Los carnavales de
Cádiz ya tienen su preludio. Ha comenzado la fase preliminar del concurso de
agrupaciones en el teatro Falla. Esta antesala de la cuaresma, esta expansión
de la fiesta gaditana, ha tomado tal arraigo que ha traspasado las fronteras
autonómicas y está asentándose en todo el territorio español. Me decían ayer
que incluso se han inscrito, para la presente edición, agrupaciones
carnavalescas de Salobreña, que si no me equivoco es un hermosísimo pueblo
santanderino. Y la cosa tiene su valor. Que suscite tanto interés en un pueblo
de Cantabria es síntoma de la grandeza de la fiesta que se universaliza y por
lo tanto se desacraliza de su esplendor popular para convertirse en piedra
angular de la especulación económica y social, perdiendo todo el inmenso valor sustentado en el sentimiento popular. ¡Qué
puede añadir al patrimonio carnavalesco de Cádiz estas agrupaciones foráneas!
¿Hay carnaval en Salobreña? Se están desvirtuando las cosas hasta extremos inconcebibles.
Hace unos años,
unos amigos y cofrades de Ciudad Real, depositaron en mi persona su confianza
para pronunciar una conferencia, ante un nutrido grupo de ciudadrealeños, sobre
la Semana Santa de Sevilla y su influencia en la de la ciudad manchega. Tuvieron
que insistir bastante porque, entre otras cosas, no tiene ni la más remota idea
sobre aquella y castellana vieja celebración pasional. Para ello, y dado mi total
desconocimiento sobre la configuración de la misma, me informé profusamente
sobre sus costumbres y sus tradiciones, sobre cómo se conformaban las cofradías
y cómo realizaban sus estaciones de penitencias. Me instruí y pude descubrir
una hermosa manera de expresar el sentimiento, de cómo la fe puede articularse
tan sobriamente y tan majestuosamente. Era una forma distinta de entender la religiosidad
popular y que anclaba sus devociones en la noche de los tiempos. Siguiendo la invitación
y la sugerencia de la asociación anfitriona, nos fuimos unos días antes, con el
fin de asentar mis escasos y precarios conocimientos sobre la celebración de la
pasión, muerte y Resurrección del Señor sobre el terreno. Y mi sorpresa fue extraordinaria.
Muchos de las imágenes titulares de las hermandades de la ciudad, fieles a los
estilos castellanos y manchegos, fueron sustituidas por otras barrocas,
buscando la similitud con las de Sevilla; la tradición musical fue denostada,
sustituida súbitamente por acordes de agrupaciones musicales en boga en nuestra
ciudad; incluso los hábitos penitenciales centenarios habían sido copiados.
Todo para asimilarse a la celebración pasional de Sevilla. El acervo devocional,
fervoroso y cultural, fue guillotinado para implantar un sucedáneo de la semana
santa sevillana. Creo recordar que mi alocución, alterado por aquella
destrucción de la tradición ancestral, fue un verdadero desastre, porque no
pude reprimir mi indignación por la supresión de tan magnífico patrimonio local,
aun cuando se tratara de emular la grandeza y esplendor de la mejor semana
santa del mundo, que es la de Sevilla. No hice alusión ninguna a las cofradías
y las tendencias sevillanas que implantaban en sus hermandades. Ni siquiera
hice mención a mi hermandad. Me limité a exteriorizar mi indignación por cuánto
ví. No lo pude evitar. Indudablemente ya no volvieron a invitarme a ningún acto
más, como era la intención de mis amigos. Eso si no llegaron a proclamarme
persona nom grata. Pero me parece una monstruosidad que se sustituyan
tradiciones ancestrales por otras tendencias foráneas, por muy bella y excelsas
que éstas sean.
Por eso me
parece grave lo de las agrupaciones carnavalescas de otras regiones en el
concurso gaditano. Porque desconocen el sentimiento que se imprime en la razón
y el ser de los nacidos en la Tacita de Plata. Este tipo de actuaciones
desnaturaliza las propias y pasa lo que ya ha pasado sobre el escenario, que se
ridiculariza a quienes no tienen más que buena voluntad y deseos de participar
en mejor concurso de agrupaciones carnavalescas del mundo, y que me perdonen
las de otras latitudes. Ya lo sentenció, en una ocasión, Juan Carlos Aragón, en
su chirigota hippy, cuando nominaron como Patrimonio de la Humanidad, y en uno
de sus pasodobles concluían. “Cádiz
patrimonio de la Humanidad./ Y un mojón pa los humanos/ Cádiz es de Cadiz na
más/ y es patrimonio del gaditano. Y esta filosofía del ombligismo –que aplaudo-
ha protegido la esencia de su más valiosa tradición. La universalización es
buena para la ciudad, para el sustento económico de sus ciudadanos, pero que ésto
tampoco sirva para tergiversar el verdadero sentido de sus carnavales.
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