Hace unos días
fue presentado el cartel de las fiestas de la primavera de esta ciudad. Un
cartel que ha sido realizado por el pintor sevillano Chema Rodríguez y que no
ha dejado a nadie indiferente. O mejor dicho, y haciendo gala de la verdad, ha
dejado a mucha gente, muchísima, indiferente. Y no porque no esté bien
realizada, que lo está; ni por la técnica empleada, que raya la perfección. Es
que es algo sosín en su temática, en la forma de entender a la ciudad y sus
fiestas.
Si hace unos
años, muy pocos, se hubiesen abierto las puertas a la creación, a la innovación
y la inventiva otro gallo nos cantaría. Las ideas parecen que se han congelado,
que no hay más salida que la de no caer en la hoguera de las críticas. Se va a
lo seguro, a no provocar el alzamiento de las emociones, a desarraigar
cualquier indicio de valentía, banalizando las emociones y sintetizando las
sensaciones. Los artistas se ven coartados por sus propios miedos y optan por creaciones
sin valor argumental, a veces hasta huyendo de sus propios conceptos artísticos,
de los estilos que han venido desarrollando y defendiendo durante sus
trayectorias. Y todo es designarlos para la elaboración de uno de los carteles
importantes de la ciudad y se dejan absorber por la vorágine del miedo a las
críticas, a los qué dirán que tanto daño hacen a la evolución de las tendencias
artísticas. Por eso me gustan a mí tanto los carteles de Ignacio Cortés para
las fiestas de la primavera (1995) o el
de Ricardo Suárez (2004) y Nuria Barrera (2011) para la hermandad de la Macarena,
porque solo mantienen la idiosincrasia por la que se distinguen sino que
incluso innovan y aportan nuevos conceptos y se apartan del servilismo
tendencioso.
Sin duda alguna
el artista ha expresado su visión sobre las celebraciones más populares de esta
Sevilla nuestra que no deja de sorprenderse a sí misma. Pero hay mucha atonía
en la creación. No hay secuencias que conmuevan y atraigan. El cartel, amén de
ser una obra de arte, un concepto de expresión para los pintores, debe ser
creado para atraer la atención, mediante la exposición de los valores que se
pretenden anunciar, del observador y
para desviarlo de su principal fin.
El cartel de
este año, que debe anunciar las principales fiestas de la ciudad, entiéndase la
Semana Santa y la Feria de Abril, es una magnífica obra de arte, un excelente
retrato de una joven que parece pasar de cualquier situación festiva, con la
mirada ausente y desprovista de la alegría que prima en ambas celebraciones. Si
ha querido dotar al cuadro de un valor simbólico lo ha conseguido a la
perfección. Pero hemos de considerar que es un llamamiento a compartir
sentimientos, júbilos, felicidad y hasta gozos. Sevilla es una hermosa niña,
sin duda, y el autor de la obra así lo manifiesta en esta concepción. Pero le
falta calidez, le falta transmisión. Sugiere muy poco de la Semana Santa y ni
siquiera tiene el vigor colorista que provoque efectos y concentre la atención
del observador. No es trayente a la vista.
No me parece, es
mi subjetiva opinión, que refleje el sentir y el calor de las fiestas de la
primavera de la ciudad. Y no nos olvidemos que será principal referente para
abrir las puertas de los foráneos, de quienes pueden optar por visitar la
ciudad en esos días. Un cartel que será la ventana que se abrirá en los
congresos internacionales donde se pretende divulgar las excelencias de nuestra
tierra, que se situará en un lugar privilegiado de los stands en los congresos
internacionales de turismo y que no cumplirá su principal función, la de hacer
entrar por los ojos las virtudes y esencias de nuestras fiestas de primavera.
Menos mal que la ciudad en sí ya es el mejor de los reclamos.
Cada maestrillo
tiene su librillo, que diría mi madre. La excepcionalidad de la Semana Santa y
la Feria de Abril merecen otra visión. Echamos de menos la creatividad y la
originalidad. A mí, ésto de las tendencias continuistas, de no querer ser
centro de opiniones, de enfrentarse a las críticas, me parece una afrenta a la
ciudad. Una gran obra de arte no tiene por qué ser un gran cartel, aunque un
cartel si puede ser una gran obra de arte. A las pruebas me remito. Si no,
dejemos volar la memoria y nombremos a Gustavo Bacarissas o Juan Miguel
Sánchez.
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