fue marcando la ausencia de estos años.
Ayer regresé al barrio donde vive prisionero mi
recuerdo, el tiempo de mi juventud. Solo quedaba el silencio. Ya no asombra el parpadeo
de los neones del cine, ni en la esquina hay presagios de sonrisas que anuncien
alegrías nuevas, ni anhelos de ansiadas esperas. Queda el hálito del viento que
va susurrando la elegía de nuestros primeros sueños, la canción del desespero por
encontrar los oídos que quieran escuchar el duelo de un pasado redivivo, ése
que tú y yo sólo sabemos. Sigamos siendo cómplices y guardemos el secreto. Tal vez
algún día podremos poner sobre un lienzo, sobre un trozo de papel o escribirlo
sobre el propio firmamento aquellas tardes en las que fuimos dueño del tiempo,
ese bien que nos arrebataron para fundirlo en aranas y ponerlo a los pies de los
dioses del mañana. Guárdame, barrio mío, este secreto hasta que vuelve a por él
para alojarlo en mis sueños.
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