Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 31 de enero de 2013

Expiración


Seguía concentrándose un gentío ansioso por renovar el rito que conduce inevitablemente a la belleza. Las primeras sombras inundaban el perímetro de la plaza y la fachada del antiguo convento de la Merced, que recoge en sus entrañas las pinturas de Velázquez, Murillo, Valdés Leal o García Ramos, comenzaba a desquiciarse porque las luces esquivaban su hermosura. Quedaban atrás las prisas, las carreras sorteando cofradías que ya habíamos contemplado. La severidad de la Vera Cruz, la sobriedad enjugada con pinceladas artísticas de belleza, los esplendores populares de Santa Genoveva y San Gonzalo rasgando los perímetros imposibles de la distancia, el Beso de Judas volviendo majestuoso por la Cuesta del Rosario, venciendo los remordimientos de la traición y entonando perdón apenas se acercaba a la Alfalfa, mientras en San Andrés los toques a muerto de las campanas de la parroquia abrían a la emoción un senda por la trasladaba a Cristo a su sepulcro, a la tumba que debería convertirse en el primer testigo material de la alegría de la cristiandad y la Virgen de Guadalupe pregonaba su insultante niñez al aire de viejo barrio judío aunque ya comenzaba a sentir añoranzas por el regreso al arrabal que asomaba a las orillas del río, habían quedado atrás, ancladas las visiones en la memoria de un grupo de jóvenes que comenzaban a perpetuarse en las vivencias mejores del mejor tiempo de la ciudad .
            Corríamos presuroso, acortando el camino. Sentíamos bullir en el interior de nuestras almas la necesidad de la situación de privilegio donde poder contemplar el paso íntegro de la cofradía, desde la cruz de guía hasta los últimos aromas de las exóticas flores que acompañaban el enorme dolor de la Virgen. Las prisas ya quedaban para el retorno, cuando la satisfacción rebosaba el espíritu, y la hora establecida para el regreso a la casa, iniciaba la cuenta atrás. Ya no teníamos la necesidad adelantarnos para no quedarnos vacíos. La juventud nos imponía su vitalidad y no encontrábamos razón para el cansancio.
            Aparecían con la cadencia de los siglos, con dl compás del tiempo detenido. Eran figuraciones extrasensoriales, presencias fantasmagóricas que regresaban del pasado para instituirse en el presente, para dar testimonio de la encíclica que había vencido a la eternidad. Esperábamos pacientes, orillados en la estrechez de la calle, oteando la fuerza lumínica que resplandecía, venciendo a la oscuridad impuesta, en el orto de la plaza, sorteando la majestuosidad del laurel, a que fueran pasando los tramos. El silencio se imponía. La cruz de guía, franqueada por la estoicidad de dos nazarenos, al que le precedía el rigor y la seriedad de otro, que señalaba el camino, rasgaba el velo de la noche. Fluctuaba y ronroneando con el aire, acariciándolo con el balanceo del firme caminar. El rumor se transformaba en expectación. Con la majestuosidad de su concepción, se nos aparecía. Suspendido por el esfuerzo venía a concedernos el último hálito de su vida, la primera consigna para la salvación. Murmuraba a nuestro lado alguien, queriéndonos instruir incluso con el desconocimiento, que una vez llevó música solemne, armonías de banda de música que interpretaba composiciones de grandes maestros de las marchas procesionales, de Antonio Pantión, de Manuel Font de Anta. Y nosotros apenas podíamos dar crédito a las palabras del desconocido. Pera asumíamos la enseñanza, la agradecíamos con sonrisas, con silencios, pues no queríamos ahora perturbar aquella composición del tiempo, aquella conjugación del espacio, de las dimensiones, aquella representación visual que iría conformando la espiritualidad desde el entendimiento.
            Alzado, anhelando que un resquicio del aire de la ciudad anegara sus pulmones, contorsionado en la búsqueda del oxígeno, venía el Cristo de la Expiración, extramente oscuro, con la piel morena acrecentada por la intimidad que procuraba la oscuridad.
            El tiempo se ha precipitado venciendo a la memoria y la nostalgia. El pasado ha aturdido a este presente que se manifiesta de manera tan extraordinaria ante mí. Veo su cuerpo como lo apreciaba en las noches de los lunes santos de mi juventud, buscando el oxigeno de mis vivencias para retornar a la vida, empujando su cuerpo hacia el cielo sevillano. Lo veo ahora como no lo adivinaba antes, apreciando la belleza con que fuera concebido, con la pulcritud y el esmero con el que lo vieran sus coetáneos. En el museo ha resucitado, al esplendor de su origen y al magnificencia de su creador, el Cristo que Expira y vence constante e inexcusablemente a la muerte, el que Cristo que da la vida y nos el aire para redimirnos

martes, 29 de enero de 2013

El cartel de la Fe


El Señor sigue siendo centro de fe. Nada tan imponente, nada tan extraordinario para concentrar la atención. Es imposible distraerse cuando nos enfrentamos a su mirada. Su presencia sobrecoge y sobrepone el misterio que toma asiento en el mismo centro del alma. Contemplarlo es conversar con Dios, sin tener que pronunciar palabra alguna, es mantener la esencia de la creencia que nos conmueve. Creer es sentir y se siente con su ausencia.
He referido, en algunas ocasiones, que soy un hombre con suerte, Hay una estrella en el firmamento que vela por mí, que me protege, que me concede gracias a las que no soy merecedor. Y debo dar gracias a Dios por ello porque en estos difíciles momentos por los que atravesamos, en los que se vuelven algunas personas te dan la espalda creyendo que quieres trasladarles la desgracia, sigo sintiendo el apoyo incondicional de mi familia, de los amigos y, sin duda,  la que me proporciona la bienaventuranza implícita en la fe, en la creencia de Providencia, en la fe que se manifiesta con signos inequívocos de protección. Me acuerdo de los dichos de mi madre, incrustados de pensamientos populares. De todo se sale.
Viendo el cartel de Daniel Puch, que nos lleva de inmediato e irrevocablemente a la celebración del vía crucis extraordinario, que con motivo de la conmemoración del Año de la Fe tendrá lugar en nuestra ciudad, en apenas quince días, me dejado vencer por la memoria.
Va a hacer diez años ya. El tiempo no muestra misericordia con quienes nos enfrentamos a él. Se sabe superior y se enquista en el dolor para convencernos de su absolutismo. Dos lustros que no parecen sino dos suspiros, una vez el aire ha ido rasgando el velo de la edad. No es el surco de su arado lo que nos concita a la nostalgia. Ni siquiera la memoria puede condonarnos los remordimientos. El tiempo, desde aquel día, se convirtió en la indolencia misma, en la mentira que nos supedita en el tránsito por este valle de lágrimas. He visto como los días se han ido sucediendo, con la miscelánea propia que marcan los avatares diarios,  hasta conformar una red de vivencias que han marcado el devenir de mi existencia desde entonces. Va a hacer diez años ya. Catorce hombres vencidos por el fervor al Señor que todo lo puede y a la Virgen que es capaz de hacer temblar los pilares mas ciertos de la emoción. Un grupo de hombres, que con el paso del tiempo supieron fundir sus sentimientos en las solidas bases de la amistad, que se reunían para preparar los actos conmemorativos del Centenario de la Concordia entre la hermandad del Gran Poder y la Macarena. Empezaban a concretarse los actos que se había preparado durante todo un año, los actos que refrendarían la conciencia fraternal que transmitiera, a nuestros antepasados, el beato Cardenal Spínola. Aquella sería la última sesión preparatoria, la última de las reuniones que celebrábamos. Había pasado la medianoche hacía tiempo porque el reloj de la torre de San Lorenzo había lanzado tres gemidos. Los secretarios nos habíamos retrasado, con respecto al grueso del grupo, porque queríamos terminar la confección del acta de aquella sesión. Cuando hicimos acto de presencia en el casinillo, los compañeros ya habían rezado al Señor y me apené por no haberle podido dar gracias. Pepe León, hermano mayor entonces y un caballero al que siempre tendré en mi memoria por la amistad ofrecida y las deferencias que sigue mostrando hacia mi persona, me invitó a que pasara a la basílica, indicándome que solo, en aquella inmensidad,  no sería capaz de permanecer ante Él más de dos minutos. El espacio se presentaba a mi visión como el gran templo donde rezaba el mismo Jesús. Mis pasos resonaron en el vacío, con la oscuridad anegando el templo. Sentí el peso de mi valentía aletargando mi caminar hacia donde intuía se encontraba el reclinatorio. Toda mi atención se concentro en el altar. Una tenue luz ofrecía el rostro de Cristo a mi visión. Me arrodillé en aquella soledad absoluta. Volví a alzar la vista. Y allí continuaba. Dios mirándome, alertando mis sentidos, alejando mis miedos, concentrando todo el Poder de su bondad en mi maltrecha condición humana. Allí estábamos, enfrentados el Uno al otro. Yo había entregado mi soledad y angustia a su Poder. Desde ese día mantengo la certeza, la completa seguridad de que Dios existe, de que nada me puede pasar. Entendí que tantos y tantos hermanos se conciten a su alrededor. Dios está presente entre nosotros desde hace dos milenios y habita en San Lorenzo.
El cartel de Daniel Puch simboliza la creencia del cristiano y resume, en el sufrimiento de su rostro, la fe en un beso que posa en su talón cualquier viernes del año.

viernes, 25 de enero de 2013

Los del piso de abajo


            ¡Qué magnífica presentación la realizada por la comparsa “Los del piso de abajo”, de Jesús Bienvenido! No puede ser más adecuada y representativa de la situación que viven casi seis millones de personas, que son muchos millones de familias. El infierno. Quienes padecemos estos desagradable y convivimos con estos desagradables avatares, los efectos de una crisis que consume en el fuego sus ilusiones y escasos recursos, nos identificamos con el paisaje que se reproduce sobre la escena del teatro Falla.
            Los datos ofrecidos por la última encuesta de población activa, que a este paso tendrá que cambiar su denominación por la de encuesta de población inactiva, sitúan a nuestro país en la cabeza de la desgracia del paro en la comunidad europea, un triste y sangrante honor. Los parados ya no sólo se preocupan por intentar rehacer su vida laboral sino que pierden cualquier atisbo de ilusión, porque las repercusiones sociales y familiares son extremas. Los desahucios aumentan en la misma proporcionalidad que lo hacen los índices de la paralización de la situación laboral, mientras esos comedores sociales, y no me refiero a las instituciones benéficas que están sosteniendo y paralizando el levantamiento popular, algo que debía de ser reconocido a instancias gubernamentales, siguen inmolando a trabajadores en sus nefastas actuaciones. No hay ni siquiera fuerzas para la protesta. La vida sindical se ha limitado, en lo últimos años, a vivir de la sopa boba. Las innumerables aportaciones económicas, que hace que sus principales dirigentes vivan en condiciones extraordinarias y excepcionales, posibilitando el disfrute viajes de lujo y cruceros de ensueño, han adormecido a la clase obrera. Estas inyecciones monetarias, y millonarias, solo han servido para narcotizar la verdadera esencia de los dirigentes de las clases obreras que además ha sido engañada con alucinaciones llamada sociedad de bienestar, enunciación repetida hasta la saciedad por los políticos que han venido gobernando durante los últimos quince años, unas gestiones políticas y económicas que sustentaban solo mentiras, que nos procuraron una situación ficticia y que a la postre, se saldó con el endeudamiento excesivo de las clases menos pudientes, a las que vendieron la utopía de creernos europeos, para que el tiempo nos ratificara como ciudadanos del norte de África.
            Esta situación de emergencia requiere medidas de emergencias, decisiones que no sólo afecten a los ciudadanos de a pié, que no lacere tan sólo a esa parte de la sociedad que comienza necrolizarse. Ayer se presentaron ochocientas mil firmas en el congreso de los ineptos, perdón, de los diputados para que se iniciara el trámite de la creación de una nueva ley que obligue a los bancos, cuando ejecutan los desahucios, a cancelar la deuda con la vivienda requisada. Eso sería lo justo. Solo hay que redactar el papelito, con sus términos jurídicos bien explicitados, y presentarlo a la consideración y votación para que sus señorías convirtieran sus palabras, fuera del hemiciclo, en una ley que vertiera justicia sobre la iniquidad con la actúan las entidades financieras. Claro que se me olvidaba que estos mismos bancos, sobre los que habría que actuar de inmediato, son los que les financian sus partidos y, por ende, sus lujosas vidas, mientras el resto de la sociedad se hunde en lodazal de pobreza. ¡Qué razón tenía Víctor Hugo! Los pobres siempre serán pisoteados y considerados como miserables.
            Sin duda alguna, al tiempo y quiero equivocarme, esta proposición de ley que ha solicitado una gran parte de la ciudadanía de este país, a los estos señores dicen representar, y a los que no se cansan de engañar y hasta maltratar con sus falsas promesas, en los periodos electorales, o cuando se encuentran en la oposición, tardará mucho tiempo en ser considerada, eso si no cae en el mayor de los olvidos, ninguneando unan vez más a quienes les procuran su majestuosa forma de vida.
            Por eso me parece extraordinaria la presentación de la comparsa de Jesús Bienvenido. Se lo han puesto a güevo. Unos viven en piso de arriba, con confort y seguridad, con platos calientes que les son servidos por un séquito de criados y otros, la mayoría, en el infernal sótano donde toda escasez tiene asiento, donde las penurias van cubriendo la existencia, pagando con sus deudas el enriquecimiento de una parte de la banca desvalijada por ellos mismo. Así estamos. Ésta es la sociedad del bienestar que nos prometían. Por lo menos calentitos estaremos siempre que a Pedro Botero no le dé por imponer un impuesto para poder vivir en el infierno.

miércoles, 23 de enero de 2013

Fe es cuestión de Fe


            Encontrar el camino de la existencia es algo trascendental. No hay conciencia que pueda desligarse de la verdad. Todo tiene que tener alguna explicación y esto, sin duda alguna, conlleva irremediablemente al encuentro de la razón con la fe. Hasta los más desaforados defensores del agnosticismo han llegado a plantearse la existencia de una fuerza que alimenta la vida, que procura nuevos horizontes y descubre las posibilidades de una esencia sobrenatural que procura la concreción de los hechos. Nada es casual y tiene un origen desconocido, todo se conforma en una fuerza gravitatoria que entronca con la creencia.
            Hay una materia que organiza y establece un orden en las actuaciones. Si miramos a nuestro alrededor podremos ver miles de circunstancias que van condicionando nuestros comportamientos, condiciones que se manifiestan para motivarnos, situaciones contextuales que nos llevan a conclusiones extremas. ¿Qué o quién nos dirige? ¿Es una fuerza supranatural o es la concreción de la casualidad, la síntesis de una concatenación de hechos que se resuelven albur de una suerte?
            La duda no es mala, porque nos provoca y nos alienta a solventar problemas, a deshacer entuertos y desenredar encrucijadas. Gracias a ellas hemos ido evolucionando, dotando a la humanidad de nuevas y mejores condiciones de vida. La duda no es pecado. Sopesar la existencia de Dios no es más que una consecuencia de la condición humana que nos vulgariza. Casi todos los grandes pensadores han expresado su incertidumbre ante el hecho de encontrar una respuesta a este dilema. ¿Existe Dios? ¿Hay un ser superior, hacedor de las cosas que contemplamos? Albert Camus tuvo la primera certeza de la posibilidad de un creador todopoderoso en la recta final de su vida, aún ignorando que se la iba a truncar un accidente de tráfico, tomó la determinación de querer ser bautizado. Una decisión que entrañaba una gran responsabilidad para quien defendió durante muchos años su agnosticismo, o al menos mantuvo una duda razonable, sobre la existencia de Dios.
            Albert Camús, francés de nacionalidad pero argelino de nacimiento por la casualidad de la ubicación laboral de sus padres, caminaba por una calle de la capital argelina, cuando apenas contaba quince años, conversando tranquilamente con un amigo cuando fue sorprendido por unos gritos, por la gran congoja de una mujer, que abrazaba a su hijo muerto como consecuencia de su atropello. El padre gemía en silencio, algo apartado del stábat mater que se le presentaba. Observando la imagen del suceso, el joven Camus señaló a su amigo, con la mano izquierda, alterado por el gran dolor que se le presentaba, la tremenda escena mientras alzaba al cielo su mano derecha y profería, como justificación a su incipiente agnosticismo, la lapidaria frase ¿Dónde está Dios? Si existiera no hubiera consentido las lágrimas de esta madre. Solo el vacío y la soledad pueden constatarse. Sin embargo jamás dejó de plantearse la búsqueda por encontrar una explicación que justificara la existencia de Dios de Todopoderoso, del Ser que se convierte en razón de ser y en fuerza centrífuga para motorizar la existencia del hombre. Y halló un motivo que justificaba su concreción: la fe. El hito que es capaz de conmover los cimientos del universo. En ella se radicaliza y conforma la creencia. Sin fe no hay esperanza.
            Howard Mumma, pastor metodista con el que dramaturgo y pensador francés mantuvo una amistad entrañable, relata en sus vivencias aquellos encuentros y cómo pocos días de su fatídico accidente llegó a confesarle su acercamiento a Dios, con una frase que desmitifica y revela su distanciamiento del agnosticismo. “Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe!”
            La fe es un compromiso personal, difícilmente transmisible si no hay dudas y es el vehículo y el artificio para deshacernos de la soledad. Sin fe no hay esperanza. Sin fe no podremos encontrar el hermoso camino de la salvación, ni alcanzar los paradigmas de la tranquilidad espiritual que puede llegar a conseguirnos un lugar en la eternidad. Gracias a la fe puedo reconocerme en mis pensamientos, alinear mis conductas y manifestar mis sentimientos sin tergiversar la esencia de la razón. Fe y razón se alinean para conseguirnos una mejor condición de vida. Creer en Dios es un premio que ayuda a sustentarla en comunión con muchos otros.

lunes, 21 de enero de 2013

La esencia de la tradición


Los carnavales de Cádiz ya tienen su preludio. Ha comenzado la fase preliminar del concurso de agrupaciones en el teatro Falla. Esta antesala de la cuaresma, esta expansión de la fiesta gaditana, ha tomado tal arraigo que ha traspasado las fronteras autonómicas y está asentándose en todo el territorio español. Me decían ayer que incluso se han inscrito, para la presente edición, agrupaciones carnavalescas de Salobreña, que si no me equivoco es un hermosísimo pueblo santanderino. Y la cosa tiene su valor. Que suscite tanto interés en un pueblo de Cantabria es síntoma de la grandeza de la fiesta que se universaliza y por lo tanto se desacraliza de su esplendor popular para convertirse en piedra angular de la especulación económica y social, perdiendo todo el inmenso valor  sustentado en el sentimiento popular. ¡Qué puede añadir al patrimonio carnavalesco de Cádiz estas agrupaciones foráneas! ¿Hay carnaval en Salobreña? Se están desvirtuando las cosas hasta extremos inconcebibles.
Hace unos años, unos amigos y cofrades de Ciudad Real, depositaron en mi persona su confianza para pronunciar una conferencia, ante un nutrido grupo de ciudadrealeños, sobre la Semana Santa de Sevilla y su influencia en la de la ciudad manchega. Tuvieron que insistir bastante porque, entre otras cosas, no tiene ni la más remota idea sobre aquella y castellana vieja celebración pasional. Para ello, y dado mi total desconocimiento sobre la configuración de la misma, me informé profusamente sobre sus costumbres y sus tradiciones, sobre cómo se conformaban las cofradías y cómo realizaban sus estaciones de penitencias. Me instruí y pude descubrir una hermosa manera de expresar el sentimiento, de cómo la fe puede articularse tan sobriamente y tan majestuosamente. Era una forma distinta de entender la religiosidad popular y que anclaba sus devociones en la noche de los tiempos. Siguiendo la invitación y la sugerencia de la asociación anfitriona, nos fuimos unos días antes, con el fin de asentar mis escasos y precarios conocimientos sobre la celebración de la pasión, muerte y Resurrección del Señor sobre el terreno. Y mi sorpresa fue extraordinaria. Muchos de las imágenes titulares de las hermandades de la ciudad, fieles a los estilos castellanos y manchegos, fueron sustituidas por otras barrocas, buscando la similitud con las de Sevilla; la tradición musical fue denostada, sustituida súbitamente por acordes de agrupaciones musicales en boga en nuestra ciudad; incluso los hábitos penitenciales centenarios habían sido copiados. Todo para asimilarse a la celebración pasional de Sevilla. El acervo devocional, fervoroso y cultural, fue guillotinado para implantar un sucedáneo de la semana santa sevillana. Creo recordar que mi alocución, alterado por aquella destrucción de la tradición ancestral, fue un verdadero desastre, porque no pude reprimir mi indignación por la supresión de tan magnífico patrimonio local, aun cuando se tratara de emular la grandeza y esplendor de la mejor semana santa del mundo, que es la de Sevilla. No hice alusión ninguna a las cofradías y las tendencias sevillanas que implantaban en sus hermandades. Ni siquiera hice mención a mi hermandad. Me limité a exteriorizar mi indignación por cuánto ví. No lo pude evitar. Indudablemente ya no volvieron a invitarme a ningún acto más, como era la intención de mis amigos. Eso si no llegaron a proclamarme persona nom grata. Pero me parece una monstruosidad que se sustituyan tradiciones ancestrales por otras tendencias foráneas, por muy bella y excelsas que éstas sean.
Por eso me parece grave lo de las agrupaciones carnavalescas de otras regiones en el concurso gaditano. Porque desconocen el sentimiento que se imprime en la razón y el ser de los nacidos en la Tacita de Plata. Este tipo de actuaciones desnaturaliza las propias y pasa lo que ya ha pasado sobre el escenario, que se ridiculariza a quienes no tienen más que buena voluntad y deseos de participar en mejor concurso de agrupaciones carnavalescas del mundo, y que me perdonen las de otras latitudes. Ya lo sentenció, en una ocasión, Juan Carlos Aragón, en su chirigota hippy, cuando nominaron como Patrimonio de la Humanidad, y en uno de sus pasodobles concluían. “Cádiz patrimonio de la Humanidad./ Y un mojón pa los humanos/ Cádiz es de Cadiz na más/ y es patrimonio del gaditano. Y esta filosofía del ombligismo –que aplaudo- ha protegido la esencia de su más valiosa tradición. La universalización es buena para la ciudad, para el sustento económico de sus ciudadanos, pero que ésto tampoco sirva para tergiversar el verdadero sentido de sus carnavales.

lunes, 14 de enero de 2013

Una gran obra de arte


Hace unos días fue presentado el cartel de las fiestas de la primavera de esta ciudad. Un cartel que ha sido realizado por el pintor sevillano Chema Rodríguez y que no ha dejado a nadie indiferente. O mejor dicho, y haciendo gala de la verdad, ha dejado a mucha gente, muchísima, indiferente. Y no porque no esté bien realizada, que lo está; ni por la técnica empleada, que raya la perfección. Es que es algo sosín en su temática, en la forma de entender a la ciudad y sus fiestas.
Si hace unos años, muy pocos, se hubiesen abierto las puertas a la creación, a la innovación y la inventiva otro gallo nos cantaría. Las ideas parecen que se han congelado, que no hay más salida que la de no caer en la hoguera de las críticas. Se va a lo seguro, a no provocar el alzamiento de las emociones, a desarraigar cualquier indicio de valentía, banalizando las emociones y sintetizando las sensaciones. Los artistas se ven coartados por sus propios miedos y optan por creaciones sin valor argumental, a veces hasta huyendo de sus propios conceptos artísticos, de los estilos que han venido desarrollando y defendiendo durante sus trayectorias. Y todo es designarlos para la elaboración de uno de los carteles importantes de la ciudad y se dejan absorber por la vorágine del miedo a las críticas, a los qué dirán que tanto daño hacen a la evolución de las tendencias artísticas. Por eso me gustan a mí tanto los carteles de Ignacio Cortés para las fiestas de la primavera (1995)  o el de Ricardo Suárez (2004) y Nuria Barrera (2011) para la hermandad de la Macarena, porque solo mantienen la idiosincrasia por la que se distinguen sino que incluso innovan y aportan nuevos conceptos y se apartan del servilismo tendencioso.
Sin duda alguna el artista ha expresado su visión sobre las celebraciones más populares de esta Sevilla nuestra que no deja de sorprenderse a sí misma. Pero hay mucha atonía en la creación. No hay secuencias que conmuevan y atraigan. El cartel, amén de ser una obra de arte, un concepto de expresión para los pintores, debe ser creado para atraer la atención, mediante la exposición de los valores que se pretenden anunciar,  del observador y para desviarlo de su principal fin.
El cartel de este año, que debe anunciar las principales fiestas de la ciudad, entiéndase la Semana Santa y la Feria de Abril, es una magnífica obra de arte, un excelente retrato de una joven que parece pasar de cualquier situación festiva, con la mirada ausente y desprovista de la alegría que prima en ambas celebraciones. Si ha querido dotar al cuadro de un valor simbólico lo ha conseguido a la perfección. Pero hemos de considerar que es un llamamiento a compartir sentimientos, júbilos, felicidad y hasta gozos. Sevilla es una hermosa niña, sin duda, y el autor de la obra así lo manifiesta en esta concepción. Pero le falta calidez, le falta transmisión. Sugiere muy poco de la Semana Santa y ni siquiera tiene el vigor colorista que provoque efectos y concentre la atención del observador. No es trayente a la vista.
No me parece, es mi subjetiva opinión, que refleje el sentir y el calor de las fiestas de la primavera de la ciudad. Y no nos olvidemos que será principal referente para abrir las puertas de los foráneos, de quienes pueden optar por visitar la ciudad en esos días. Un cartel que será la ventana que se abrirá en los congresos internacionales donde se pretende divulgar las excelencias de nuestra tierra, que se situará en un lugar privilegiado de los stands en los congresos internacionales de turismo y que no cumplirá su principal función, la de hacer entrar por los ojos las virtudes y esencias de nuestras fiestas de primavera. Menos mal que la ciudad en sí ya es el mejor de los reclamos.
Cada maestrillo tiene su librillo, que diría mi madre. La excepcionalidad de la Semana Santa y la Feria de Abril merecen otra visión. Echamos de menos la creatividad y la originalidad. A mí, ésto de las tendencias continuistas, de no querer ser centro de opiniones, de enfrentarse a las críticas, me parece una afrenta a la ciudad. Una gran obra de arte no tiene por qué ser un gran cartel, aunque un cartel si puede ser una gran obra de arte. A las pruebas me remito. Si no, dejemos volar la memoria y nombremos a Gustavo Bacarissas o Juan Miguel Sánchez.

viernes, 11 de enero de 2013

Otra vez la demagogia


            Seguiremos siendo el culo del mundo. Por mucha tecnología que nos hagan llegar, por mucha red social con la que pretendan acercarnos a la modernidad, cada día nos alejamos más de la realidad social y de la verdad. Los avances técnicos se utilizan para la memez y la chabacanería, principalmente. Los argumentos culturales que podrían minimizar los efectos negativos que provocan los dirigentes con sus manifestaciones, con sus injerencias en la convivencia diaria, alterando el sentido básico y primordial del término, los defenestran con manifestaciones y llamamientos a la solidaridad como los que han realizado, recientemente, nuestros ínclitos y decimonónicos Juan Manuel Sánchez Gordillo y Diego Cañamero. Con sus caducos idearios continúan con una lucha imposible. Sus llamamientos a la solidaridad no pueden estar más alejados de la realidad. Tal vez el fondo de los problemas que platean, las desigualdades y las injusticias, no estén exentas de razones, pero las actuaciones y los métodos que vienen utilizando los desacreditan.
Estos visionarios, con sus reflexiones ancestrales, fuera de toda aplicabilidad en los tiempos que corren, se permiten adherirse, quiero pensar que a título personal y unívoco de los partidos y asociaciones a los que representan, a los llamamientos aberzales que solicitan el acercamiento y la liberación de los presos vascos, de los asesinos y de sus cómplices, a sus domicilios, especialmente al que se va a celebrar el día doce de enero, en Bilbao, con estas reivindicaciones.
Consideran, con unas reflexiones que utilizan para justificar su adhesión a esta concentración, y que se ponen en boca de Manuel Rodríguez Guillén, que el trato hacia los presos vasco es inhumano, independientemente del delito que hayan cometido y que no sólo se castiga al preso, sino también a sus familias, quienes tienen que desplazarse miles de kilómetros para visitarlo, añadiendo para los incultos en jurisprudencia como yo, que los estos presos tienen sus derechos. Porque además en su video, en sus pronunciamientos, ni siquiera hace un llamamientos al acercamiento sino a la puesta en libertad de estos asesinos. El acabose que diría mi abuela. Claro. En una sociedad democrática todos tenemos derechos pero debemos considerar, que se nos olvide, que junto a éstos vienen anejas las respectivas obligaciones y las responsabilidades que llevan los actos cometidos. Tanto como hablan y requieren de la memoria histórica, tanto como la utilizan para obtener sus luengos beneficios, y ahora olvidan lo que ha venido sucediendo, en los últimos años, en este país, los episodios violentos y los asesinatos cometidos por esta banda de mafiosos.
Parecen olvidar que hay personas que son víctimas de sus hechos de bandidaje, de las extorsiones a las fueron sometidas muchos vascos, ciudadanos de segunda clase para estos ejecutores sin piedad. Parecen olvidar, los señores Sánchez Gordillo, Cañamero y sus adláteres, que hay españoles que ya no pueden dar un beso a sus hijos, a sus esposos, a sus familiares más íntimos, que lo único que pueden hacer, gracias a la consideración que tuvieron sus verdugos para acercarlos a sus familias, con un tiro en la nuca o destrozados por una bomba, es poner flores en las tumbas donde reposan sus maltratados cuerpos. No deben olvidar, estos señores que no se hartan de ensuciar la palabra libertad, que muchas de estas lápidas están en los cementerios andaluces y que hay madres que recorrerían, con mucho gusto y satisfacción, esas distancias que ahora parecen ser motivo de escarnio para los que pusieron luto y dolor en muchas familias de nuestra tierra. No deben olvidar estos señores que hay ciudadanos andaluces que no tiene más derechos que el homenaje póstumo, que la mención en las terribles memorias que se realizan, que son nombres en una lista de damnificados, de asesinados y vejados por el mero hecho de ser españoles. No deben olvidar estos señores que hay mujeres, en los pueblos y en las ciudades andaluces, que llevan vestidos negros y lazos negros, que vieron fracturadas sus vidas porque una partida de asesinos querían ser Dios y tener el poder de otorgar o quitar el don de la vida, y lo que es peor, en nombre de la libertad.
Yo estaría de acuerdo con sus manifestaciones siempre y cuando pudieran recuperarse las vidas enclaustradas en las tumbas, devolviéndoles los abrazos a quienes se los robaron, que los hijos recuperan el calor de los abrazos de sus padres, que las hijas pudieran ser llevadas al altar del brazo de sus progenitores y que las esposas recuperaran los besos y el amor que les fueron arrancados por las ondas expansivas de las bombas. Entonces sí, señor Cañamero. Porque hay quienes pueden hacer todo eso todavía, aún sabiendo conscientemente que mataron con la impunidad y cobardía con la que solían ejecutar sus sentencias. Y lo hacen porque tenemos la consideración que ellos no tuvieron hacia sus víctimas, porque somos defensores de los derechos que ellos no aplicaron y porque amamos la vida que ellos cegaron. Y por favor, no utilicen más el nombre de Andalucía para buscar beneficios de asesinos y criminales. Si ustedes están dispuestos a equipararse con ellos, no cometan la terrible injusticia de arrastrarnos a nosotros en sus desvaríos.


https://www.youtube.com/watch?v=MSBJnj9qLBA

jueves, 10 de enero de 2013

Justicia para pobre y ricos


Veinte años. Éste es el tiempo que ha tardado la justicia de nuestro país en declarar culpable, entre otros, a José Antonio Durán y Lérida, presidente de Unión Democrática de Cataluña, por desviar subvenciones desde la Consejería de Trabajo destinados para cursos de formación ocupacional, entre los parados, y que debían haber sido impartidos por las academias del empresario Pallerols y que, por obra del mago Tralalrán que al bolsillo se me van, fueron a parar a las arcas del referido partido. Dicen que para financiar sus necesidades. Veinte años de demoras, de intentar disimular la acción, de retrasos judiciales para obviar la causa penal. Y todo ésto no ha servido para nada. La corrupción política, en este país, tiene premio. Nadie de la grey de vividores y mantenidos de aquéllos, pisa la cárcel, por muy grande que sea la acción cometida y los millones de euros robados. Nadie cumple la condena que se le impone porque, parece ser, las sustracciones millonaria al erario público, o sea a nosotros, los pagadores de impuestos y diezmos que se les ocurran, tienen patente de corso cuando el que mete la mano es un político o algunos de sus adláteres. Empieza a hervirme la sangre.
Este señor, que tanto pregona la independencia para su país, se olvida que este dinero procede de las arcas comunes, que tienen su origen en el esfuerzo común de todos los ciudadanos y que el destino se desvió para que pudieran vivir, los dirigentes UDC como los reyes y emperadores que se creen. Ha pisoteado la nobleza de su propio pueblo, esos que los votan y claman por las calles de Cataluña insultos, injurias y agravios contra el resto de españoles. Ha sido condenado pero no irá a la cárcel. Lástima por quienes se ven forzados a robar, desgraciados que han perdido sus vidas por dar rienda suelta a caballos que se desbocaron en sus venas o para comer, que estamos volviendo a esto, y terminan con sus huesos en las suelos de una prisión y cumpliendo totalmente las penas. Ahí no misericordia ni rebajas de condenas. Ahí lo que hay es injusticia y discriminación.
En Andalucía se han llevado decenas de millones de euros para favorecer a integrantes y partidarios del Psoe, que lleva más de treinta años en el poder de esta comunidad autónoma, y no pasa nada. Días antes de la Navidad, el principal inculpado de este complot para beneficiar a los amigos y a sus desvaríos y vicios, a quien se le ha demostrado su participación y beneficio en esta supuesta trama, que tiene güevos tener que condicionarlo todo, estaba tomando el sol en una concurrida zona de bares de Nervión, con su caña de cerveza en una mano y su buen puro en la otra. Perfectamente trajeado ni siquiera se preocupaba de disimular su presencia, de esconder la vergüenza que supone ser centro de atención por su rapiña y pirateo. Es más, parecía gozar de su apariencia. Estuvo en la cárcel pero quinientos mil euros de fianza lo pusieron en la calle. Dicen que la cantidad fue avalada por sus propiedades particulares. Es increíble. En Valencia, la trama Gurtel; en Mallorca, el yerno del rey; en Marbella la expoliación de sus más preciados bienes, etc. etc. etc.
Y lo peor de todo ello es que siguen manejando los fondos públicos, que los partidos que se ven involucrados en este desvalijamiento de las haciendas municipales y autonómicas, siguen siendo votados por los ciudadanos, los seguimos manteniendo el poder y en el manejo y distribución de nuestros dineros. Increíble.
¿Veinte años tendremos que esperar para que se haga justicia en Andalucía? ¿Llegaremos a conocer la sentencia quienes ya empezamos a tener que disimular las calvas? Me parece que hemos perdido la orientación en los valores definitivamente. Si la justicia de un país deja de someter a los que incumplen las normas, difícilmente podremos imponer a nuestros hijos y éstos a los suyos, conductas de actuación legales. Hoy los niños quieren ser futbolistas o colaboradores de un programa de televisión, algo que requiere poco esfuerzo, alguna dedicación y que enseguida obtienen suculentos beneficios. Dando estos ejemplos, formalizando el aquí nunca pasa nada, no sería raro encontrarse, dentro de algunos años, leyes que penalicen los valores humanos y la honestidad.
Y Duran y Lérida en la calle, porque su partido asume la culpa y va a comprar, con el dinero de todos nosotros, la libertad de este hombre. ¿Es o no es un hecho discrimitorio?

miércoles, 9 de enero de 2013

Una gran vergüenza


            Desde el desdén sólo se consigue continuar los desmanes que se enjuician. Claro que hay a quién no le interesa saber la verdad. Prefieren vivir en la ignorancia de las cosas que  les rodean, menospreciando a todo aquel que no piensa o cree como él. O lo que es peor aún, vivir sus verdades, las suyas no las de todos. Así se dirigen al abismo.
            Este fanatismo absurdo por intentar recuperar la inquisitoria memez de vulgarizar las tradiciones, por convertir las fiestas populares en agravios personales, es también una falta de respeto a muchos, a la mayoría de los ciudadanos que participan, de una u otra manera, en ellas. Sin contar con los beneficios económicos que conllevan, que son muchos los negocios familiares, y pequeñas empresas, que viven todo el año con estos menesteres, que parecen molesta.
            Hace unos días se ha publicado en las redes sociales un vídeo sobre un funeral civil. En las imágenes se recoge la humillación de familiares y amigos del fallecido porque tuvieron que realizar las exequias en el pasillo del tanatorio. Desde luego es una situación inhóspita, cuando menos increíble. El edifico funerario debería tener previsto un lugar para este tipo de celebraciones, para que el túmulo guardase la dignidad que merece la despedida de un ser querido. Es un derecho contraído por el yacente y un respeto debido a los familiares, que en momentos de dolor pueden ver acrecentados sus sentimientos y expresar sus razones de manera inadecuada. Es un derecho porque se pagan esos servicios durante muchos años, en la mayoría de las ocasiones durante toda la vida. Dinero enterrado, nunca mejor dicho. En cuanto al respeto a los familiares, tienen derecho a honrar a sus muertos con la intimidad, el decoro y el retiro espiritual, conforme a sus idearios personales, propia de la ocasión, máxime en esos momentos en los que se brinda el homenaje a la entrega en la vida de un padre, como era el caso.
            Pero las imágenes nos dan opción a recapacitar. Un funeral civil, desprendido de los lazos religiosos, fue la decisión de los familiares, tal vez petición de última voluntad del difunto. Hay algunos interrogantes que deberíamos considerar, porque la escasez de imágenes y sonidos, dejan al socaire de la duda este comportamiento. ¿Fueron los propios familiares los que se negaron a que las exequias se celebraran en un lugar consagrado? Todo hace pensar que si, al hilo de los comentarios que expresan los hijos cuando accede el arcón fúnebre y recriminan a los empleados la existencia de una cruz en la tapa del ataúd, sin hacer caso a las explicaciones de los trabajadores que les indican que ha sido quitado el crucifijo y que lo que figura en el ataúd es la marca dejada. Enseguida cubren el féretro con una bandera republicana.
            No se conforta más al difunto por estas muestras, aunque están en su derecho. Pero no puede vilipendiarse la actuación de unos empleados de esta forma. Deben ser los nervios del momento. Ignoro igualmente, si hubo ofrecimiento de otros lugares donde poder realizar esta despedida, ni si sería acogido su cuerpo en tierra o si optaron por la incineración. Pero bien podría haber realizado el rito funerario, por lo civil, en las inmediaciones del cementerio o lugar donde se procediera a la cremación, según el caso. En estos lugares suele habilitarse un espacio para ello. Lo digo por la triste experiencia que tenido que vivir en mis propias carnes, hace muy poco y ví cómo se realizaba, de manera emocionante y muy conmovedoramente, este tipo de ritos de quienes no creen en la vida posterior, en la existencia de un Dios bondadoso. Fuimos testigos de algo enternecedor y las palabras pronunciadas fueron de una turbadora sentimentalidad.
            Estaban en su derecho de no oficiar un túmulo religioso y fue una vergüenza que se despidiera la vida de una persona en un lugar tan inadecuado. Pero estos acontecimientos no pueden llevar anexados mensajes subliminales e incriminatorios sobre la discriminación por valores religiosos, como se desprende de los comentarios que luego se han vertido sobre este suceso y que me da la impresión de que no han sido formulado por los familiares sino por esa banda de infamadores que están al quite para cualquier circunstancia. No es justa la generalización. En todas partes hay gente buena y gente mala. Y eso no lo consiguen el pensamiento y el ideal de cada cual, sino la fanatización de los mismos. Llevar a los extremos los pensamientos es lo que crea la divergencia y la desunión. Las creencias de cada cual, si son respetadas, acrecientan la convivencia y potencia la fraternidad. A ver si vamos aprendiendo de la historia de una puñetera vez.

martes, 8 de enero de 2013

Una carta a los Reyes Magos


            Asumía con resignación que el fuego de los años fuera consumiendo sus inquietudes. Una especie de pereza invadía su ser. La voluntad era como una fruta que había dejado de desear y se dejaba llevar por la cotidianidad y la monotonía. No, no era fácil seguir viviendo cuando comenzaron a faltarle las personas que más quería, cuando se fueron yendo los amigos con los que había compartido los mejores momentos, con los que disfrutado del deporte y con los que había mantenido una relación tan estrecha que podría vincularse con lazos de hermandad.
            Los días se convierten en meros tránsitos hasta el final. Desde que amanecía se rodeaba de soledad y comenzaba a desplegar los hábitos rutinarios. Asearse, desayunar, bajar por el periódico, dar una vuelta por las lindes del barrio, intercambiar algunas frases con los vecinos, mirar el buzón, retornar al domicilio, leer la prensa, llamar a su hijo para constatar que la vida era inmensamente ingrata, almorzar, ver la televisión, hastiarse de ella, caer en brazos de Morfeo, vencer el sopor con un café, rastrear por internet hasta aburrirse, prepararse la cena, añorar a la mujer con la que compartió cincuenta años, ver una película, acostarse, no dormir, caer rendido en la madrugada, fustigado por los recuerdos.
            Su hijo, arrastrado por el frenesí del trabajo, apenas podía conciliar unas horas con él. Sus ocupaciones laborales se lo impedían. A veces, aquella carencia de encuentros provocaban el desasosiego en el hombre, que intentaba justificar las explicaciones del vástago, ante conocidos y amigos, haciendo mención a la gran responsabilidad que recaía en él, en la carga de trabajo que le imposibilitaba para aumentar los encuentros. Siempre había un motivo justificado para suspender las visitas y cuando él decidía devolvérselas no había nadie para recibirlo, sólo la chica que se encargaba de la limpieza y las tareas domésticas diarias. Alguna vez, ante la creencia de que la nuera aparecería en cualquier momento, se tomaba un café esperando. Siempre tenía que marchar. Tampoco era cuestión de molestar.
            Cuánto más tiempo pasaba en soledad, más aceptaba las ausencias, menos percibía las presencias. Uno se acostumbra a todo, se decía. Pero en las palabras iban adjuntos dejes de melancolía.
            Hace unos días, en la víspera de Reyes, pasó junto a mí, con su periódico bajo el brazo, con un rosco de reyes y una sonrisa inusual en el rostro que aparecía iluminado, radiante, como si hubiera vencido la batalla de la amargura y la soledad. Como coincidimos algunas veces desayunando y en muchas de estas ocasiones no hay más comunicación que la salutación matinal, porque somos adictos a las buenas costumbres y a los buenos modales, me extrañó aquella petición, que en absoluto me contrariaría. Se sentó junto a mí, en el velador que suelo ocupar, muy cerca del ventanal por donde transita toda la actividad laboral del barrio, toda la intensidad empresarial que se desarrolla en las naves del polígono industrial. Es curioso observar cómo basta atravesar una calle, de lado a lado, para contemplar una propuesta industrial o dejarse llevar por la belleza de este barrio, que en muchas ocasiones puede ser confundido con un pueblo. Y todo sucede en pleno casco urbano de Sevilla.
            Me miró y comprobé cómo resplandecía su mirada, cómo se había desprendido del semblante anegado por la tristeza, de la melancolía que roía sus entrañas. Sólo pensé en la dicha del hombre y también sonreí. Ésta es la noche más hermosa, me dijo. Asentí a sus palabras y refrende la magia que nos esperaba, la ilusión que anegaría nuestros espíritus, dando un revolcón al tiempo y a la edad. Volveríamos a la infancia, le comenté. Pero la respuesta me contrarió. Ésta es la noche en la que mi mujer y yo tomamos a Luisito de la mano y nos vamos al centro a ver la cabalgata. Ésta es la tarde en la que me siento padre con mayor intensidad, en la que vuelvo a acariciar las manos de Ana, mi mujer, y los tres gozamos de la magia que los Reyes Magos nos traen. Hoy vuelvo a experimentar el momento más bonito que viví jamás, el instante en el que los ojos de unos niños me permiten sentir lo que la vida me quiere quitar.
             Los vecinos fueron los primeros en dar la voz de alarma. Enseguida una ambulancia se apostaba a la puerta del edificio. Dicen quienes lo vieron, que tenía una sonrisa en sus labios,  y mantenía una carta entre sus manos, que en alfeizar de la ventana estaban las zapatillas esperando la dicha y que unos caramelos descubrían un sendero, una camino hasta la mesita del salón, en donde reposaba un marco de plata y una fotografía, en blanco y negro, en la que un niño sonreía mientras a sus espaldas aparecía el Rey Melchor que tenía los mismos ojos que mi amigo.

lunes, 7 de enero de 2013

Los cielos que hemos perdido


            Hay un espacio en esta ciudad que huye de la memoria, que es incapaz de controlar sus impulsos, que no tiene retiene el instante y se ve inmiscuida, demasiado pronto y con acervada celeridad en el olvido. Hay brumas que van obstaculizando la visión y árboles que no nos dejan ver el bosque. ¿Encontraremos alguna vez la medida para enaltecer lo que nos importa, aunque sea sólo a nosotros? ¿Veremos alguna vez instituirse las esencias de nuestro pasado para poder conformar un  futuro digno, donde la cultura, la tradición y el amor a nuestras costumbres puedan compaginarse con la modernidad y el progreso o tendremos que enfrentarlas para que se destruyan mutuamente?
            A quienes compete la responsabilidad, en la dirección de la ciudad, debían plantearse, de una vez por todas, incluir en los planes urbanísticos las necesarias penalizaciones para quienes se salten a la torera las normas que regulan las condiciones de edificabilidad y la parejidad visual con su entorno. Quienes adquieren una propiedad, o un solar donde levantar un edificio, deberían ser aleccionados con los modelos a seguir, que sus obras continuaran y no modificaran el paisaje urbano de una manera tan espantosa. Por más que aparezcan en las redes sociales fotografías que intentan embaucarnos con nuevos paisajistas de la ciudad, con nuevas panorámicas y novedosas muestras de horizontes, no comprenderé el por qué ni la razón de la imposición -porque ha sido éso, una dictatorial y faraónica impostura de gente de mal gobernar y peor gestión económica- del mamotreto de la Encarnación.
            He dejado pasar algún tiempo, desde que se terminaron las obras y de su posterior inauguración, porque llegaban versiones, de competentes y autorizadas personalidades del mundo de la arquitectura, de que sería cuestión de acomodarnos a su visión, que su integración en paisaje urbano vendría a engrandecer  la monumentalidad de la urbe, que este portento de la ingeniería vendría a sustituir, en la memoria y en la historia, las edificaciones que ha sido sacrificadas para este despropósito, para este engendro que ha venido a destruir, o mejor dicho, a devastar lo que las modernidades y las excentricidades urbanitas de los regentes de mediados del siglo pasado, habían destrozado.
            Sigue pensando lo mismo que hace meses. Que este mamotreto, que esta desconsideración a la cultura sevillana, no va a sustituir jamás a la nobleza de los edificios que fueron demolidos para la concreción de la fealdad y de la impropiedad de su ubicación. Porque esta construcción carece de algo que no puede adquirirse ni con el tiempo ni con el despilfarro económico. De la vida. Es una construcción fría y por tanto desnaturaliza el entorno. Han volatilizado la escasa sensación vital que retenía la zona, despojándola de la vitalidad y humanización de la que gozó en otras décadas. Y lo que es peor; no ha supuesto ninguna revitalización de la económica de la zona, por mucho que nos quieran vender sobre la implantación de negocios hosteleros en sus bajos y locales. Que le pregunten a los placeros que ha sobrevivido al expolio.
            La sostenibilidad y la modernidad no se consiguen con la eliminación de los parajes que han dado gloria y esplendor a la ciudad, ni con la voladura de los cimientos culturales. Hemos desaprovechado una ocasión única para recuperar la fisonomía de una zona urbana que sigue despoblada. Han conseguido dotarla de una población transeúnte, que apenas echan el cierre los negocios multinacionales, se marcha y la convierte en un lugar inhóspito. Éso sí, con el rutilante y faraónico edificio sobrevolando la memoria de la ciudad y de unos cuantos catetos que muestran su expectación porque ascienden al mirador, a la cumbre y contemplan extasiados cómo perduran algunos monumentos. Quisieron hacernos creer que nos descubrían a los cielos de Sevilla. Ignorantes. No saben que ya los íbamos perdiendo cuando Romero Murube nos advertía del magnicidio que se estaba cometiendo. Delirios de grandeza de los omnipotentes y desabridos gestores que quisieron alcanzar el cielo y someternos a sus faraónicos proyectos con dinero público, mientras la gente es consumida por la pira de la crisis, que también potenciaron otros con ídolos dorados. Y ahora querrán que nos subamos a la azotea de la Pelli para que loemos sus grandezas, sus consecuciones, siempre a costa del sufrimiento y el sudor de estos esclavos que tienen amordazados con eslabones bancarios. ¿Qué hubiera sido de esta ciudad si la cordura se hubiera impuesto a las sinrazones? Pues que tal vez Romero Murube no hubiera tenido que escribir su obra y no necesitaríamos vencer el vértigo porque podríamos ver los cielos desde los balcones y las ventanas de nuestras casas.

jueves, 3 de enero de 2013

Historia y legitimidad


            Todavía no entiendo muy bien ésto de la memoria histórica. Debo ser algo torpe para ésto de las cuestiones jurídicas embrocadas en el fascinante mundo de la política. Esperemos que a los judíos, más aún a los árabes, nos les dé por repasar la historia y saque alguna trama sobre la actitud de nuestros antepasados. Aquí, en este mismo suelo que pisamos y queremos, en esta misma ciudad que nos cobija, se establecieron civilizaciones durante siglos y potenciaron sus culturas, arraigaron sus costumbres y alternaron hasta las religiones, sin ningún tipo de problemas. Y de todas sacamos lo mejor, las cuestiones negativas las apartamos y en esta simbiosis fuimos conformando una forma de entender la vida que nos ha hecho muy particulares, que nos distinguen de otras en las que las influencias culturales y sentimentales se basamentaban en una espiral reformadora de una única civilización. Lo malo de esta recuperación histórica, de este salto atrás en la memoria, que digo yo que debe ser poética porque ninguno de los que ahora se pronuncian con tanta vehemencia tienen edad para resucitarla, es que se entronca con un solo bando, donde unos aparecen como verdaderos santos y criminalizan al contrario convirtiéndolos, a todos, en poco menos que reencarnaciones de Pedro Botero. ¿Acaso soy yo culpable de la maldad de mi padre?
            Cualquier cosa, cualquier hecho, sirve para denigrar y vulnerar el derecho a la respetabilidad de las personas. Acaban de renovar el título del Marquesado de Queipo de Llano, tras la petición realizada por su nieto, amparándose en los derechos de la sucesión de títulos nobiliarios. Es una opción legítima del heredero y ha obrado en consecuencia a él. Y el estado ha tenido a bien conceder éste.
            Ahora saltan voces, vinculadas a asociaciones que entroncan con la Ley de la Memoria Histórica, intentando revocar lo que el derecho tiene concedido, un intento de vulnerar el sistema, que a lo mejor es lo que hay que cambiar. No podemos poner en un brete, y mucho menos justificar, las actitudes y los gestos que confluyeron en aquellos tristes años, en el genocidio que fue aquel enfrentamiento entre ciudadanos de un mismo país. No tenemos más remedio que reconocer los crímenes que se cometieron, por ambos bandos, no lo olvidemos que aquí se ha reconocido a encausados en crímenes de inocentes, y que casualmente son obviados en las referencias, nombrándolos doctor honoris causa, y asentir con dolor y estupefacción al veracidad de los hechos que acontecieron hace casi ochenta años. Pero también tenemos que convenir que una cosa es la historia y otra la legitimidad en la que nos desenvolvemos en la actualidad.
            Es necesaria la paralización del rencor. Hay que recuperar los cadáveres de quienes fueron ejecutados sin juicio y que sus familiares puedan descansar de esa pesadilla. Es de justicia y honor que reposen en lugar adecuado y sus descendientes puedan ofrendar sus oraciones o sus pensamientos a los restos fúnebres, porque es parte de nuestra cultura rendir honor a los muertos. Pero no podemos transgredir estas fronteras revitalizando, cada vez que se haga referencia a algunos de los tristes protagonistas, aquellos años de rencor y muerte, de tortura y martirio. No es ésta, entiendo yo, la forma de avanzar, de progresar. No podemos estar constantemente viviendo y retornando a aquellos años. No hay más que mirar a otros países europeos que han logrado unificar sus intereses vitales por el bien de la comunidad. Y no creo que hayan dado la espalda a sus historias, principalmente contemporánea. Es cuestión de entender que la historia es algo que pasó, de la que debemos extraer las consecuencias y valorarlas para recaer en los errores que se cometieron. Si acaso el tiempo pondrá a cada uno en el lugar que le corresponde. Hay que esperar y que los años impongan su justicia y observar las valoraciones de historiadores que mediten e interpongan sus estudios e investigaciones desde el objetividad. De otra forma estaremos potenciando el rencor, la animadversión y posibilitando la recuperación de consignas y políticas que provocan el terror.
            Los descendientes de los principales protagonista de los sucesos de los años treinta no son responsables de los actos que cometieran sus predecesores. Tal vez, incluso, pueden llegar a ser sus propias víctimas.

miércoles, 2 de enero de 2013

La descomposición de la alegría


            Tras escuchar el concierto de Año Nuevo, que viene emitiendo Televisión Española desde hace al menos cincuenta años, y que se celebra en Viena el primer día de enero, uno se queda con la sensación de que el tiempo nos engaña, nos delimita en nuestros comportamientos. Escuchar a la Sinfónica de Viena es un primor para los sentidos. Contemplar los parajes naturales del país de los Strauss, con la música de los valses acompañándolas, es un primor. El Danubio azul va impregnando las estancias con la magia de sus notas. La armonía de la partitura no tiene parangón. Es un velo de nostalgia que recorre el cuerpo, que aúpa los sentimientos hasta hacerlos estallar en artificios de satisfacción. Este año, el director Franz Welser-Möst, nos ha sorprendido con un programa algo excéntrico, con composiciones de los maestros Verdi y Wagner, desangelando el patio de butacas y a los cientos de millones de espectadores que se contemplaron el concierto a través de las imágenes y sonidos de televisión. Nadie puede dudar de la exquisitez y grandilocuencia de este director, que es además el titular de la orquesta. Pero sus gelidez, la falta de transmisión y la mecanización de su dirección nos dejaron con el cuerpo entre pinto y valdemoros. Técnicamente ofreció un máster. Pero la gente espera algo más de este concierto, de este espectáculo por el que muchas personas se desplazan desde lejanos lugares para participar de las excentricidades que no se toleran en una audición normal de música clásica. Tiene sus ritos y hay que seguirlos.
            El compás de las palmas fue limitado y hasta suspendido en algunos pasajes de la popular marcha Radetzky. Una lástima que no se tengan en cuenta la tradición y la armonía de la clac, que espera ansiosa este momento. La mayoría asisten para compartir ese glorioso momento. Yo, que no soy precisamente un artista en estas lides –ya contaré alguna vez que me sucedió en el estadio del Betis-, intento seguir las directrices que se marcan por el director de turno. Es parte de mi liturgia personal, durante el primer día del año, para invocar las buenas vibraciones y participar de la alegría general que se transmite. El sr. Welser-Möst se cargó, literalmente, uno de los momentos más importantes del inicio del  año.
            Ya sabemos que  Johann Strauss, padre, no introdujo ninguna línea ni nota musical en las partituras de la marcha Radezky que hiciera alusión a esta sonoridad excepcional del bateo de las manos, sino hubiera incluido entre los componentes de las orquestas sinfónicas a los palmeros de los Chichos o los Amaya de la época. Pero es una tradición que permite participar de la alegría, por el cambio del ciclo anual, y mostrar la complicidad del público con la marcialidad de la obra. No creo que el autor se levante de su tumba para recriminar estas actuaciones populares y mucho menos, radicalizar esta puntual expresión de júbilo con la coacción de la disminución de las palmas que acompañan la gallardía para la que fue concebida, que no fue otra que manifestar la gloria austriaca por una serie de victorias, en norte de Italia, que protagonizó el Mariscal Radezky y que sirvieron para reafirmar el poder militar del país, en las medianías del siglo XIX.
            Este tipo de acciones, que imponen la rigidez conceptual de los hechos, tal como fueron concebidos por el autor, restringen el acercamiento y coartan los comportamientos que expresan júbilo, emociones que no debieran ser restringidos. Saltarse la norma, de vez en cuando y sin hacer mal a nadie, es una forma de liberar la negatividad que trata de imponerse en estos tiempos en los que sucumbimos a los poderes económicos. Es como si al entrar en el Sánchez Pizjuán dieran directrices expresas para no poder animar al equipo, con la sonoridad unificada de las palmas, o nos prohibieran acordarnos de la familia de los árbitros –¡los pobres!- cuando cometen esos errores que siempre benefician a los grandes equipos, cosa que realizan, evidentemente, sin ninguna premeditación ni alevosía.
            En fin, que este señor ayer, con su hierática seriedad, intentó imponer la circunspección de la creación. Tiene que ser un hombre triste si es incapaz de repartir el gran don con el que Dios le ha premiado. La música no sólo sirve para elevar el espíritu, cosa que me congratula y asumo; tiene que servir para hacer felices a los ciudadanos. Para que nos dirijan con seriedad ya tenemos a nuestros ínclitos políticos. ¡Que estamos aviaos!